ECONOMíA › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
“Los titulares” juegan aunque se los quiera mandar al banco. A veces ponen presidentes, a veces los vuelven locos, pero siempre hacen su juego porque ésa es la ley del mercado, su razón de ser. Y siempre es mejor que lo hagan a la luz del día. Muchas veces son “los titulares” los que marcan la distancia entre el consignismo de algunos candidatos en las campañas electorales y lo que hacen cuando llegan. Muchas veces la ambigüedad de los candidatos es porque ya negociaron el respaldo de “los titulares” a cambio de medidas que no pueden decir en público porque son impopulares.
Raúl Alfonsín logró derrotar al peronismo con una frase impactante: “Con la democracia se cura, con la democracia se come, con la democracia se educa”. La importancia de la democracia naciente estaba representada en esa frase, igual que la idea del progreso social que podía implicar. Alfonsín pudo sostener a duras penas la primera parte de esa idea, pero fracasó en la segunda. En ese momento jugaba un titular de peso, como el FMI, que movía sus alfiles locales en los medios, en la banca y en la política. Las obligaciones de la deuda y los golpes de mercado frustraron cualquier impulso de progreso social que Alfonsín hubiera querido sostener.
El peronismo volvió al poder con una caja de sorpresas liberales que no tenía nada que ver con su origen nacional y popular. “Si yo hubiera dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie”, fue una frase antológica de Carlos Menem que había ganado las elecciones con dos consignas espectaculares: “el salariazo” y “la revolución productiva”. Las dos consignas podían representar una continuidad histórica con el peronismo. Lo que hizo como presidente fue su antítesis.
A diferencia de Alfonsín, que puso resistencia y fue vencido, apenas llegó, Menem preguntó quiénes eran “los titulares”, los dueños del partido, y se subordinó sin problemas. La relación de fuerzas le era desfavorable, pero Menem ni siquiera intentó un margen mínimo como hicieron otros presidentes neoliberales. Sobreactuó el sometimiento y entregó incluso más de lo que le exigían. Ninguno de los presidentes neoliberales de esa época en México, en Brasil o en Chile entregó el petróleo, por ejemplo, o el cobre. El menemismo no dejó nada en pie.
Son tan ambiguos los lenguajes preelectorales, o previos a la llegada al poder, que hasta los de un golpe militar que no necesita ser votado, pero que siempre busca alguna base social, tampoco dice abiertamente el objetivo central de su asalto al poder. El golpe del ’76 se dio con la excusa pública de combatir a una subversión que en los hechos ya estaba derrotada. Hizo campaña con esa lógica y logró conquistar inicialmente a algunos sectores. Pero ésa no era su verdadera finalidad. Los golpistas evitaron expresar abiertamente que el motivo real que los llevó a desplazar a Isabel Perón era abrir la Argentina al ciclo de endeudamiento que terminó casi treinta años después con la crisis brutal del 2001-2002. Los derechos humanos fueron una pesada herencia que dejó la dictadura, pero también lo fue el crecimiento exponencial de una deuda externa que maniató y se apropió de la democracia incipiente.
Con estos antecedentes, cuando un candidato evita a toda costa hacer explícito su proyecto de país global, deja abierta la sospecha sobre cuáles serán sus verdaderas intenciones.
Durante la campaña que pasó, la oposición no planteó un proyecto alternativo de país. El eje de los discursos estuvo en aspectos formales y no de fondo. Algunos pusieron foco en la corrupción y otros en el autoritarismo. Ninguno explicó el modelo de país que iba a impulsar si llegara al gobierno. La idea de oponerse a una supuesta corrupción puede ser muy ética, pero no es un programa de gobierno, igual que la oposición a gestos de un supuesto autoritarismo.
El tema de la corrupción fue tomado mayormente por las diversas alianzas del radicalismo y por Elisa Carrió en la ciudad de Buenos Aires. Las críticas a gestos autoritarios del Gobierno fueron tomadas principalmente por Sergio Massa. En el caso del intendente de Tigre, incluso fue explícita una especie de respaldo público al modelo que impulsa el Gobierno a pesar de que en su entorno militan figuras emblemáticas de la oposición a ese modelo, como Martín Redrado o Luis Barrionuevo.
Ni unos ni otros basaron sus campañas electorales en cuestionar el modelo que impulsa el Gobierno, del cual se desprenden las medidas que aplica y que constituye, además, el 90 por ciento de su gestión. Si están de acuerdo con el 90 por ciento de la gestión, la pregunta es por qué se oponen con tanto encarnizamiento.
Cualquiera tendría que pensar que hay posicionamientos que no se dicen. Y si no se dicen, seguramente es porque, como decía Menem, nadie los votaría. Hay un hueco grande en el discurso de la mayoría de las fuerzas de oposición. Un hueco que no es democrático porque esconde la esencia de lo que realizaría cualquiera de ellos en el gobierno.
Al mismo tiempo circulan referencias aisladas que pueden formar un cuadro. Se habla de eliminar retenciones, de eliminar el Impuesto a las Ganancias y al mismo tiempo se habla de reincorporar a la Argentina al mercado de capitales, es decir se plantea que se vuelva a tomar deuda. Esas medidas fueron muy repetidas en forma dispersa por candidatos de la oposición como si no fueran parte del mismo rosario. Habría que agregar que la oposición en masa se opuso a usar fondos del Banco Central para pagar deuda externa, con lo cual abrían la puerta a la política de ajustes.
Si no se usan esos fondos, hay que sacarlos de otro lado, hay que ajustar, que quiere decir achicar el Estado, despedir empleados, reducir gasto en obras públicas o en subsidios que alimentan a un mercado interno que genera fuentes de trabajo. Y al mismo tiempo habría que refinanciar la deuda, que es el negocio de los prestamistas, que a su vez pondrán condiciones políticas de achicamiento del Estado. Lo mismo cuando se habla de sacar impuestos. Esa falta de recaudación reduciría la actividad económica. O se reemplazaría ese faltante con deuda, lo que implicaría una vuelta al ciclo nefasto que hundió al país y lo expuso a los intereses más usurarios como el de los fondos buitre y bajo jurisdicciones legales extranjeras, como la Cámara de Nueva York, que ayer falló a favor de esos fondos de rapiña. Es obvio que tomar deuda es un gran negocio para los bancos, que actúan como intermediarios. Todo esto implicaría también el regreso de un gran jugador como el FMI para imponer condiciones a los gobiernos. Se habla también de devaluaciones de entre el 20 o el 40 por ciento que serían imposibles de alcanzar por una paritaria. Se habla de bajar la inflación enfriando la economía, lo cual también implica ajustar salarios y frenar el consumo para poner obstáculos al aumento de los precios.
Algunas de estas medidas han sido planteadas por alguno de los candidatos. Otras aparecen como trascendidos o en boca de los técnicos que rodean a esos candidatos. Muchos de los dirigentes de la oposición integraron gobiernos que aplicaron estas políticas. Redrado, que se alinea al igual que Barrionuevo con Sergio Massa, fue el presidente del Banco Central que encabezó el rechazo a que se usaran los fondos de ese organismo para pagar deuda, pero no porque estuviera en contra de pagarla, sino porque es partidario de pagarla con ajuste, con el esfuerzo del pueblo.
Si a los bancos les puede interesar el reingreso de la Argentina al mercado de capitales, es obvio que a los exportadores les interesa una devaluación, por la que incluso algunos están presionando abiertamente. En estos puntos pueden coincidir tanto los banqueros como los grandes productores rurales y el capital concentrado de la industria, más interesado en lo que se exporta que en el mercado interno. Sería volver a una sociedad de exclusión que acumularía presiones altamente explosivas como las que se vivieron anteriormente en el país.
Cuando Cristina Kirchner en su discurso en Tecnópolis dijo que quería hablar con “los titulares” y no con los suplentes hizo referencia a los factores de poder económico. En su discurso en Santa Cruz aclaró que cuando habló en Tecnópolis, no sabía que las centrales empresarias habían sido invitadas al encuentro que se realizó el jueves en esa provincia entre empresarios, trabajadores y gobierno. De todos modos es importante que en ese diálogo se expliciten las tensiones que se producen en el mundo de las empresas y de los bancos. Pero también es importante que la oposición blanquee su proyecto de país y deje de lado esa pretendida ingenuidad de cuestionar aspectos formales y ocultar sus proyectos de fondo. Puede cuestionar lo que quiera, pero está obligada a exponer el verdadero proyecto de país que quiere instalar.
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