ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Raúl Dellatorre
Si uno observa los indicadores financieros de las últimas semanas, concentrando la atención en Europa, se va a encontrar con mercados bursátiles en alza en las principales capitales del viejo continente, una recuperación del euro respecto del dólar, Francia y España logrando colocar bonos de la deuda en el mercado a menor tasa que en llamados anteriores, y hasta exámenes sobre la marcha de los planes de rescate en Irlanda y Grecia con resultados positivos. ¿Es el fin de la crisis?
Antes de entusiasmarse convendría echar una mirada sobre la economía real de esos mismos países. Los organismos internacionales, como el Banco Mundial y el FMI, no muestran panoramas tan auspiciosos. (A esta altura, desde América latina al menos se ha aprendido que los informes de estos organismos hay que mirarlos con atención y cuidado en las páginas de diagnóstico, que suelen presentar datos interesantes, pero no perder el tiempo con las páginas de sus propuestas o “recetas” para la región, a menos que se los lea con afán de criticarlos o de recordar sin nostalgia malos momentos no tan lejanos).
En un nuevo informe sobre Perspectivas Económicas Mundiales, el Banco Mundial pinta un panorama mucho más pesimista que el que presentaba seis meses atrás, en su anterior radiografía. “La economía mundial entró a un período peligroso, en el que la crisis de Europa ya se propagó hacia los países en desarrollo”, señala puntualmente el organismo. “El comercio mundial experimenta una desaceleración drástica”, “las perspectivas de crecimiento mundial son ahora muy inferiores a las que existían hace seis meses”, evalúa. También diagnostica que, en medio de una tendencia a una caída importante de los flujos brutos de capital hacia las naciones en desarrollo, existe el riesgo de que “las casas matrices de los bancos se viesen forzadas a liquidar sus activos en América latina”, presumiblemente para atender las urgencias en sus países de origen. Y advierte además que “la región podría ser más vulnerable que otras zonas a la caída de precios de los productos básicos” que exporta, una perspectiva que considera altamente probable.
El Fondo Monetario Internacional también aportó su cuota de escepticismo al anunciar una revisión de las perspectivas de crecimiento para el año que acaba de comenzar. Concretamente, en el caso de la Eurozona, contempla que este año su producto bruto consolidado sufriría una contracción del 0,5 por ciento. El cambio de perspectiva en tan poco tiempo no es tanto porque la crisis se acelere, sino porque hay un paulatino proceso de reconocimiento de la profundidad que está alcanzando. Hace apenas tres meses, en octubre, había pronosticado un crecimiento del 1,1 por ciento para la misma zona.
Por supuesto, en ese bloque está contemplada la participación con elevado grado de ponderación de Alemania y Francia, las dos principales economías de la Zona Euro, pero su evolución moderadamente positiva quedará anulada por la caída que sufrirían las economías de España, Italia y otras ubicadas en la primera línea de fuego frente al ataque de la crisis.
En materia de empleo los datos son igualmente preocupantes. El desempleo en la Eurozona llegó a fines de 2011 con tasas superiores al 10 por ciento (10,3 según el último registro, correspondiente a noviembre). Y acá, más todavía que en lo que respecta al crecimiento, se verifica la desigualdad entre las economías más fuertes y el resto. Alemania pasa por un momento de relativa tranquilidad, con un desempleo del 7,1 por ciento, que es el más bajo de los últimos años. España, en cambio, se coloca al tope de la tabla con el 22,9, seguida de Grecia. El problema es que difícilmente esas tasas se reviertan en un plazo relativamente corto, si la perspectiva es que esas economías sigan cayendo por lo menos dos años más y, además, aplicando recortes en sus presupuestos que debilitarán todavía más la situación laboral de los que siguen empleados. ¿Pueden ayudar los socios relativamente mejor posicionados, como Alemania y Francia? Precisamente son sus gobiernos los que imponen esas políticas de ajuste a los países en crisis.
Con 16,3 millones de personas sin trabajo en los países de la Eurozona (600 mil más que un año antes), nadie podrá sorprenderse por un retroceso en la demanda mundial. Ni tampoco si las empresas que producen para el mercado interno salen a liquidar sus stocks en países con mejor performance económica. Este es el panorama para el que países como Argentina deben prepararse en este 2012.
En la última semana, el gobierno argentino pasó por dos nuevos episodios vinculados a los cambios en la normativa con la que se prepara para administrar el comercio exterior este año. Por un lado, las precisiones que dio el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, sobre el cambio de régimen llevaron cierta tranquilidad a los sectores empresarios. No habrá trabas, prometió, pero sí un trabajo coordinado entre los distintos organismos con competencia en el ingreso de productos al país, de acuerdo al rubro de que se trate. No sólo Comercio Interior estará interesada en lo que se importe. El Senasa, el INTI, el Renar, el INAL o la Anmat (sanidad animal, tecnología industrial, armas, alimentos y medicamentos, áreas de cada uno, respectivamente), por ejemplo, tendrán la posibilidad de acceder a la información on line inmediatamente después que el importador presente la declaración jurada anticipada. Ello facilitará la labor simultánea y, en la práctica, el sistema de ventanilla única debería agilizar las operaciones. Pero también los controles respectivos.
El otro episodio tuvo que ver con la reacción de Brasil o, para decirlo con mayor propiedad, las expresiones del ministro de Desarrollo e Industria del socio y vecino, Fernando Pimentel. “Argentina ha sido un problema permanente”, sugirió, en una declaración más “tribunera” (para agradar a la tribuna, en este caso los industriales brasileños) que política. El interés político compartido de Argentina y Brasil es actuar en bloque frente a la crisis, elevando por ejemplo el arancel externo común del Mercosur. Pero Argentina además toma sus precauciones en el ingreso de productos importados a su mercado. Como muchos de éstos provienen de Brasil, la tarea a desarrollar será convencer al socio mayor del Mercosur de que no es contra sus productos que se planteó el nuevo esquema.
Como bien dice el presidente de FIDE, Héctor Valle, un economista que le saca ventaja a varios de sus colegas en materia de conocimiento sobre desarrollo industrial, “Brasil es un socio complicado, que está en una situación complicada y además tiene un problema con sus importaciones de China” (entrevista del diario La Nación). También en la relación bilateral se requerirá “más sintonía fina”. En este caso, para alcanzar un mayor grado de coordinación entre ambos países en relación al previsible comportamiento que adopten las naciones desarrolladas. “En una situación de recesión internacional, con altos márgenes de capacidades ociosas en los países industrializados, es de esperar que éstos decidan estímulos fiscales que doten de mayor agresividad a sus exportaciones manufactureras; y a ello se sumaría la previsible avalancha de productos asiáticos”, señala Valle en otro artículo, publicado en Página/12 el último 2 de enero.
Las perturbaciones en las finanzas globales han llegado para quedarse, la adversidad del contexto externo ya se ha convertido en un parámetro cualquiera sea el modelo que se adopte, dice el autor del mismo artículo. Aunque no todos quieran verlo. La etapa requiere de mayor activismo en materia de políticas económicas para preservar el crecimiento y el empleo, el dinamismo del mercado interno e incluso el superávit comercial, para no tener que volver a depender del crédito externo.
Casi en paralelo con la denuncia a cinco petroleras por el cobro de sobreprecios en las ventas de gasoil al transporte, con diferencia de horas, el Gobierno anticipaba una inversión conjunta con Venezuela para instalar una nueva planta de refinación de crudo para vender combustibles al mercado interno. No es una solución a la coyuntura, porque la concreción de ese proyecto no demandaría menos de tres años, pero es una forma de encarar respuestas estructurales a un problema que no es sólo de coyuntura. Más allá de que se logre en lo inmediato que las firmas petroleras den marcha atrás con los diferenciales de precio que aplican en el mercado, la posición dominante que ostentan está dada no sólo por la falta de competencia entre ellas, sino además por una oferta global de combustibles insuficiente para atender las necesidades de la demanda. Y las actuales refinadoras no parecen muy dispuestas a invertir en ampliaciones de planta o en levantar nuevas.
Es otra cara de una misma moneda. En el marco de la crisis mundial, la situación requiere mayor activismo estatal. El Gobierno demuestra actitud para aplicarlo, señalando nuevas reglas pero, además, exigiendo conducta a los actores de peso en el negocio, sobre todo los que están vinculados con los insumos críticos. E invita a otros a ingresar para cambiar las relaciones de fuerza.
Es saludable que este tipo de respuesta venga, además, de la mano de una mayor integración regional, como lo es la complementación con Venezuela. Es mostrar que, aunque los grandes títulos en los medios se los lleve la disputa con Brasil, Argentina sigue apostando a ese otro modelo.
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