Dom 27.11.2011

ECONOMíA  › OPINION

Quien quiera oír

› Por Alfredo Zaiat

Tres últimos discursos de CFK pronunciados con diferencia de pocos días en la planta de General Motors, en la celebración de la Unión Industrial y en la remodelación de un hangar de Aerolíneas Argentinas, han reafirmado que en la gestión kirchnerista, que el 10 de diciembre comienza un tercer período presidencial, la economía y la política no están separadas. Y seguirá de ese modo si se lee con atención cada una de las palabras de esos discursos. Por eso resulta llamativa la sentencia “agotamiento del modelo” expresada por voceros de la ortodoxia y de cierta intelectualidad progresista. Es como si después de tantos años de observar cómo se desempeña un gobierno todavía no pudieran comprender la dinámica de su proyecto político, que es algo diferente a un “modelo económico”. Este último concepto es propio de laboratorios académicos que aceptan un esquema de poder donde la economía predomina sobre la política. En cambio, un proyecto tiene objetivos políticos que a través de la política económica va adaptando instrumentos en función de cumplir esas metas, al tiempo que se dedica a establecer la base para alcanzarlos. El kirchnerismo lo ha expuesto en forma permanente: sostener un crecimiento a tasas elevadas que permitan la industrialización, generar empleo e inclusión social, con una presencia activa del Estado.

En ese marco, los superávit en el frente fiscal, del comercio exterior y de la cuenta corriente, además del desendeudamiento, son variables clave para entender los momentos políticos como las iniciativas económicas del kirchnerismo. Sin mencionarlos explícitamente, pero en extensos párrafos de esos discursos, CFK fue contundente sobre el objetivo de consolidarlos y que disputará esa batalla. No eludió ninguna. Reclamó la reinversión de utilidades de multinacionales. Informó que sabe quién es quién en la compra de dólares en el mundo empresario. Criticó el frenesí financiero especulativo que acorrala a las economías centrales. Demandó mayor compromiso exportador y de sustitución de importaciones. Destacó que cuidará los recursos públicos. Planteó cuáles considera que son los desafíos en el mercado laboral en los próximos años y el rol que le cabe al sindicalismo. Habló de competitividad, inflación, inversión, salarios y subsidios enfatizando que todo es para cumplir el objetivo de crecimiento con inclusión social, descartando la receta neoliberal Metas de Inflación. Pese a ese detalle no menor, la ortodoxia y sus voceros calificados resumieron el mensaje en su propio deseo: “ajuste”, como si esa palabra los excitara hasta niveles insospechados.

Desde el mismo comienzo de su gestión, en 2003, el kirchnerismo estableció como norma de supervivencia para gobernar que los saldos de las cuentas fiscales y externas sean positivos y, cuanto más, mejor. Esta sobreexigencia en materia económica es profundamente política, y éste es uno de los puntos fundamentales que el análisis convencional minimiza. En la estructura del poder en el país y en la vocación de fugar capitales de la burguesía local, esos superávit económicos son indispensables para que la legitimidad política obtenida en las urnas pueda ser ejercida en forma consistente frente a diversas corporaciones, que ante algún signo de debilidad arremeten, como se observó en las últimas semanas en el mercado cambiario. En estos años quedó demostrado que resultados superavitarios amplían los estrechos márgenes de autonomía de la política económica. Para evitar su angostamiento, que en otros países sería una situación holgada, el día después del contundente triunfo el Gobierno aceleró iniciativas que involucraron a esos tres frentes.

La que generó más ruido fue el régimen de control de compra de divisas. La intensificación de la fuga de capitales sumada a la remisión de utilidades de empresas extranjeras provocará que este año la cuenta corriente termine con un leve déficit. Este desequilibrio incorpora la restricción externa, que estaba alejada, como un factor de perturbación macroeconómico. Pese a que ha disminuido considerablemente la carga de los pagos de deuda y que los términos de intercambio siguen siendo favorables, la dolarización de excedentes y el giro al exterior de ganancias impulsó medidas para mejorar la administración pública de divisas. Se eliminó el privilegio de petroleras y mineras sobre sus dólares de exportación, que ahora deberán ingresarlos a la plaza local. Se dispuso la repatriación de inversiones millonarias en el exterior de aseguradoras. Se implementó el sistema de verificación patrimonial previa a la adquisición de dólares. Y, si bien CFK tranquilizó a multinacionales de que no se prohibirá la remisión de utilidades, el Gobierno las está persuadiendo de no hacerla. De todas esas iniciativas, esta última es la única que tiene un componente voluntarista, que ya se sabe no tiene mucho éxito cuando se trata del destino del dinero.

El saldo positivo de la balanza comercial es otra variable importante. Este frente ha sido el primero que fue atendido por el Gobierno. Desde fines del año pasado, y con más intensidad a lo largo de éste, desde la Secretaría de Comercio Interior se emprendió una cruzada para preservar el superávit de esa cuenta. Como ya se mencionó, los términos de intercambio se mantuvieron positivos con elevados precios internacionales de las materias primas de exportación. El fuerte crecimiento económico incrementó la importación de bie-nes intermedios para la industria, en eslabones faltantes de una estructura desarticulada por décadas de políticas neoliberales. Además aumentó la compra externa de combustibles para acompañar ese ritmo de crecimiento del Producto. Sin intervención pública, la cuenta comercial apuntaba a una fuerte caída, pero con medidas de administración del comercio exterior (licencias automáticas, antidumping y limitaciones ad hoc), el resultado se ubicará por encima de lo estimado por el equipo económico. Por supuesto, será mucho más alto que los pronósticos de economistas del establishment, con el papelón de uno de ellos (Alfonso Prat Gay), que hace pocas semanas afirmaba sin pudor que se había evaporado el superávit comercial. El 2011 terminará por encima de los 10 mil millones de dólares. En esa línea de preservar esa cuenta se inscribe la estrategia oficial no convencional de exigir a importadores, grupos nacionales y multinacionales que exporten por igual monto de sus compras externas. Las automotrices ya se comprometieron a cumplir con esa regla no escrita. Esa negociación sector por sector la lidera el secretario Guillermo Moreno, y una de ellas, realizada con distribuidores y productores cinematográficos, ha sido contada en una notable crónica de Carlos Burgueño en Ambito Financiero del miércoles pasado.

En el frente fiscal, la reducción del superávit pese a los aportes de la Anses y el BCRA, que cambia a déficit al incorporar la cuenta financiera, se explica porque en el 2009-2010 la estrategia fue de expansión del gasto para amortiguar los costos de la crisis internacional, primero, y luego para poder retomar el sendero de crecimiento elevado. En 2011, el proceso electoral incorporó otro factor expansivo de las cuentas fiscales. La decisión de eliminar subsidios, medida que el Gobierno no pudo imponer en 2008, tiene un componente fiscal indudable. Este tiene un efecto a dos puntas: por un lado, es restrictivo de la demanda agregada en una perspectiva de menor crecimiento por la crisis internacional, y por otro, en caso de poder recuperar un mayor margen en las cuentas públicas, permitiría una acción expansiva más cómoda en áreas sensibles de empleo y social en un año próximo que se presenta más apretado.

En tres discursos de CFK de la última semana se expresó con nitidez la pretensión oficial de recobrar y mantener los superávit fiscal y externo en el comienzo de su segundo mandato. Esa estrategia no es por “agotamiento” o “ajuste”, como es interpretado por economistas de la city que siguen sin considerar que el actual proceso es dinámico y adaptativo según determinadas condiciones. La gestión kirchnerista ha demostrado en más de una ocasión que apela a diversos instrumentos de política económica para dar respuesta a cuestiones inmediatas, que están subordinadas a un proyecto político explicitado, antes por Néstor Kirchner y ahora por CFK, en reiteradas oportunidades en sus muchos discursos. Lo han dicho tantas veces que es llamativo que todavía no sea registrado por la ortodoxia, para oponerse con sagacidad, o por cierta heterodoxia, para saber cómo criticarlo.

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