Jue 23.09.2010

ECONOMíA  › OPINIóN

Seis meses después del diluvio

› Por Mario Wainfeld

Como le place hacerlo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner confirmó a Mercedes Marcó del Pont el último día, a última hora, casi en la escalerilla del avión que la lleva a Nueva York. Hoy no podría hacerlo precisamente por estar fuera del país. Reservó hasta el final una decisión que se presumía.

Marcó del Pont, en sus pocos meses de gestión, confirmó el acierto que fue designarla, en reemplazo de Martín Redrado. Su inicio, se recuerda, estuvo signado por los reproches de la oposición, que desembocaron en un mal trato pocas veces visto en la Comisión de Acuerdos del Senado.

La funcionaria fue designada ayer por decreto, “en comisión”. La fórmula es la convencional para cualquier banquero central. Hacerlo es necesario para que cumpla su labor hasta tanto se trate su pliego en la Cámara alta. Si no se aprobara, el nombramiento regiría hasta el fin del mandato presidencial

En el camino, el oficialismo fue ganando las tumultuosas discusiones sobre el pago de vencimientos de deuda externa con fondos del Banco Central. Logró, por el filo de una uña, acuerdo senatorial para el nombramiento transitorio de la banquera central. Sostuvo su criterio sobre las reservas con decretos de necesidad y urgencia que el Grupo A no consiguió revocar, aunque sí pudo augurar el advenimiento del diluvio universal.

No llovió. La medida funcionó en consonancia con los cálculos del Ejecutivo. La deuda se saldó en fecha, la reapertura del canje con los holdouts tuvo aceptación razonable, los bonos de deuda externa “viejos” y nuevos dan buen rinde. Lejos de desfondarse, el Banco Central no se desfondó, sino que superó su record histórico de reservas. El dólar se mantiene bajo control y se acumula merced a los buenos saldos del comercio exterior. La inflación sigue muy elevada, aunque previsible y controlada.

Como hiciera desde el primer día, aun frente a los senadores que la destrataron, Marcó del Pont mantuvo modos democráticos y hasta agradables, sin renunciar a la palabra ni a la polémica. Hace poco volvió al Senado, discutió largo rato. Tuvo un solo mal momento cuando los radicales Gerardo Morales y Ernesto Sanz la sondearon sobre el Indec. Defendió lo indefendible, por espíritu de cuerpo, y trastabilló. Durante el resto de las tres horas, lo suyo fue un paseo. Una prueba de sus cualidades, pero también de que el arsenal argumental opositor tenía la pólvora mojada: los vaticinios sobre los efectos del pago con reservas fueron desautorizados por los hechos, no les quedó otra que eludir el tema.

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En su tránsito por el señorial edificio de la calle Reconquista, Marcó del Pont revisó parte de su pensamiento sobre las normas que deben regir el sistema financiero. La lógica de la gestión la llevó a estimar más que antes reformas “pequeñas”, operativas, pensadas en clave de los intereses tangibles de los ciudadanos-usuarios. Tal el caso de la reducción de siderales comisiones por servicios o de apertura de cajas de ahorro totalmente gratuitas o de otras acciones tendientes a favorecer la (todavía) baja bancarización. Topó con la resistencia sistemática del gran empresariado del sector. Los grandes banqueros nunca son personas formidables, en general jamás arriesgan capital propio, como sí hacen algunos otros empresarios. En la Argentina añaden una característica chocante: logran ganancias pingües sin trabajar de banqueros, merced a actividades supuestamente complementarias. Comisiones salvajes por servicios banales, tarjetas de crédito que se envían de prepo o se cobran como si vinieran con premio... la tormenta perfecta.

De cualquier modo, en poco más de un semestre pudieron introducirse reformas interesantes, quizá no ampulosas pero efectivas.

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El Fondo de Desendeudamiento Argentino (Fondea) con el que se pagaron los vencimientos de deuda externa de 2011 fue el episodio más resonante (valga la expresión) de un giro en la concepción de la función del Banco Central. Titular de fondos acumulados gracias al esfuerzo de los argentinos, es absurdo que sea una suerte de estado confederado, con autoridades ajenas al poder político, que maneja dinero a su guisa. La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, de hechura noventista, debería redondear el círculo, aunque cuesta suponer que tenga cabida en el actual contexto parlamentario.

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La confirmación de Marcó del Pont y los resultados de su desempeño son triunfos políticos de la Presidenta y de la propia funcionaria. El descrédito no la melló, más bien su imagen (que era buena antes de los idus de marzo) mejoró y ganó conocimiento público. Tanto que en Olivos se piden sondeos para ver “cómo mide” en la Ciudad Autónoma. Conviene no exagerar la importancia de este afán: en este momento Néstor Kirchner mide a una cantidad enorme de funcionarios y los estimula a “salir a caminar”. Esa táctica es bien diferente de la que adoptó en elecciones anteriores, incluyendo la de 2007 en la que le fue tan bien al oficialismo y la de 2009, que le fue aciaga.

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El vicepresidente del banco, Miguel Pesce, un radical K de probada fidelidad al Gobierno y de buen perfil técnico, fue confirmado en el directorio, lo que es un alivio para Marcó del Pont. Otro director, de larga experiencia y amplio prestigio, Arturo O’Connell, no consiguió el acuerdo. El hombre lo preveía, cuentan confidentes de pasillo, tanto que había contratado una mudadora semanas atrás para llevarse todos los papeles de su despacho. Zenón Biagosch, un destacado docente de la Universidad Católica Argentina, un “topo” de los grandes bancos, tenía el destino sellado al finalizar su término.

Marcó tendrá algunos aliados en el directorio y deberá seguir lidiando con Carlos Pérez, un hombre de Redrado que tiene designación por dos años más. Pérez no fue un constante palo en la rueda, aunque puntualizó diferencias de concepción todo el tiempo y jugó algo con sus contactos en los medios. También le resta un bienio a un aliado del ministro de Economía, Amado Boudou, Sergio Chodos. Chodos operó mucho en palacio y en el Central, le serruchó bastante el piso a Marcó del Pont, quizá anhelando reemplazarla, algo que excede su piné y, acaso, su confiabilidad.

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Tras la visita al Senado de Marcó del Pont, el titular del bloque de senadores oficialistas, Miguel Pichetto, hizo una ronda para calibrar cómo sería una nueva votación sobre su pliego. Es una partida difícil: un período de seis años trascendería al del futuro presidente o presidenta. Sin embargo, Pichetto, que no suele caracterizarse por el voluntarismo, se mostró optimista. Optimista, en el honorable Senado, es ganar por un voto o dos, sudando la gota gorda.

Si el pliego fuera rechazado, la funcionaria seguiría en su cargo hasta el final del mandato de la Presidenta, en comisión. Sería un desprolijo de-semboque institucional, con escasos o nulos precedentes. En el actual escenario, cualquier enchastro es imaginable. Este no sería peor que muchas peripecias ya acontecidas.

En el entretanto, el momento favorito de la política local, Marcó del Pont puede seguir sonriendo: tuvo mucha más razón que sus críticos, la demostró sin perder estilo y con la contundencia de las cifras.

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