Vie 28.03.2003

ECONOMíA  › AUTOALABANZA Y JUSTIFICACION DE REMES LENICOV

Gloria y loor, honra sin par

› Por Julio Nudler

“Nadie elige el tiempo y el mundo en que le toca vivir”, dice en algún lugar, como reclamando comprensión, esta suerte de memoria y balance que Jorge Remes Lenicov y dos de sus más estrechos colaboradores redactaron para responder a las críticas que atrajo sobre sí su forma de manejar la crisis en los primeros cuatro meses de 2002, que siguieron al estallido de la convertibilidad. Si algo impresiona en las 52 carillas del texto es la intención de presentar la estabilización de la economía, claramente posterior a la renuncia de ese primer equipo del presidente Duhalde, como un fruto de las medidas adoptadas por Remes. El haber evitado la hiperinflación es un mérito que también reivindica como propio Roberto Lavagna. Quizá los dos tengan razón y deban repartirse el trofeo.
En concreto, según afirman Remes, su viceministro Jorge Todesca y Eduardo Ratti (Legales), las medidas ejecutadas durante los primeros meses de 2002 cumplieron con los objetivos planteados: frenar la caída de la actividad y comenzar a reactivar; evitar la hiperinflación; contener la explosión social e iniciar un nuevo ciclo de crecimiento. Esta descripción no coincide exactamente con la que quedó en la retina de quienes vivieron aquellos terribles meses. Y, por otra parte, la caída de aquel equipo coincidió con el mayor pico inflacionario: 10 por ciento de salto mensual en los precios minoristas y casi 20 en los mayoristas, resultado de una flotación cambiaria aplicada bajo la presión del Fondo Monetario, pero sin contar con el respaldo de un acuerdo.
En todo caso, los autores indican que “los primeros meses del año (2002) constituyeron una primera etapa, necesaria, particularmente tensa y compleja, en la cual, más allá de las diferencias de criterio que puedan tenerse sobre algunas de las acciones instrumentadas, se establecieron los fundamentos básicos de una economía en sintonía con el mundo moderno (al que, pese a las críticas que podamos tener hacia las reglas que lo rigen, no podemos sustraernos). Fue en este período –aseguran– cuando se sentaron las bases para hacer funcionar a nuestro país bajo los principios de una economía normal. El programa –dicen– tuvo su lógica y coherencia interna. Esto explica que pese a la prédica de algunos sectores y analistas interesados, no sobrevino la hiperinflación”.
“La verdadera estafa (no sólo hacia los ahorristas, sino también hacia todos aquellos argentinos que carecen de ahorros y de trabajo) ha sido el ocultamiento de la realidad, que precisamente originó el corralito de diciembre 2001”, se lee en otro momento. Una vez más, sobre este documento flota, indisimulable, una pesada culpa, que Remes procura endilgarle a sus antecesores, en particular Domingo Cavallo. En realidad, Remes no había estado entre quienes advirtieron a los argentinos acerca del desastre que se aproximaba.
Hacia el final, Remes y sus colaboradores señalan que “cuando se enfrenta una aguda depresión no se pueden distribuir beneficios sino pérdidas”, agregando que “es necesario que las pérdidas sean distribuidas con equidad y que nadie obtenga beneficios indebidos con motivo de la crisis”. Que haya habido equidad en el reparto de los costos de la crisis es seguramente el supuesto más audaz de todos los que figuran en este relato autobiográfico de una gestión arrasada por la crisis.

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