ECONOMíA
› PANORAMA ECONOMICO
El modelo que sonríe
› Por Raúl Dellatorre
Transición no es sinónimo de improvisación. Sin embargo, desde hace un año se pretende justificar la falta de planificación y estrategia en materia de política económica por el carácter de “gobierno de transición” que tiene la administración que encabeza Eduardo Duhalde. La gestión que asumió el mando del Ejecutivo en enero de 2002 arrancó con una decisión fuerte, el abandono de la convertibilidad, lo que fue presentado como el paso “necesario” para salir de la trampa del modelo neoliberal. La pregunta todavía sin respuesta es cuál era el modelo que sustituiría al anterior. Con esa carencia, la salida de convertibilidad de hace un año no fue una decisión integrada a un nuevo modelo, sino tan sólo soltar la cuerda para que el bote navegue a la deriva. Hoy se siguen pagando los costos de esa forma de resolución. Y el modelo en el cual se amarre no aparece.
El dólar volvió a provocarle migrañas a la conducción económica, aunque ahora porque baja. Si pareció acomodarse hacia fines de la presente semana, en gran medida el “mérito” deberá buscarse fuera del gobierno. En todo caso, las autoridades obtuvieron resultados por lo que no hicieron: amenazaron con una liberación cambiaria casi total que nunca ejecutaron. Sin embargo, el dólar encontró un piso y volvió a subir el mismo día, y en las mismas horas, en que el ministro de Economía estaba encerrado con el presidente del Banco Central meditando las medidas a tomar. Fue el cambio de actitud de los operadores del mercado lo que le devolvió oxígeno a la divisa estadounidense: retención de liquidaciones por parte de los exportadores, posicionamiento de los especuladores en Lebac dolarizadas y una mayor demanda por grandes montos (superiores a los límites permitidos) en operaciones en negro, como señaló Claudio Zlotnik en estas páginas ayer. Tales movimientos permitían anticipar que el dólar tendería a ubicarse en torno de los 3,25 pesos y, probablemente, encontrar un nuevo nivel de equilibrio muy próximo a ese nivel. Pero sólo hasta el próximo cimbronazo.
La corrida contra el dólar dejó como lección la modesta capacidad de intervención que tiene el Banco Central, ya sea por las limitaciones que le imponen desde el FMI o porque el mercado no le cree que esté dispuesto a comprometer emisión monetaria (para comprar dólares y hacer subir su valor) por montos verdaderamente importantes. Mientras se prolongaba su desplazamiento descendente, la conducción económica iba cambiando el piso deseable para el dólar: primero 3,50, luego 3,40, pasó a 3,30 y así escalón tras escalón, hasta que fue el propio mercado el que revirtió la tendencia cuando el tipo de cambio tocó los tres pesos. En materia cambiaria, pese al intento de practicar una política monetaria activa, siguen siendo los operadores más fuertes del mercado financiero los que imponen las condiciones. El modelo neoliberal no se rinde.
Y en medio de la amenaza mundial que implica la política belicista de George Bush, Argentina empieza a percibir su dependencia de insumos básicos, incluso de los que produce el país. Hasta hace una década y media, una discusión habitual aunque de utilidad nula era si Argentina era “un país petrolero o un país con petróleo”. Hoy, tras la privatización de YPF y de las áreas de producción, derogadas las cláusulas constitucionales que le otorgaban al Estado la propiedad del subsuelo, y con un sistema de precios que deja en manos de las petroleras la facultad de fijar el valor interno de los combustibles en función del precio internacional, Argentina adquirió el estatus de país importador de su propio petróleo. Cuando sube el petróleo a nivel mundial, las economías de los países exportadores se benefician y las de los países importadores se perjudican: Argentina está, paradójicamente, en el segundo bloque. Esta es, indudablemente, otra falencia de no haber podido reemplazar al modelo neoliberal por otro.
La propia discusión sin salida por el tema de las tarifas revela la ausencia de una estrategia. ¿Qué nuevo modelo de prestación de serviciospúblicos instituyó la Ley de Emergencia Económica de enero de 2002? Ninguno, ya que apenas fue un grito de “no va más” en la timba de la convertibilidad. Pero de lo que debía venir para reemplazarla, no hubo señales. Apenas la mencionada intención –sin ninguna convicción– de iniciar un proceso de renegociación de contratos. Para encarar ese proceso hubiera sido necesario definir un modelo de relación entre objetivos sociales (servicios prestados), intereses de las empresas concesionarias y Estado distinto al concebido al momento de las privatizaciones menemistas. Nada de esto existe en manos de los funcionarios. Aunque cueste creerlo, quienes plantearon la “renegociación de los contratos” en aquella ley de emergencia –ahora modificada por decreto de necesidad y urgencia– no tenían en mente más pretensiones que un nuevo esquema de ajustes tarifarios. El viejo modelo neoliberal mantenía una vez más el invicto.
Un proceso de transición no es necesariamente hacer tiempo hasta que venga el que sigue. En materia de política económica, podría ser el momento de empezar a construir un nuevo camino. Y en las actuales circunstancias, ello es casi una obligación. Demasiados sacrificios implicó la devaluación como para no ofrecer una perspectiva mejor a cambio. Pero no hay quien la esté ofreciendo, ni en el oficialismo ni en la oposición. Uno de los dinosaurios mayores de la conducción económica de la etapa menemista, Carlos Rodríguez, del CEMA, afirmó en los últimos días que veía con optimismo las próximas elecciones, “porque no hay candidatos antimercado”. Si nada cambia, el triunfo volverá a ser de ellos.