ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
Los planes de ajuste en los países periféricos de la eurozona son presentados como las medidas necesarias para una economía desequilibrada fruto de la irresponsabilidad de gobernantes. El supuesto despilfarro en las cuentas públicas busca ser saneado con fuertes recortes en sueldos de empleados públicos y jubilaciones y con recursos adicionales originados de aumentos de impuestos y ventas de activos estatales. La raíz de ese déficit se encuentra en el sistema de moneda única europeo, que ha arrastrado a un desequilibrio estructural en la competitividad entre naciones centrales, Alemania y Francia, y las periféricas. Con el euro, las potencias europeas han mejorado su competitividad relativa. Esto tuvo como resultado un incremento del déficit de cuenta corriente de los países atrasados, que durante el período de bonanza han podido equilibrar con financiamiento de bancos alemanes y franceses. Esos créditos estuvieron orientados hacia el sector público y también al privado, que alimentó una burbuja de consumo. Esa inmensa deuda se encuentra hoy en los balances de esos bancos. Los brutales planes de ajuste, que sólo encuentran límites cuando la población alcanza su máximo nivel de tolerancia al despojo, están al servicio de cuidar las cuentas de los bancos. Se sabe que las sucesivas medidas de recortes del gasto público son recesivas y, por lo tanto, no permiten recuperar solvencia fiscal para pagar esa deuda. Los ajustes que vienen acompañados de rescates financieros del FMI y la Unión Europea son una estrategia para salvar a los bancos, a la vez de ganar todo el tiempo posible antes de declarar el inevitable default, abierto o maquillado con la denominación de reestructuración voluntaria de deuda. En ese lapso, los bancos tuvieron la oportunidad de ir disminuyendo su exposición crediticia a esos países en crisis, cobrando al vencimiento con el dinero aportado por el FMI y la UE, que pasan a ocupar el lugar de principales acreedores.
En Grecia, Irlanda, Portugal y España se exhibe en toda su dimensión esa lógica de funcionamiento de las finanzas globales, que confirman que son un potente factor de desestabilización de las economías. El jueves pasado, el gobierno griego aprobó un nuevo y más duro programa de austeridad económica. Con la táctica del miedo, el primer ministro, Giorgios Papandreu, convocó a la población a aceptarlo, advirtiendo que su país está en una “encrucijada definitiva” y que las semanas próximas serán críticas. Hasta fines de 2011 propuso un ahorro de 6400 millones de euros (unos 9300 millones de dólares), y hasta 2015, otros 22.000 millones de euros (unos 32.000 millones de dólares). Además, el Estado se propone reunir a través de privatizaciones y venta de sus bienes inmuebles otros 50.000 millones (unos 72.000 millones de dólares).
Esta estrategia tiene como objetivo principal proteger a los bancos de los países centrales de la Eurozona. Los rescates no son para salvar a países periféricos irresponsables en el manejo de sus económicas, sino a bancos que apostaron a maximizar sus ganancias con préstamos irresponsables durante toda la década pasada. Las cifras de exposición crediticia de los bancos de los países centrales en Grecia son elocuentes. Según el Banco de Pagos Internacionales (BPI) de Basilea, organización internacional que sirve como banco para los bancos centrales, las financiaciones externas del sector bancario a Grecia estaban lideradas a fines de 2009 por las entidades francesas, con 78.818 millones de dólares (40,8 por ciento del total), seguido por las alemanas, con 45.003 millones de dólares (23,3 por ciento), por las británicas, con 15.352 millones (8,0 por ciento) y por las holandesas, con 12.209 millones (6,3 por ciento). Las dos potencias europeas concentraban el 64 por ciento de los 193.062 millones de dólares que los bancos entregaron al país que alberga el Partenón de Atenas.
Desde el estallido de la crisis, el FMI y la UE han sometido a Grecia a los ajustes más humillantes a cambio de liberar paquetes financieros de auxilio. Fondos destinados a saldar deuda con esos bancos. La dinámica perversa de esos planes que son presentados como salvadores es que los gobiernos centrales no exponen con transparencia que están saliendo a rescatar directamente a los bancos. Se presentan como préstamos a países periféricos en crisis financiera con el argumento de que una eventual cesación de pagos tendría un costo mayor para Europa y su población. En realidad, esos millonarios recursos están destinados a salvar a los bancos, en un proceso de migración de acreedor hacia instituciones internacionales (FMI) o supranacionales (Unión Europea).
En el documento publicado en una edición especial de Critical Review, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz escribió: “La anatomía de un asesinato: ¿quién mató la economía estadounidense?”, afirmando que la causa fundamental de la crisis fue el comportamiento de los bancos y, en términos generales, del sistema financiero.
Otros actores contribuyeron a esta debacle, entre los que destaca Stiglitz a las agencias calificadoras de riesgo, financiadas por los mismos bancos, la Reserva Federal, grandes inversores especulativos y economistas. La desregulación del mercado financiero y su falta de controles, junto a la voracidad de los banqueros para conseguir ganancias a corto plazo con el continuo asesoramiento de economistas “expertos”, son los responsables de esta crisis financiera.
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