ECONOMíA › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Brasil es ya, para los funcionarios argentinos, una dimensión de la política interna. Y lo es abiertamente.
En el tramo más feliz de sus respuestas en la entrevista que concedió a Página/12 el último domingo, Mercedes Marcó del Pont se convirtió en la primera funcionaria que sin vueltas incluyó a Brasil como variable de la economía argentina. Al hablar de la ampliación de funciones del Banco Central, la presidenta de la institución dijo que cambiará la ecuación para analizar la relación entre moneda, reservas y cuentas externas. Y explicó: “Para eso vamos a construir una fórmula teniendo en cuenta una serie de reglas existentes vinculadas con las importaciones, el porcentaje de vencimientos de deuda a corto plazo, la evolución de los depósitos a plazo y la formación de activos externos. Las fórmulas convencionales dejan de lado un conjunto de aspectos cualitativos inherentes a la realidad económica argentina, como los niveles de dolarización, la evolución de la economía mundial, el comportamiento de los precios de las principales exportaciones, la evolución de la remisión de utilidades y dividendos, el nivel de actividad en Brasil”.
El semanario Veja, el de mayor tirada entre los vecinos, acaba de publicar una entrevista de dos horas a Dilma Rousseff, que llegó transcripta solo parcialmente a Buenos Aires. Tiene su miga: Veja no es precisamente simpatizante del Partido de los Trabajadores, a tal punto que demonizó a Lula durante sus ocho años de gobierno, y Dilma habló cuando justo volvía de un publicitado viaje a Alemania. Dialogó sobre la crisis del mundo, un tema que, como es natural, le apasiona por su condición de economista y de presidenta de un país que, según The Economist, será la quinta economía planetaria antes de 2020.
Dice Dilma que no es conspirativa cuando analiza lo que llama “el tsunami de liquidez” creado por los países ricos y que agrede a las demás naciones. Explica: “La salida que ellos encontraron para enfrentar los problemas es una manera clásica, conocida, de exportar la crisis. Cuando el compañero Mario Draghi (ironía por el italiano que preside el Banco Central Europeo y proviene del sector financiero privado) dice que ‘vamos a echar a rodar la maquinita que hace dinero’, está inundando los mercados con dinero. ¿Y qué hacen los inversores? Toman préstamos a tasas bajísimas, en algunos casos hasta negativas, en los países europeos y corren a Brasil para aprovechar lo que los especialistas denominan arbitraje, que, grosso modo, es la diferencia entre las tasas de interés de allí y de aquí. Entonces, Brasil no puede permanecer paralizado ante eso. Tenemos que actuar. Tenemos que actuar defendiéndonos, cosa bastante distinta del proteccionismo”.
La defensa no consistirá en cerrar la economía ni en rechazar inversiones productivas, sino en ponerle barreras al movimiento de capitales especulativos. Recordó Dilma lo que le dijo a Merkel: “No queremos el dinero de los países ricos”. Cuando Merkel repuso que los países emergentes tenían responsabilidad como consumidores para que no se cayera la economía europea, Dilma replicó que si empresas alemanas con tecnología de punta se instalan en Brasil, serán tratadas con las ventajas equivalentes a una empresa nacional brasileña en créditos y estímulos.
Después de la entrevista con Veja, Dilma se reunió con un grupo de empresarios poderosos y los exhortó a invertir y correr riesgos en un marco que estará signado por fuertes inversiones públicas dentro y fuera de los planes de construcción para el Mundial de 2014. Y su ministro de Hacienda, Guido Mantega, anunció la prórroga de la rebaja de impuestos para los fabricantes de electrodomésticos, una de las bases del aumento de la producción y el consumo en los últimos nueve años, cuando 40 millones de brasileños, la quinta parte del país, accedieron al mercado de trabajo y 105 millones, la mitad, ascendieron y pasaron a integrar la clase C, el sector medio bajo del célebre ABC de los sociólogos.
Dilma llegó ayer a la India, donde participará de la reunión de la cúpula de los Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) que se propone discutir un tema principal: la creación de un banco de desarrollo como alternativa al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial. Si los acuerdos prosperan y el nuevo banco pudiera funcionar en tres años, una de las cifras estimadas, no solo Brasil sino toda Sudamérica se vería fortalecida en su perspectiva de desarrollo con menos exposición a las crisis.
Veja le preguntó a Dilma sobre China. A la vez que compra bienes brasileños o argentinos, en el último caso sobre todo soja, China es un problema para las industrias de los dos países. Dilma no menospreció ese riesgo, pero introdujo otro análisis. Dijo: “China está dando señales evidentes de cansancio del modelo basado fuertemente en la exportación. Sigo los debates sobre China y veo que sus líderes no esconden que no pueden desdeñar el mercado consumidor interno. Están cambiando aceleradamente de foco para atender las demandas del mercado chino. Eso significa que China en breve va a importar más que commodities. Los chinos van a importar bienes de consumo –heladeras, hornos, microondas– y la parte de la industria brasileña que hoy observa a China como una amenaza podrá comenzar a verla como una oportunidad de mercado también para nuestras exportaciones de manufacturas”.
En el espacio dedicado a la política interna, Dilma minimizó conflictos en el Congreso, o entre el Ejecutivo y el Congreso, y recordó que las grandes crisis políticas brasileñas no se produjeron por litigios, sino por pérdida de legitimidad de los presidentes. El caso de Fernando Collor de Mello, que fue desplazado por juicio político, resulta el caso más nítido. Pero la popularidad de la presidenta supera hoy el 60 por ciento y el presidente honorario del PT, Lula, alcanza una imagen positiva para nueve de cada diez brasileños.
Consultada por el aborto, y en particular si podía tener una opinión como mujer y otra como presidenta, Dilma dijo que “de manera alguna”. Explicó que “ser presidenta no me da el derecho de expresar opiniones personales o subjetivas sobre cualquier tema”. Añadió que “a los 64 años debo tener la sabiduría de guardarme esas opiniones para mí misma”.
Para tomar solo un rubro, el mercantil, Brasil y la Argentina terminaron el 2011 con un volumen de intercambio de 40 mil millones de dólares, cuando en 1991, con la creación del Mercosur en un marco neoliberal, la cifra fue solo de tres mil millones de dólares.
Es verdad que el déficit para la Argentina superó los cinco mil millones de dólares el año pasado. Pero la diferencia casi definitiva de tamaño entre las dos economías (y la palabra “casi” es solo para conceder a la ciencia la primacía de la probabilidad sobre la certeza) permite imaginar un escenario donde lo más importante para la Argentina sea el aumento constante del volumen comercial y la preservación de la sociedad política y económica con Brasil.
Si no hay mundo sin bloques, ¿qué perspectiva tendría un país pequeño como la Argentina sin el gigante de al lado?
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