Sáb 22.03.2003

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

¿Ahora con quién se habla?

› Por Julio Nudler

La Unión Europea dibujó este mes un curioso mapa que, además de fijar sus límites –que en el 2007 incluirán a 27 países, para incorporar más tarde a Turquía y los Balcanes–, añade un cinturón de otras naciones con las que se propone mantener especiales nexos políticos y económicos. Notablemente, ese entorno o área de influencia llega hasta el borde mismo de Irak, ya que incluye a Siria y Jordania, además de Israel, Palestina y Libia, entre otros países árabes. Un documento de la Comisión Europea plantea el propósito de establecer con todos ellos relaciones comerciales preferenciales y, además de otros objetivos, actuar en la prevención de conflictos. Si bien con la definición de esta periferia se les está diciendo a esos países que no hay ninguna intención de admitirlos dentro de la UE, no puede dejar de advertirse que, por estos días, Estados Unidos está abriéndose camino, a golpe de misil, hacia Bagdad para instalarse allí como potencia con control sobre toda la región. A primera vista, Cercano y Medio Oriente serán un vasto y complejo territorio en disputa entre los dos mayores polos del capitalismo mundial. Con el apabullante poderío militar que EE.UU. estacionó en esas latitudes, no puede pensarse que el partido se jugará sólo en términos de competitividad y eficiencia económica. Sin que se insinúe siquiera, por irrazonable, un peligro de confrontación armada, la supremacía bélica condiciona ya el diálogo entre quienes fueron hasta ayer estrechos socios en la Alianza Atlántica. Como quedó evidenciado en las últimas semanas, las palabras sirven de muy poco, sean las de Chirac o las del Papa.
Esto no significa que no haya, potencialmente, terceros en discordia. El economista Jorge Gaggero apunta provocadoramente que medio siglo después del ascenso del maoísmo y su principio de la guerra popular prolongada, ésta es sustituida por la guerra imperial prolongada, tal cual se la plantea Estados Unidos, suerte de peligro blanco (con toques multicolores) que remplaza al peligro amarillo. La paradoja –añade Gaggero– es que, entretanto, China no sólo abandonó el maoísmo sino que adoptó un capitalismo altamente dinámico, que preocupa a los estadounidenses, cuya economía está perdiendo aire y no es por estas fechas la locomotora mundial que supo ser. Es válido entregarse al juego de imaginar cuál es la confrontación estratégica que se esconde tras esta escaramuza estadounidense en Irak.
Lo cierto por ahora, sin embargo, es que EE.UU., que es algo así como 300 veces Irak en términos militares y económicos, está por vencer en esta segunda expedición al Golfo, y que, por más dudas que suscite el porvenir –la llamada “posguerra”–, el orden mundial será remodelado en detrimento de la multilateralidad. La pregunta es si ese rediseño abarcará también a instituciones como el Fondo Monetario, que, debe recordarse, en la visión de los halcones republicanos debería simplemente desaparecer junto con el Banco Mundial.
Economistas como Guillermo Mondino piensan, con todo, que no habrá grandes cambios. Imagina sí que, más aún de lo que ya ocurría, en adelante cuando un país vaya al Fondo deberá hacer una parada previa en el Departamento de Estado, donde le preguntarán de qué lado estuvo en la guerra contra el terrorismo y el eje del mal. Pero tiene a los norteamericanos por pragmáticos, de modo que si el interrogado es Brasil, aunque no pueda responder satisfactoriamente, buscarán ayudarlo para evitar males mayores. Con la Argentina nunca serán tan considerados. De todas formas, puede que nadie tome muy a pecho las declaraciones del presidente Duhalde, que rechaza esta guerra y la tilda de injusta, pese a haber vicepresidido en su momento el gobierno que mantuvo relaciones carnales con EE.UU. Otros analistas ven difícil que Washington pueda ejercer sobre el FMI una influencia mayor aún que la que ya ejerce. Se ha visto con qué generosidad el Fondo acudió en auxilio de Turquía o Paquistán, para satisfacer intereses estratégicos de la superpotencia. Esto querría decir que, a diferencia del Consejo de Seguridad, en cuyo seno el reparto de poder responde a un mundo desaparecido, en el FMI el aggiornamento ya tuvo lugar.
Pero, más allá del grado en que esto haya ocurrido, el Fondo enfrenta, como organismo multilateral, un futuro complicado, de pobreza y manipulación. Si sus recursos son ya hoy insuficientes frente a la magnitud de los problemas causados por los anárquicos flujos de capital, no se ve que en el futuro reciba aportes de capital sustanciales. Baste decir que Estados Unidos es el principal aportante. Pero, además, la orientación de esos recursos responderá más que nunca a prioridades estratégicas norteamericanas. Los fundamentals y la sustentabilidad sólo revestirán relieve para países situados fuera de las zonas calientes.
Esto plantea un escenario poco amigable para la Argentina (pudiendo decirse algo similar de Brasil). Mientras el país no recupere el acceso a los mercados de capitales –y es razonable contar con que por mucho tiempo no podrá venderle un bono a nadie–, su principal fuente de financiación externa serán el Fondo, el Banco Mundial y el BID, todos los cuales –señálese por añadidura– consideran que tienen demasiada (no demasiado poca) plata prestada a esta república. De modo que, más allá de las gotas que pueda inyectar la inversión externa directa, sólo el superávit comercial podrá aportar los dólares necesarios para afrontar la deuda si se decide salir del default. Además, el Estado debería ahorrar (superávit fiscal) lo necesario para poder comprarlos. Pero ésta es una historia ya conocida que le tocará al afortunado sucesor de Duhalde.
Durante los últimos años, los ministros de Economía argentinos juntaron mucho millaje recorriendo capitales a ambos lados del Atlántico Norte en busca de respaldo político para paquetes de salvamento y reprogramaciones. Eran tiempos en que el Grupo de los Siete conservaba cierta armonía, al menos para hilvanar un discurso común, y algún sentido. Ahora, en cambio, se instaló la discordia, al punto de que hasta resulta extraño que un alemán pueda ejercer la conducción del Fondo. La pregunta es cuánto tardarán en conciliar sus diferencias los líderes del capitalismo. Cuánto habrá que esperar para que vuelva a haber interlocutores del otro lado del estaño, más allá del Departamento del Tesoro. Cuestión de no poca importancia para la Argentina, que tiene en vigencia un acuerdo efímero con el FMI. ¿Tendrá que prepararse para otra guerra larga?

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