ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
El diagnóstico económico convencional se encuentra en aprietos porque la respuesta oficial no es el ajuste ante vientos recesivos. Por el contrario, se aplican medidas contracíclicas para amortiguar la caída y generar las condiciones para retomar el crecimiento. Por ese motivo analistas y economistas de la ortodoxia parecen desesperados deseando y convocando una recesión. Están descolocados y exageran porque lo único que saben proponer son iniciativas contractivas en momentos como el actual de desaceleración de la actividad. Retroceso que reconoce su origen en factores externos por la crisis internacional, en especial por el escaso dinamismo de la economía brasileña, y también por razones internas debido a las restricciones a las importaciones y en el mercado cambiario que inicialmente impactan en forma negativa en el nivel de actividad.
Un rasgo distintivo de los gobiernos de CFK es rechazar las recetas económicas dominantes en las últimas décadas, desplegadas hoy en forma implacable en Europa. Elude las políticas de ajuste presentadas como necesarias por el discurso económico hegemónico, organismos internacionales y líderes políticos de potencias mundiales. La experiencia histórica, como la depresión del ’30 del siglo pasado o la latinoamericana de las décadas del ’80 y ’90, enseñan que medidas de ajuste sólo profundizan la caída de la economía y el deterioro de las condiciones sociales y laborales.
Una cuestión que excede el análisis económico y que corresponde estudiar a otras disciplinas es cómo perduran en el accionar político y en la influencia del sentido común axiomas de resultados desastrosos. La economía convencional ofrece una serie de causalidades, por ejemplo que si en una recesión se recorta el gasto público se recreará un clima de confianza que atraerá inversiones o si se podan derechos laborales las empresas contratarán más trabajadores, que carecen de verificación empírica. Más bien, sucede todo lo contrario a lo postulado y, pese a ello, permanecen como rectores principales del debate y práctica económica.
En relación con el concepto gaseoso de “confianza”, que los gobiernos europeos apelan para instrumentar un impresionante ajuste en sus economías, o empresarios y editorialistas locales mencionan como carencia para referirse a cualquier iniciativa del gobierno de CFK, el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, brinda una interesante definición. En diálogo con Martín Wolf, economista y editorialista del Financial Times, Krugman señala que “la credibilidad suena muy bien, pero la evidencia de que la credibilidad antiinflacionaria es una cosa realmente importante en el mundo real es nula”. El último libro de Krugman End this Depresión Now! critica con dureza la teoría macroeconómica moderna y también la noción de que la confianza de las políticas importa. Krugman apunta que la consistencia de las medidas económicas es el factor relevante más que la apelación a generar “confianza” en los mercados con iniciativas recesivas.
Cuando en 2008 se extendió en la economía mundial la crisis provocada por el estallido de la burbuja de los créditos hipotecarios subprime y la caída de Lehman Brothers, que se expresó en recesión al año siguiente, la economía argentina enfrentó esa fase negativa eligiendo el sendero de expansión fiscal y protección de puestos de trabajo. Descartó las ideas de restringir el gasto público y regresar al financiamiento externo, como proponían economistas del establishment con pronósticos de una fuerte recesión y estancamiento si no se hacía lo que ellos aconsejaban. Una vez más se equivocaron.
Esa experiencia es el principal activo del Gobierno ante el presente contexto de turbulencia económica mundial. Ya probó y sabe qué políticas expansivas son exitosas para enfrentar un ciclo recesivo, además de que sirven de preservación de las bases económicas para luego reiniciar un crecimiento vigoroso. Esta decisión de política económica tiene una trascendencia no del todo valuada. Históricamente lo usual fue ajustar vía aumento de tarifas, impuestos, congelamientos salariales o devaluaciones.
Iniciativas de estatización o de mayor intervención económica en la fase ascendente del ciclo económico pueden estar explicadas por momentos históricos y determinadas circunstancias políticas locales y regionales. No son excepcionales. En cambio sí lo es resistir medidas de ajuste tradicionales en un ambiente económico hostil, local e internacional, dominado por concepciones de la ortodoxia y en un marco de crisis mundial. No sólo es una estrategia política defensiva no aplicar medidas contractivas, sino que iniciativas expansivas son la respuesta económica adecuada.
En 2009, en un escenario político complicado por el rechazo a la Resolución 125 y derrota electoral en las elecciones de medio término y la debacle financiera de Estados Unidos y Europa, las políticas fiscales expansivas amortiguaron la fase recesiva del ciclo económico. La implementación de la Asignación Universal por Hijo y el Programa de Recuperación Productiva (Repro) de protección de empleos, además de los dos primeros aumentos anuales de las jubilaciones, definidos por la ley de movilidad aprobada en octubre de 2008, buscaron mantener el consumo doméstico de los sectores más vulnerables. La economía registró una brusca caída del crecimiento de 6,8 por ciento en 2008 a 0,9 por ciento al año siguiente. Esas medidas expansivas evitaron un retroceso mayor, pero más importante fue que no se destruyeron recursos materiales y humanos permitiendo de ese modo una salida rápida e intensa para reiniciar el crecimiento en 2010
En una situación económica difícil como en 2009, el Gobierno vuelve a eludir recetas recesivas. Con bases expansivas ya operando (AUH, aumentos salariales y de jubilaciones, y obra pública), el aporte adicional proviene de dos decisiones vinculadas a mantener dinamismo en actividades que tienen un importante encadenamiento productivo en la industria. Una fue asumir el control estatal de la petrolera nacional YPF, y la otra fue la reciente presentación del ambicioso plan de créditos para la construcción de viviendas.
YPF en manos del Estado se constituye en una herramienta significativa del componente inversión de la demanda agregada, pues el nuevo directorio de la petrolera decidió que destinará recursos por unos 16 mil millones de pesos en este año para ampliar la producción de hidrocarburos. Fondos que el anterior accionista controlante pretendía distribuir entre los socios sin ningún impacto positivo en la actividad doméstica. Ahora esas inversiones volcadas en el mercado local generarán movimientos positivos en diferentes eslabones de la cadena productiva y de servicios que permitirá mantener e incrementar puestos laborales.
El programa de préstamos destinados a la construcción de nuevas viviendas tiene también un efecto multiplicador en la economía al involucrar a otros sectores productivos y de servicios. La movilización de recursos públicos, con terrenos fiscales y fondos del Tesoro, es una política de intervención activa del Estado contracíclica y con efectos redistributivos frente a la desaceleración económica.
Ambas iniciativas tienen una concepción diferente a las políticas aplicadas en otros momentos de shocks externos o internos negativos que afectaron el nivel de actividad. Esas medidas integran el paquete de herramientas de una política keynesiana, opuesta a una contractiva recesiva. Esto es precisamente lo que desorienta a economistas y empresarios que resisten en la ortodoxia pese a la evidencia de su fracaso. Por ese motivo equivocan el diagnóstico como también el devenir económico.
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