Lun 14.03.2011

ECONOMíA  › TEMAS DE DEBATE: EL MODELO QUE DESEA LA ELITE EMPRESARIA

Los macarras de la moral

A qué se refiere el establishment cuando pide un mejor “clima de negocios” para volver a insertarse “en el mundo”. Las amenazas de una mayor inflación para contener los pedidos de aumento salarial y mantener niveles históricos de rentabilidad.

Producción: Tomás Lukin
[email protected]

Por Pablo Manzanelli *

Clima de negocios

A medida que se acercan las paritarias empieza a resonar, hasta el hartazgo, el reclamo empresario respecto de la ausencia de un “clima de negocios” propicio para la inversión. A ello se suma otro habitual argumento, esta vez esbozado por el vicepresidente de la Unión Industrial Argentina: “un aumento de salarios que no tiene un correlato de productividad, evidentemente se basa en un aumento artificial y ese aumento artificial tiene una repercusión directa desde el punto de vista de la expectativa inflacionaria”. Sin embargo, las evidencias empíricas son contundentes en indicar, al menos, dos fenómenos yuxtapuestos que para nada se condicen con tales visiones:

1. El actual nivel de la relación entre la productividad del trabajo y las remuneraciones (una visión estilizada de la tasa de explotación de la mano de obra) es elevado, aun en términos históricos.

2. La reinversión de utilidades es muy baja en un contexto de altas tasas de ganancia, incluso más elevadas que las registradas durante los “gloriosos” años noventa.

Los disímiles escenarios macroeconómicos, cuyo punto de ruptura resulta contemporáneo con la megadevaluación de 2002, constituyen un interesante parámetro temporal para evaluar el sendero evolutivo de tales fenómenos. Respecto del primero de ellos, cabe señalar que tras los elevados grados de explotación durante la convertibilidad, la devaluación provocó una profunda caída del salario real que incrementó la relación productividad-salarios en un nivel inédito. A partir de 2003, el salario real experimentó una considerable recuperación aunque sin alcanzar los ritmos de crecimiento acumulado de la productividad.

Según datos del Indec, la relación entre la productividad del trabajo y el costo salarial aumentó casi el 20 por ciento en la posconvertibilidad respecto del promedio de los años noventa. Por su parte, esa relación (productividad/costo salarial) en la industria manufacturera –que, en sentido estricto, debiera condecirse con los dichos del vicepresidente de la UIA– muestra un crecimiento aun mayor: 32,3 por ciento entre los períodos 1997-2001 y 2002-2010.

Principalmente por ello, la tasa de ganancia sobre el stock de capital fue sensiblemente más elevada en la posconvertibilidad (35,8 por ciento) que durante los años noventa (23,9 por ciento). Se trata, abordando el segundo de los aspectos considerados, de una fase con potencialidades –por sus condiciones por demás favorables– para la inversión en bienes de capital, más aun si se consideran las altas tasas de crecimiento del PBI y la creciente utilización de la capacidad productiva existente.

Sin embargo, en un estudio reciente realizado por el Area de Economía y Tecnología de Flacso, sustentado en información recopilada de los balances contables de un panel de grandes empresas para el período 1998-2009, se verifica un comportamiento peculiar, que podría ser definido como de “reticencia inversora” del gran empresariado local.

Dos fenómenos –de un mismo proceso– merecen ser destacados al respecto. En primer lugar, durante el cuatrienio 2002-2005, la inversión neta de esta muestra de grandes compañías fue negativa o, en otras palabras, la inversión bruta fue insuficiente para, tan siquiera, mantener el acervo de capital preexistente. Todo ello a pesar de que, al menos en el último año de ese período, la reactivación de la economía argentina era evidente, como también la de su mercado interno y la de la demanda internacional (con crecientes niveles de precios) de los bienes de mayor exportación del país.

En segundo lugar, una vez agotadas las posibilidades de responder a la reactivación de la economía con un mayor grado de utilización de la capacidad instalada, recién en 2006 la inversión en bienes de capital deviene, en esta muestra de empresas, en niveles positivos. No obstante, en la medida en que la relación entre las inversiones netas y las ganancias netas tiende a reflejar el ritmo de acumulación y la reproducción real del capital, no deja de ser interesante destacar que el volumen de utilidades netas se ha mantenido muy por encima de la formación neta de capital. Tal es así que, aun considerando el período de mayores inversiones, la tasa de reinversión de utilidades de estas grandes corporaciones fue, en promedio, de 16,2 por ciento entre 2006 y 2009. A título ilustrativo, mientras que, en ese período, Molinos Río de la Plata se apropió de 836 millones de pesos en concepto de utilidades netas, su inversión en bienes de capital fue de 68 millones de pesos entre 2006 y 2009.

Todo esto invita a reflexionar en torno de ciertos intereses económicos –y también políticos– que subyacen al discurso empresarial. En tal sentido, el elevado nivel de la relación productividad-salarios y de las ganancias apropiadas (que no se consumen productivamente) parecen ser suficientes elementos de juicio para afirmar la presencia de un “agradable clima de negocios”, aun si se concretaran incrementos del salario real.

* Licenciado en Sociología (UBA) e investigador del Area de Economía

y Tecnología de Flacso.

Por Ricardo Aronskind *

No saben, no contestan

El año 2008 transparentó la actual visión y la percepción de la elite económica sobre el país. En ese particular momento, en el que le pareció posible retomar el control del rumbo del país, la elite expresó con especial claridad sus “ideas” sobre la Argentina en el escenario global. En el orden económico reaparecieron las viejísimas ilusiones en torno de volver a integrarse pasivamente a la división internacional del trabajo, como proveedores de materias primas (alimentos, energía, agua), en todo caso con algún grado modesto de elaboración, y adaptar el país a esas “capacidades” que caracterizan a su elite de negocios. Con el argumento de “no desperdiciar la oportunidad”, pidieron la eliminación de las retenciones, aduciendo que era “más moderno” pagar el impuesto a las Ganancias, actividad que tampoco los convoca.

Los salarios no deberían ser los actuales sino más bajos para mantener la competitividad externa. Y, lógicamente, el Estado tendría que gastar menos, ya que los impuestos serían sustancialmente menores, para “alentar la inversión privada”. Siempre habrá tiempo para explicar que “alguna amenaza” –por ejemplo, el avance de la democratización social– desalienta la voluntad inversora. Por esa razón era –y es– tan importante para la elite instalar en el país un gobierno dócil, incapaz de generar ideas autónomamente: para ideas (o “no ideas”) ya están los organismos financieros internacionales y los think tanks capaces de presentar sus intereses particulares como “teorías objetivas”.

Para ver cómo funciona su sistema de “no ideas”, basta preguntarse sobre cuáles son sus posiciones con relación a los temas relevantes del siglo XXI.

¿Han elaborado alguna estrategia inteligente frente a la globalización, a los efectos desestabilizantes del descontrol de los flujos financieros? ¿Qué piensan sobre un nuevo proceso de reendeudamiento del país? ¿Hacen alguna referencia a establecer estrategias propias frente al cambio tecnológico, o a aprovechar la producción nacional de conocimientos para complejizar la producción? ¿Cómo ven a los crecientes desafíos ecológicos y a las nuevas formas de proteccionismo “verde” que provendrán de los países centrales? ¿Tienen alguna sugerencia con relación a la minería y a formas extractivas que no contaminen a los humanos, la tierra y el agua? ¿Qué piensan sobre la consolidación del Mercosur y sobre las trabas que colocan los lobbies empresarios a su profundización?

¿Proponen alguna idea para aprovechar las enormes ganancias obtenidas en la reciente década para acelerar el crecimiento nacional? ¿O entienden que la fuga de capitales es la mejor opción? Cuando critican el “elevado” gasto público, ¿están proponiendo sustituirlo por inversión propia? Según su visión, ¿quién debería hacerse cargo de la inversión de largo plazo, con alta rentabilidad social? Y de la pobre participación de la banca privada en el financiamiento genuino de actividades productivas e innovadoras, ¿qué opinan? Aparte de quejarse de la “inseguridad jurídica” por la falta de “clima de negocios”, ¿tienen alguna crítica en torno de sus propios comportamientos? ¿Generaron alguna reflexión sobre su responsabilidad en el destino nacional, en la regresión social de las últimas décadas? Cuando estalló la crisis mundial, tuvieron una oportunidad de proponerle a la sociedad ideas novedosas para afrontar la crisis y salir fortalecidos mancomunadamente... ¿Lo hicieron? ¿O es mejor el recurso de los despidos masivos?

¿Por qué reaccionaron frente al proyecto de distribución de utilidades a los trabajadores como conservadores indignados frente al surgimiento del estado de bienestar en el siglo pasado? Cuando hablan de modernidad, ¿a qué se refieren? Entonces, ¿en qué consiste para ellos el liderazgo empresario?, ¿en reclamar un reconocimiento social que surgiría por un mandato divino o por decreto presidencial? ¿O piensan que el país entero no está a su altura?

En el centro de sus desvelos no figura ninguna de estas preguntas. El gran tema que ellos viven como un “retroceso” es la recuperación de la autonomía política del Estado. Se puede comprender más su crispación si se echa una mirada a lo que ha venido pasando en buena parte de “Occidente”, sobre todo luego de la caída de la URSS y la crisis de la socialdemocracia. En los países centrales, y en muchos periféricos, se ha generalizado un modelo político supuestamente pluralista, pero basado en un único programa económico: la primacía de la rentabilidad privada sobre cualquier criterio social. De ahí la admiración por Chile, y recientemente por Perú: un rumbo inamovible, que fue definido por las elites locales, las firmas multinacionales y las embajadas que importan. Y luego, sí, que la gente vote lo que quiera, total... Esa herida política que tiene la elite local sigue sin cerrar. Justo ahora que el mercado descontrolado entró en crisis a nivel global, y el pensamiento de ellos –la política puesta al servicio de los negocios– cada vez convence a menos gente en todo el planeta.

* Economista UNGS-UBA.

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