ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
Existe aún el convencimiento general que el cargo de ministro de Economía debe ser ocupado por un “profesional”, como se autodefinen los economistas de la vertiente ortodoxa, forma de descalificar al resto de sus colegas que no piensa como ellos. Técnico, con conocimientos académicos, y abundantes credenciales de aprobación del establishment es el perfil de seriedad aceptado por el sentido común. Ese tipo de especialista sería el que sabe cómo conducir la economía a la prosperidad en un sendero de estabilidad. Una referencia inmediata de esa descripción la ofrece hoy la Europa en crisis, al ocupar ese lugar, entre otros, Mario Draghi, nuevo titular del Banco Central Europeo, Lucas Papademos, primer ministro griego, y Mario Monti, premier italiano que reemplazó a Silvio Berlusconi. Como antecedente, a ellos tres los une una misma correa de transmisión: Goldman Sachs. Draghi fue vicepresidente para Europa de ese banco de inversión estadounidense de 2002 a 2006; Papademos fue gobernador de la banca central griega de 1994 a 2002 y desde ese cargo participó en el maquillaje de las finanzas helenas que facilitó la colocación de deuda por parte de Goldman Sachs; y Monti fue empleado de esa entidad como consejero internacional en 2005.
Si se hiciera un listado de los candidatos a ministro de Economía preferidos del establishment, los mismos economistas que circulan por gran parte de los medios, se encontrará también correas de transmisión semejantes. Esa experiencia fue vivida en Argentina en varios momentos históricos pasados: el alquiler del manejo de la economía al mundo empresario y de las finanzas. Por el Palacio de Hacienda transitó un equipo liderado por un delegado de la Fundación Mediterránea (Domingo Cavallo), otro de la ultraortodoxa CEMA (Roque Fernández), uno de la liberal FIEL (Ricardo López Murphy), de un grupo económico (Miguel Angel Roig y Néstor Rapanelli, de Bunge & Born) y un conspicuo miembro de la Sociedad Rural y director de Acindar (José Alfredo Martínez de Hoz). La existencia de un poder paralelo en Economía ha significado uno de los principales disciplinadores del área política de los gobiernos. La irrupción del kirchnerismo implicó un cambio sustancial en la lógica de la designación del encargado de ocupar ese cargo.
Los ministros de Economía han tenido históricamente un lugar relevante en los gabinetes nacionales. Las crisis periódicas los colocaban por encima de sus colegas de la administración, hasta llegar a niveles de compartir espacios de poder con el mismísimo Presidente de la Nación. Esta distorsión ha sido una manifestación más de los profundos desequilibrios que se expresaban en las variables de la economía. A la vez, el poder político reflejaba su debilidad al aceptar a los “profesionales” que le ofrecían diversos grupos de presión. La labor de esos economistas quedó asociada a la de un técnico insensible, preocupado fundamentalmente en congraciarse con el poder económico. La de una persona que habla de cosas que a la mayoría no le interesa ni entiende. Se erigieron en voceros de intereses del poder económico y de empleados calificados que proclaman lo que los bancos y grupos económicos quieren que diga y haga. Se constituyeron en una sociedad de cuentapropistas con diploma de licenciados en Economía reunidos en un centro de estudios financiado por grandes empresas para influir en la sociedad y en gobiernos.
Una de las contribuciones más relevantes del kirchnerismo ha sido el desplazamiento de los centros de decisión de la administración central de ese “economista rey”, que establecía qué es lo que se podía hacer y no hacer en materia económica, con un supuesto saber técnico pero eminentemente político e ideológico conservador. Esto no significa que variados lobbies no busquen tener influencia ni que no haya empresarios cortesanos del poder siempre bien posicionados para conseguir oportunidades de negocios. Pero ese cambio conceptual sobre lo que significa la economía y el ministro a cargo, espacio donde se dirimen intereses y poder, y la acción política, como ordenador del rumbo económico, es lo que permite comprender con mayor complejidad las diversas iniciativas de estos años. También cómo se ha organizado y funcionado la estructura del gobierno de Néstor Kirchner, del primer mandato de CFK y de su segundo que comienza hoy. Si se entendiera esa forma de gestión se podría captar con más precisión las resistencias que provoca la actual experiencia política.
Una expresión de esa incomprensión es la reiteración de observaciones de politólogos y formadores de opinión que indican que los ministros no tienen autonomía del Poder Ejecutivo para tomar decisiones. Esa evaluación es de una rusticidad asombrosa, mostrando más las limitaciones analíticas de quienes la exponen que las de los propios funcionarios en la gestión. La pretensión de independencia de colaboradores directos de la presidencia es una contradicción de por sí. Su enunciación es un acto-reflejo de lo que desean sobre cómo debería funcionar un gobierno: políticos subordinados a ministros-técnicos que, a la vez, deben ser representantes de facciones del poder económico. El kirchnerismo ha ubicado al ministro de Economía al nivel del resto de sus colegas de gabinete, e incluso ha distribuido entre otros funcionarios áreas de su influencia y, si se mide por resultados, no parece haber sido una estrategia equivocada.
El vínculo del saber técnico con el ejercicio político no implica desconocer lo primero, sino colocarlo en un lugar adecuado sin menospreciarlo, pero sin que sobrepase el necesario espacio de aportes. Las soluciones técnicas a problemas económicos no sirven si no están subordinadas a un programa global dominado por la orientación política de un gobierno. El largo conflicto con un sector del campo brindó un aprendizaje práctico sobre esa dinámica. Los derechos de exportación móviles a cuatro cultivos claves eran una medida favorable para el sector agropecuario (hoy las retenciones serían más bajas), pero no pudo superar los límites que emergieron desde la política. Por eso lo relevante son las decisiones estratégicas, el rumbo que se define y la acumulación de fuerzas para implementarlas más que el aporte tecnocrático de los economistas. Estos no están en condiciones de definir las políticas centrales de un gobierno. Deben ser técnicos sometidos a esos objetivos. La clave es que en esa tarea deben ser lo suficientemente capaces para colaborar con iniciativas efectivas, al tiempo de contar con sensibilidad para moverse en el laberinto de la política.
En estos años ha habido otros acontecimientos que en manos tecnocráticas habrían provocado más daño político que el supuesto bienestar económico prometido. Ante cada movimiento brusco de la paridad cambiaria de la moneda brasileña o de la cotización de la soja, no pocos economistas aseguraban que la respuesta adecuada debía ser una devaluación del tipo de cambio. Lo siguen afirmando pese a que el real recupera rápidamente posiciones y el poroto estrella sube en el mercado internacional. Insisten con el gaseoso concepto “el dólar está barato”. Si así fuera, la evolución del precio del billete en operaciones en el circuito informal no hubiera descendido a 4,55 pesos por unidad, una diferencia de apenas 5 por ciento respecto a la paridad oficial.
La competitividad del tipo de cambio y de la producción local es bastante más compleja que la cotización nominal de la paridad peso-dólar. Del mismo modo que con el manejo del mercado cambiario, la gestión política ha sabido resistir el canto de sirena de economistas, propios y extraños, que sugieren con respaldo técnico revestido de oportunidad política la necesidad de regresar al mercado voluntario de crédito para colocar deuda pública. La experiencia de estos años indicaría que el kirchnerismo, abanderado del desendeudamiento y crítico del funcionamiento de las finanzas globales, no morderá la manzana del pecado de financistas locales e internacionales. Es un fruto tentador, además de facilista, ante un escenario económico global de menor crecimiento. La capacidad de resistencia a esa seducción será uno de los grandes desafíos del segundo período de gobierno de CFK que hoy se inaugura.
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