ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
La evolución histórica de la economía argentina ha sido materia de estudios académicos por sus recurrentes crisis o por períodos de bonanza extraordinaria. En esas investigaciones se la ubicó en una categoría especial, fuera de normas generales. Esa definición puede ser una licencia de hombres de las ciencias ante la imposibilidad de entender los motivos de tantas penurias y euforias en un país tan rico en recursos naturales y humanos. Con la actual crisis internacional tienen otro particular comportamiento argentino para sumar a esa incomprensión. Los agentes económicos con excedentes compran dólares en cantidad. Durante décadas, con Estados Unidos como potencia avasallante y con debacles seguidas en la economía doméstica, el refugio en el billete verde ha sido la explicable conducta económica, social y cultural para preservar el capital de su evaporación. El actual escenario de la economía mundial y local es otro, con un factor distintivo que es la presencia de una desconocida incertidumbre sobre las perspectivas de esa moneda universal. No son secretas las dudas que existen a nivel global sobre la continuidad de la hegemonía del dólar. Pese a ello, en pocos otros países se mantiene la fidelidad al dólar como en Argentina. Hasta las principales bancas centrales y las dos potencias asiáticas con más activos en dólares, China y Japón, han empezado a disminuir lentamente sus reservas en esa moneda. Frente a ese mundo en crisis, el oro, la plata, materias primas y otros activos tangibles, como inmuebles y campos, se han convertido en refugio ante la debacle de las economías que aún son consideradas potencias.
Por la ansiedad que demuestran por atesorar dólares parece ser que ese panorama internacional no les provoca inquietud a pequeños, medianos y grandes compradores compulsivos de billetes verdes en el país. Pero deberían estar advertidos de que los principales tenedores de dólares fuera de Estados Unidos admiten –en los hechos– que se enfrentan a un dilema de supervivencia: gran parte de sus reservas está colocada en una moneda que se debilita, pero no pueden desprenderse de ella en forma inmediata sin autoinfligirse un daño mayor. En ese inestable equilibrio de la arquitectura financiera internacional comienzan a desarrollar una lenta pero persistente diversificación de activos. El oro emerge como uno estratégico, de refugio frente a un contexto mundial que está transitando la decadencia del reinado de la moneda hegemónica. Por ejemplo, en los dos últimos meses el Banco Central de Corea del Sur hizo sus primeras compras de oro en el mercado mundial en 13 años, por un total de 25 toneladas de oro con el fin de diversificar sus reservas, elevándolas a un total de 39,4 toneladas. Tailandia también incrementó sus compras de oro. A fines de junio sus reservas de oro habían aumentado un 15,5 por ciento, al sumar 4,07 millones de onzas. En 2010, el Banco Popular de China fue el mayor comprador en toneladas adquiriendo 454, seguido por India y Rusia. El World Gold Council (Consejo Mundial del Oro) ha publicado una actualización de las “Reservas oficiales mundiales de oro”, a agosto de 2011. La lista la encabeza Estados Unidos con 8133,5 toneladas, que representan el 74,2 por ciento de sus reservas en divisas. Alemania le sigue con 3401,0 toneladas de oro, el 71,4 por ciento de sus reservas en divisas. Las reservas de oro de Rusia aumentaron en julio 6,2 toneladas hasta las 836,7. Argentina ocupa el puesto 42º con 54,7 toneladas, equivalentes a 5,1 por ciento de sus reservas en divisas, según el Consejo Mundial del Oro. Una estrategia prudencial del Banco Central indicaría que esa proporción debería ser más elevada teniendo en cuenta los movimientos que están realizando las potencias emergentes.
El oro está registrando un recorrido alcista de diez años durante los cuales su precio se multiplicó casi por cinco. A fines de 2009, el oro se negociaba a 1200 dólares la onza (28,349 gramos; y la troy, 31,103); hoy cotiza por encima de los 1700. Esos valores nominales impactan porque superan máximos históricos. Pero en términos reales, ese precio se encuentra todavía por debajo de los 850 dólares que alcanzó en enero de 1980: la cotización del oro ajustada por la inflación de ese período debería estar cerca de los 2000 dólares la onza para ser equivalente a ese valor. El oro es el rey de los commodities pese a que no paga ni intereses ni dividendos, por lo tanto su renta está vinculada exclusivamente con la evolución de su precio. Si se observa el precio del oro en dólares y la inflación en los Estados Unidos, se observa que la fama del oro como refugio de la inflación estuvo bien ganada en la década del ’70, cuando esa variable se disparó. En ámbitos académicos de los países centrales una de las opciones que se sugieren para hacer más manejable la abultada deuda de Estados Unidos, como la de países europeos, es la inflación que la licuaría, antes de aplicar un default con quita y refinanciación de pasivos que afectaría inmediatamente el patrimonio de los bancos.
El recorrido del precio de un activo en términos nominales y reales ajustado por inflación resulta muy ilustrativo. Es un sendero complejo de abordar, puesto que con el oro o incluso con el dólar actúa lo que se conoce como ilusión monetaria. Afecta a gran parte de los agentes económicos. Tienen la impresión de haber aumentado su capacidad de compra por alzas en valores nominales sin calcular el alza del resto de los bienes, que en algunas ocasiones produce una pérdida del poder adquisitivo del dinero. La ilusión monetaria genera la creencia de ser más rico por el incremento nominal del capital pese a que en términos de la capacidad adquisitiva es igual o menor que antes de esa suba. Por ejemplo, un millón de dólares de hoy no compra lo mismo que hace veinte años, aunque ese monto de dinero sigue siendo importante. Incluso el oro que hoy cotiza en valores nominales máximos, en términos reales todavía se encuentra por debajo de su record.
La ilusión monetaria interviene con intensidad en períodos de alta inflación. Aunque ese comportamiento está adquiriendo otra característica, que no se refiere a ese concepto original, sino que se redefine a partir de un fenómeno nuevo consistente en la pérdida de la hegemonía monetaria del dólar. La cuestión más fascinante y llena de incertidumbre de la actual crisis global reside en que ese patrón dólar está tambaleando. La patología argentina con el dólar no sufrirá una terapia de shock, puesto que los procesos de decadencia no son automáticos. Aunque esa conducta no deja de ser extraña cuando la actual crisis se desarrolla con final abierto, pérdida adquisitiva del dólar y un sistema monetario mundial futuro desconocido. Por lo pronto, el Premio Nobel Joseph Stiglitz afirmó que “el sistema de reserva global basado en el dólar ya está desgastado: el dólar demostró no ser una buena fuente de almacenamiento de valor”.
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