ECONOMíA › OPINIóN
› Por Javier Lindenboim *
Ya transcurrió el operativo del X Censo Nacional de Población y Viviendas. Se abre ahora la etapa de compilación y procesamiento de la información recogida. Algunos datos estarán disponibles a la brevedad. Otros requieren una labor de más largo aliento (otros no estarán: no se preguntó nada sobre la AUH u otros planes, por ejemplo).
Entre los más laboriosos están los vinculados con la participación económica de la población. La década actual se caracterizó por algo más de un quinquenio de fuerte crecimiento económico y creación de empleo con ritmos pocas veces registrados antes. El censo permitiría apreciar tanto la naturaleza como el contenido de las modificaciones habidos en la fuerza laboral de Argentina en este particular decenio.
Mientras se aguardan los alcances de los cambios capturados por el registro censal, valen algunas reflexiones de carácter precautorio. Las podemos dividir en tres aspectos: 1) la (baja) calidad de la información contra la que van a ser contrastados los resultados de 2010; 2) las virtudes o inconvenientes derivados del tipo de preguntas incluidas en la cédula censal; 3) las ventajas o dificultades acarreadas por el retorno al registro muestral de los datos en lugar del cómputo de la totalidad de la población.
Es sabido que el IX Censo levantado en 2001 soportó diversas circunstancias que lo perjudicaron en gran medida. Las evaluaciones realizadas indicaron no sólo la existencia de una subenumeración significativa. También hubo un subregistro del empleo tal que los valores finales implicaban que respecto del censo previo (1991) habría una reducción de casi el 5 por ciento. La década del ’90 fue, sin dudas, una con efectos perniciosos sobre el trabajo y los trabajadores. Aumentó la precariedad laboral, bajó la participación salarial en el producto y disminuyó el empleo industrial. El balance neto, empero, fue positivo en cuanto al número de ocupados. Magro pero positivo. Sin embargo, para el Censo de 2001 en ese decenio habría habido disminución del empleo. Conclusión, el dato contra el que se van a comparar los valores de este año está subestimado. Por lo tanto, la simple comparación va a “exagerar” el contraste.
El segundo aspecto a considerar es el cambio (quizá sutil) en el modo de determinar si una persona debe registrarse como ocupada. En los dos censos previos se consultaba sobre el desempeño laboral “aunque sea por pocas horas” en la semana previa. En el actual, en cambio, la pregunta especifica “por lo menos una hora”, lo que no desentona con la experiencia internacional ni con la EPH. Como no se conoce si hubo pruebas para estimar el efecto del cambio en la formulación no podemos prever el impacto que habría de generar la modificación. Algunos especialistas advierten, además, que la supresión de la opción “ignorado” a esa y otras preguntas afines puede también sesgar los resultados.
En tercer lugar, las preguntas que permiten caracterizar el perfil de los ocupados están sólo en el formulario ampliado. Por lo tanto, la bondad de las estimaciones de los atributos de la fuerza laboral dependerá de la calidad del diseño muestral.
Todo indica que para el período de espera tenemos tema para la reflexión.
* Director del Ceped/UBA. Investigador Principal de Conicet.
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