Sáb 30.10.2010

ECONOMíA  › PANORAMA ECONóMICO

La encrucijada

› Por Alfredo Zaiat

El alza desmesurada de acciones y bonos argentinos en la plaza de Wall Street en el día de la muerte de Néstor Kirchner, con un mercado local sin transacciones por el feriado del Censo, debería saldar el debate sobre el actual ciclo económico, o al menos convocar a la reflexión analítica de ciertos referentes del pensamiento crítico. En circunstancias excepcionales, como el fallecimiento de un líder político, un atentado terrorista o el resultado de elecciones, el rumbo de los negocios especulativos es la expresión más genuina del pensamiento y sentimiento profundo del poder económico. Ese movimiento de las cotizaciones es la respuesta instintiva de dueños del capital ante acontecimientos que los sacude. Es lo más genuino de sus deseos subterráneos. No hay represión ni barreras inhibitorias. Esas reacciones son lo más parecido a las respuestas de niños libres soltados en un parque de diversiones. El principio del placer en su máxima expresión. Ante la muerte de Kirchner, las acciones y bonos no bajaron por el miedo que supone para empresarios y financistas la pérdida del hombre que es padre del modelo que les permitió contabilizar en sus balances ganancias crecientes como pocas veces antes. No bajaron por la incertidumbre que podría abrirse en la esfera económica. No bajaron por el cimbronazo social que implica el fallecimiento del conductor de la principal fuerza política del país. El curso de las cotizaciones de las acciones y bonos fue la señal contundente de ese momento, no es importante el sendero de los días posteriores, importa en esas horas siguientes a la noticia de la muerte. En esas horas, subieron.

El alza especulativa de los precios de acciones y bonos fue, con todo el impudor del capital, la forma de festejar la muerte de Kirchner por parte del mundo de las corporaciones económicas. Ese recibimiento de la noticia expone como ninguna otra evaluación que el poder económico está incómodo en el presente momento político y social. Que no le gusta, que prefiere otro y que trabaja con entusiasmo para su clausura. No es un dato para menospreciar cuando se elaboran caracterizaciones de la etapa inaugurada por Kirchner. Esa abierta toma de posición del poder no implica que el kirchnerismo haya sido y pretenda serlo una corriente de ruptura con el capital. El rasgo esencial de este proceso complejo y contradictorio es que plantea el desafío de reconstruir otra forma de capitalismo en el país. Parecido al modelo de desarrollo nacional que en Argentina tuvo su impronta desde 1945 hasta su interrupción abrupta con el plan de la dictadura de 1976, o a los que en otras partes del mundo permitieron generar una densidad local generadora de una industria pujante y bienestar general.

La encrucijada principal en la esfera económica transcurre entonces entre las fracciones del capital que aspiran al regreso a las fuentes neoliberales maquilladas a estos tiempos y un proyecto que abriga en su interior rupturas y continuidades, necesitado de una coalición social para aspirar a profundizar los cambios. El aumento violento de las cotizaciones de acciones argentinas en Wall Street es el reclamo abierto por la vuelta a la década del noventa. En esas horas economistas del establishment empezaron a plantear la necesidad de cambios, de mayor diálogo con las corporaciones. Resulta paradójico ese pedido porque afirman que Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner desaprovecharon en estos años un momento excepcional para liderar transformaciones estructurales que, aseguran, podrían haber comenzado a modificar aspectos básicos de la economía argentina. Precisamente cuando se intenta ese cambio, las fuerzas conservadoras dejan caer sobre esas iniciativas toda la fuerza de su poder.

En realidad, el capital más concentrado no quiere ni le interesa participar de la experiencia de construir un sendero económico de inclusión social. En cambio, piden un control más estricto de los aumentos salariales, la reducción del gasto público y la restricción de la emisión monetaria. Todos los representantes de las principales cámaras empresarias se unifican en el reclamo de una menor intervención del Estado. Esa actitud pasiva del sector público también la proponen para el tipo de cambio para permitir una apreciación de la moneda como ancla de precios y también como ordenador económico. Esta es una de las claves de la encrucijada.

El extraordinario ciclo de crecimiento tiene en las condiciones mundiales favorables un factor relevante, pero más aún es el esquema de apropiación de la renta agraria vía retenciones a las exportaciones y la determinación así de tipos de cambio diferenciales. Esa estrategia ha permitido la transferencia de recursos para la reindustrialización y la generación de excedentes fiscales que ha facilitado el manejo de la deuda externa y la liberación de fondos hacia otras áreas. Ese abultado superávit comercial facilita la acumulación de reservas, pero a la vez genera una presión permanente hacia la apreciación cambiaria. Esa tendencia, si se la deja actuar libremente, como en Brasil, tiene como resultado el abaratamiento de productos importados con efectos devastadores en la producción industrial destinada al mercado interno, con la consiguiente pérdida de empleos.

La estructura productiva argentina impulsa a la apreciación del peso cuando los precios de los commodities de exportación son muy altos, como en estos momentos. Si se le agrega un flujo positivo de capitales financieros, alentados por la abultada liquidez internacional y tasas cercanas a cero, la tensión cambiaria se agudiza. En un escenario de apreciación del peso los únicos sectores productivos capaces de sobrevivir serían aquellos que poseen un nivel de productividad capaz de resistir una competencia mundial alentada por el tipo de cambio desfavorable. Este es el caso del agro pampeano, que se beneficia de la excepcional renta de la tierra, pero también de la fracción del empresariado que durante los treinta años de desindustrialización logró, por diversos motivos, subsistir e incluso expandir su producción convirtiéndose en exportadores. Ese comportamiento externo fue ayudado en buena medida por los múltiples beneficios otorgados por el Estado, como la energía barata, los subsidios y regímenes especiales de protección.

Los economistas del Cenda explican en su libro La anatomía del nuevo patrón de crecimiento y la encrucijada actual que “en un contexto de apreciación cambiaria, previsiblemente regresará la especulación basada en la existencia de elevadas tasas de interés y de un dólar barato, que permite potenciar los beneficios obtenidos al girarlos al exterior, con su secuela de especulación, desindustrialización y fuga de capitales. La salida apreciadora cuenta en la actualidad con sus adherentes, que la presentan como un remedio para combatir la inflación sobre la base del argumento de que los precios tenderían a estabilizarse acotados por la competencia externa”. Señalan, entonces, que por el mismo motivo las producciones domésticas que crecieron al calor de la protección cambiaria sucumbirían ante el aluvión de productos importados, no sólo más baratos por la mayor productividad de otras economías sino además por la caída del tipo de cambio. Esos economistas advierten que “para la clase trabajadora este escenario no implicaría más que un regreso a las épocas de empobrecimiento progresivo y de expulsión sistemática del mercado laboral. La debilidad producida por el de-sempleo creciente, a su turno, se encargará por sí sola de congelar o incluso reducir el poder adquisitivo de los salarios”.

En ese documento del Cenda se plantea que “pareciera entonces que, como ocurrió en la salida de la convertibilidad, existen en la actualidad dos programas económicos contrapuestos”. Por un lado, el esquema de dólar caro, que como se mostró debe ser complementado con retenciones a las exportaciones y controles de precios. Por el otro, el programa de la apreciación cambiaria, que al volcar íntegramente el producto del superávit externo al mercado interno de divisas lleva a la sobrevaluación del peso y, automáticamente, a una estabilización recesiva de los precios. Esta y no otra es la encrucijada en la economía, y ya se sabe cuál es la elección que tiene el poder económico. La revelaron sin pudor con la reacción de las cotizaciones de las acciones argentina en Wall Street ante la muerte de Kirchner.

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