ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
Grecia está pagando tasas de interés para la renovación de su deuda que muestra que está al borde la cesación de pagos, que en un intento para cuidar la reputación de la Unión Europea se la mencionaría como reestructuración de pasivos. Irlanda, Portugal y España se encuentran ante esa misma urgencia con intensidades diferentes. Grandes potencias como Francia e Italia también están ahogadas por una abultada deuda que presiona sobre sus presupuestos. La respuesta a esa emergencia ha sido la aplicación del recetario clásico del ajuste neoliberal. Por otras experiencias similares, entre las que se encuentra la argentina, se sabe que por esa vía sólo se profundiza la crisis de una deuda que es impagable en esas condiciones. Mientras avanzan los drásticos recortes en el gasto público y en la protección social, esta crisis está provocando una revisión general del pensamiento económico dominante. Pese a la resistencia de los sectores del poder económico, de las finanzas y de políticos conservadores, cada vez son más los economistas que se rebelan ante el patrón neoliberal, prevaleciente en gran parte del mundo académico, que se expande al sentido común de la sociedad. Un millar de economistas de 53 países, entre los que se encuentran Jeffrey Sachs, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, pidieron a los ministros de Economía del G-20 que establezcan un impuesto sobre las tran-sacciones financieras. En esa tarea de cambiar ese paradigma, emergió en septiembre del año pasado el grupo “economistas aterrorizados”, que reunió la adhesión inmediata de 630 profesionales de la ciencia sombría, cantidad que luego se fue incrementando, que desde Francia están alertando sobre el destino europeo si se persiste en el sendero del ajuste sólo para proteger al mundo de las finanzas. En su página web economistes-atte rres.blogspot.com presentaron un documento que es una buena guía para animar la discusión sobre las alternativas a las políticas actuales de la Europa acorralada, que tienen alcance por fuera de esas fronteras.
Los economistas aterrorizados, liderados por Philippe Askenazy, Thomas Coutrot, André Orléan y Henri Sterdyniak, elaboraron el manifiesto “Crisis y deuda en Europa: 10 afirmaciones falsas, 22 medidas a debatir para salir del punto muerto”. Consideran que la mayoría de los economistas que intervienen en el debate público lo hacen para justificar o racionalizar la sumisión de los políticos a las exigencias de los mercados financieros. “El software neoliberal siempre es el único que se reconoce como legítimo, a pesar de sus patentes fracasos”, apuntan. Ese “software”, basado en la eficiencia de los mercados financieros, recomienda reducir el gasto público, privatizar los servicios públicos, flexibilizar el mercado del trabajo, liberalizar el comercio, los servicios financieros y los mercados de capital, aumentar la competencia en todos los campos y en todas partes. Ante esas recomendaciones, que se llevan a la práctica con consecuencias sociales devastadoras, resulta ilustrativa la enumeración de esas falsas afirmaciones porque pone en discusión verdades consideradas absolutas en el debate económico. Ese decálogo es el siguiente:
1. Los mercados financieros son eficientes.
2. Los mercados financieros son favorables al crecimiento económico.
3. Los mercados son buenos jueces de la solvencia de los Estados.
4. El alza espectacular de las deudas públicas es el resultado de un exceso de gastos.
5. Hay que reducir el gasto para reducir la deuda pública.
6. La deuda pública traslada el costo de los actuales excesos a las futuras generaciones.
7. Hay que tranquilizar a los mercados financieros para poder renovar la deuda pública.
8. La Unión Europea defiende el modelo social europeo.
9.El euro es un escudo contra la crisis.
10. La crisis griega ha permitido avanzar hacia una verdadera solidaridad europea.
Los últimos tres puntos se refieren específicamente a la situación europea, pero los restantes ofrecen un compendio de los postulados con los que el neoliberalismo sigue batallando pese al derrumbe del Muro de Wall Street. Como señalan los economistas aterrados, la crisis ha dejado al descubierto el carácter “dogmático e infundado” de la mayoría de esas afirmaciones reiteradas hasta la saciedad por quienes toman decisiones en el mundo empresario y por una parte de los políticos. Mencionan en forma oportuna que “todavía hoy el G-20 persiste en la idea de que los mercados financieros son el buen mecanismo de asignación del capital. La primacía y la integridad de los mercados financieros siguen siendo los objetivos finales que prosigue su nueva regulación financiera”. Esta concepción predominante en los gobiernos de las potencias interpreta la crisis no como un resultado inevitable de la lógica de los mercados desregulados, sino como el efecto de la deshonestidad e irresponsabilidad de algunos actores financieros mal vigilados por los poderes públicos.
La crisis se ha encargado de demostrar que los mercados no son eficientes y que no permiten una asignación eficaz del capital, lo que vino a confirmar los diferentes trabajos críticos que habían puesto en duda esta propuesta. El mundo de las finanzas desregulado y globalizado no genera estabilidad económica sino todo lo contrario: infla los precios de los activos en forma excesiva e irracional generando burbujas financieras. Una de las afirmaciones más usuales que circulan en el espacio público se refiere a que la deuda pública abultada es la consecuencia de un despilfarro presente en detrimento de las generaciones futuras (postulado 6). Los economistas aterrados señalan que “es otra afirmación falsa, que confunde economía doméstica y macroeconomía”. Afirman que la deuda pública es, en realidad, un mecanismo de transferencia de riquezas de los contribuyentes hacia los rentistas. Explican que la reducción de impuestos a los sectores de mayor poder adquisitivo, instalada por la administración de Ronald Reagan en Estados Unidos a comienzos de la década del ’80, que luego se extendió a Europa, fue una política fiscal de redistribución regresiva que agravó de manera creciente las desigualdades sociales y los déficit públicos. Esa política fiscal ha obligado a las administraciones públicas a endeudarse en los mercados para financiar esos déficit así creados. Se denomina esa política económica efecto jackpot: “con el dinero ahorrado de sus impuestos, los ricos han podido adquirir títulos de la deuda pública emitida para financiar los déficit públicos provocados por la reducciones de los impuestos...”, ilustran. Ponen como ejemplo que el servicio de la deuda pública en Francia representa 40.000 millones de euros, casi tanto como la recaudación del impuesto sobre la renta. Y rematan: “tour de force tanto más brillante cuanto que han logrado hacer creer a la sociedad que el culpable de la deuda era el gasto público en funcionarios, jubilados y la salud pública” para justificar el ajuste en esos rubros.
Interpelar estas afirmaciones falsas y mostrar que existen otras opciones posibles y deseables en materia de política económica requiere señalar, primero, las presiones del mundo de las finanzas sobre los gobiernos, para luego instrumentar medidas que desnuden la ineficacia económica y su potencial destructivo en el plano político y social de la estrategia del ajuste.
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