ECONOMíA
› TRAS SALVARSE DE OTRO ESCRACHE EN NUEVA YORK
Ahora Cavallo es optimista
› Por Julio Nudler
Al final, Domingo Cavallo consiguió ahorrarse el escrache que amenazaba convertir una vez más en escándalo su charla de anteanoche en la neoyorquina Universidad de Columbia. Como informó anteayer Página/12, el mediterráneo compartía el podio con Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, un año de recuerdos tan ingratos para el cordobés. Para prevenir los tumultos y las agresiones que enturbiaron una visita anterior suya a esos claustros, los convocantes montaron un celoso filtro de patovicas en el acceso al Jerome Green Hall, permitiendo el ingreso sólo a quienes demostrasen pertenecer a Columbia. La consigna fue ahuyentar a los “zurditos” –como los denominara Sonia Abrazian de Cavallo– de la New York University, sospechados de montar la campaña de denuncia contra quien fue ministro de Menem y De la Rúa. En cuanto al contestatario Stiglitz, la velada no empezó para él de la mejor manera, ya que su copanelista argentino se retrasó veinte minutos, no pudiendo el ex economista jefe del Banco Mundial ocultar su malhumor.
Sin embargo, no todos fueron gestos hoscos al paso de Cavallo, quien cuenta con una pequeña hinchada de estudiantes argentinos de administración y alguno de economía. Además de tomar lugar en la platea en torno de Sonia, esos fans suelen reunirse los lunes con el marido para discutir sobre la coyuntura argentina. A propósito de esto, luego de una tediosa introducción leída que duró veinte minutos y en la que culpó de todo el desastre a la pelea Menem-Duhalde y a los caudillos provinciales, Cavallo manifestó sentirse repentinamente “optimista, muy optimista”, porque las cosas en la Argentina “se presentan ahora mucho mejor”.
Este inesperado juicio no se refería a los logros de Roberto Lavagna, sino al presunto convencimiento del Senado de que debe expulsar a Luis Barrionuevo. Cavallo se consagró durante un cuarto de hora a referir la nefasta influencia del dirigente funebrero, bajo la atónita mirada de Stiglitz y el desconcierto de muchos asistentes que, según los informantes de este diario, se preguntaban “so, who’s that guy Baronuevo?”. Finalmente, saliendo al cruce de referencias críticas que había deslizado Stiglitz, Cavallo restó importancia a la interferencia del FMI durante su gestión. Sin embargo, luego, olvidando lo dicho, al referirse al segundo semestre de 2001 remarcó lo limitado que estaba por los planteos del Fondo.
Además de defender las privatizaciones, que Stiglitz cuestionó, Cavallo sostuvo que debió haberse abandonado la convertibilidad en 1997 (él dejó de ser ministro el año anterior), tras lo cual se dedicó a criticar a economistas estadounidenses como Allan Meltzer y Charles Calomiris por haber sostenido hace dos años que la Argentina debía restructurar su deuda. Dijo que Duhalde se dejó influir por ellos y por los gobernadores, ávidos por licuar sus gigantescas deudas. En cambio elogió el reciente fallo de la Corte en favor de la redolarización porque, según el creador del corralito, tiende a restablecer los derechos de propiedad.
En su intervención, Stiglitz no habló sobre la Argentina en particular, pero al emprenderla contra el Consenso de Washington y las privatizaciones, entre otros clásicos neoliberales de los ‘90, sin decir nada nuevo estaba atacando a su ocasional partenaire. Pero éste no recogió el guante de la manera colérica que le es propia. Se dio al menos sí el gusto de refutar al Nobel, quien ve para el país una salida exportadora, afirmando que las ventas externas no podrán expandirse significativamente por la falta de inversiones.