Lun 30.09.2013

ECONOMíA  › TEMAS DE DEBATE: LA CAíDA DEL SUPERáVIT COMERCIAL Y EL IMPACTO EN LA ECONOMíA

El fantasma de la restricción externa

La Argentina afronta dos desafíos relacionados: evitar que se repita un estrangulamiento externo que pudiese restringir o revertir el crecimiento de la economía y desarrollar la competitividad de la mayoría de los sectores industriales.

Producción: Javier Lewkowicz

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Fortalecer la industria

Por Martín Schorr *

La Argentina afronta dos desafíos relacionados: evitar que se repita un estrangulamiento externo que pudiese restringir o revertir el crecimiento de la economía y desarrollar la competitividad de la mayoría de los sectores industriales (sobre todo los no vinculados con el procesamiento de materias primas y ciertas ramas con promociones ad hoc). Ambas cuestiones aluden al crecimiento económico, la inserción del país en el mercado mundial y la problemática del desarrollo nacional. En la posconvertibilidad, la restricción externa fue desplazada por una inicial y abrupta caída de las importaciones y por una posterior y significativa expansión de las exportaciones favorecida, en gran medida, por un tipo de cambio “competitivo” (hasta 2007/08) y el alza en los precios internacionales de commodities. Pero ante lo acotado del proceso sustitutivo por los sesgos de la intervención estatal en la materia, la reaparición del déficit comercial en el intercambio de manufacturas, así como el achicamiento del superávit en cuenta corriente en los últimos años, son señales de alerta ante la posible reaparición del viejo problema endémico. En el problemático año 2012, el déficit comercial industrial orilló los 4000 millones de dólares y el excedente de cuenta corriente fue de apenas 100 millones.

Hasta ahora, el Gobierno buscó evitar un cuello de botella en el sector externo con un enfoque macroeconómico restringido al equilibrio del balance de pagos y sin mayores preocupaciones por cuestiones estructurales asociadas a un desarrollo de mediano y largo plazo. En esa línea se inscriben los diversos controles a las importaciones, las restricciones cambiarias y los acuerdos con varias grandes empresas para compensar los intercambios comerciales y con diversas transnacionales para morigerar el considerable drenaje de divisas por la remisión de utilidades.

Si bien estas medidas permiten aliviar la situación externa en lo inmediato, enfocar la cuestión sólo desde el punto de vista de la oferta y demanda de divisas puede conducir a desaprovechar una oportunidad estratégica para fomentar la producción, sustitución y/o exportación en actividades de alto valor agregado que tengan efectos positivos en la generación de empleo e ingresos y permitan una superación de las restricciones al crecimiento y al desarrollo de manera sustentable. De allí la necesidad de articular la política macroeconómica con una activa política industrial (hoy ausente).

En la economía argentina se suele manifestar una correlación inversa entre el valor agregado generado localmente y el nivel de complejidad tecnológica: usualmente se da una relación negativa entre los encadenamientos productivos que genera la fabricación de un bien “hacia atrás” y el contenido tecnológico incorporado en el producto. Como sucede en el régimen fueguino y en el automotor, las ramas que producen (ensamblan) los bienes tecnológicamente más sofisticados suelen ser las menos integradas localmente (en 2012 el 30 por ciento de las importaciones industriales fue realizado por esos dos sectores). Por el contrario, es en la producción de bienes de bajo contenido tecnológico donde se suelen verificar mayores encadenamientos productivos.

Es importante tener en cuenta este problema, ya que no basta con adoptar un enfoque que busque sustituir y/o exportar bienes con alto contenido tecnológico a cualquier costo, pues puede darse el caso que se fomente la producción local de bienes finales cuyo impacto en términos de valor agregado y empleo sea mucho menor que el de aquellos con un menor contenido tecnológico. Esto no supone que la política industrial deba limitarse a profundizar las ventajas comparativas estáticas que posee el país, sino que es central que la producción de bienes finales de mayor contenido tecnológico vaya acompañada de políticas que apunten, en una segunda etapa, a producir localmente los componentes más importantes de los mismos y, en una tercera fase, a producir algunas de las maquinarias usadas para la fabricación de dichos productos.

El cumplimiento de estas tres fases sería un gran avance en términos de densidad industrial y generación de valor agregado, pero para lograr un desarrollo pleno aún restaría que la producción de los bienes finales y de maquinarias sea crecientemente el resultado de investigaciones y desarrollos locales y no la mera importación de paquetes tecnológicos cerrados.

En la compleja coyuntura actual, todo ello parece una tarea “quijotesca”. Pero sería importante no perder de vista que en muchos rubros fabriles existe una masa crítica para nada despreciable. El conocimiento exhaustivo de la realidad de esos sectores constituye una condición sine qua non para avanzar en el diseño de esquemas específicos de fomento. Estos deberían ser del tipo “llave en mano” en función de las características de las industrias a promover, los diferentes segmentos que las conforman, los distintos actores intervinientes y las perspectivas del escenario regional e internacional en diversas dimensiones (pautas de la demanda, tecno-productivas, comerciales, etcétera).

* Coord. de Argentina en la posconvertibilidad: ¿desarrollo o crecimiento industrial?, Miño y Dávila, 2013.


Aprovechar el potencial

Por Carolina Pontelli *

Pensar en crecimiento industrial remite generalmente a una mayor producción de autos, acero, tornillos y líneas de montaje. Pero la industria, y por tanto su dinámica, no puede ser pensada como un sector en sí mismo, sino como parte de una red que necesita de otros sectores para expandirse. Así como un puente o un canal de riego no significa mayor desarrollo, tampoco la industria mirada de forma aislada. El debate en torno de ésta pareciera ser entonces un árbol en el gran bosque denominado desarrollo.

La evolución de la industria nacional y su relevancia económica han sido un tema recurrente en los últimos años. Sustentado en gran medida en la escuela cepalina, se considera que la expansión de la industria local puede resolver limitantes estructurales al desarrollo de economías como la nuestra. Pero el desarrollo industrial carece de relevancia si no es pensado como un instrumento generador y catalizador de mayor riqueza, empleo, innovación y complejidad dentro de la matriz productiva.

La industria y el sector agropecuario fueron considerados tradicionalmente casi antagónicos. La expansión de uno se encontraba en detrimento del otro, ignorando el rol del agro en muchas actividades industriales. Independiente de consideraciones, aprovechando evidentes ventajas comparativas, una parte de la industria local desarrolló actividades conexas y complementarias, que lograron posicionarla no sólo en el mercado local, sino que expandió sus fronteras, ganando lugar a nivel internacional. Ejemplos de esto son la fabricación de maquinaria agrícola local, la industria agroquímica y la producción de alimentos y bebidas, entre otras. La última década, y el proceso de crecimiento de la economía, es un ejemplo reciente de la sinergia que existe en estos sectores.

Aun así, luego de años de expansión, nuestra economía, y en particular el sector industrial, enfrentan un escenario más hostil. Crecientes costos, insuficiencia energética, escaso (o caro) financiamiento y un crecimiento de la demanda ralentizado, plantean interrogantes sobre el futuro y la sostenibilidad del proceso de crecimiento.

El horizonte parece aún más incierto cuando se analizan ciertos números. El 93 por ciento del área cosechada y el 94 por ciento de la producción agrícola a nivel nacional se concentran en seis productos, donde la soja representa más de la mitad. Sumado a esto, el 76 por ciento del valor agregado de las cadenas agroalimentarias se genera en la Pampa Húmeda. Por otro lado, el agro representa el 55 por ciento de las exportaciones. El 60 por ciento de esa oferta exportable se concentra en cinco productos, tres de los cuales pertenecen sólo a la cadena de la soja. A modo de comparación, en países como Nueva Zelanda y Chile, los cinco principales productos exportados concentran respectivamente el 35 y 30 por ciento de la oferta exportable, y pertenecen a cuatro cadenas agroalimentarias diferentes.

Esta incapacidad de la economía para buscar alternativas productivas que diversifiquen la producción tiene su correlato industrial. El desarrollo de tecnología y maquinaria para producciones que no estén dentro de las actividades tradicionales se asemeja a una prueba piloto y no a la diversificación y consolidación de un sector.

El fin de un ciclo presenta la oportunidad para generar mayor diversificación, avanzando sobre una mayor complejidad y valor agregado. Frente a la creciente demanda mundial de alimentos y bioenergía, la oportunidad de inserción externa como proveedor global, así como oferente de tecnología vinculada a la producción, es evidente. Hay innumerables oportunidades para producir más y mejor, a partir de modelos locales.

La industria local vinculada al agro posee la capacidad de generar tecnología de producción eficiente e innovadora, considerando distintos modelos e integrando a la pequeña y mediana escala. Asimismo, cuenta con capacidades para adaptar paquetes tecnológicos a la realidad productiva doméstica. Existe un segmento industrial que puede dar mucho más, pero requiere de un impulso extra. En este sentido, el sector agrícola tiene potencial para generar mayor diversificación productiva, con productos estratégicos a nivel global, que generen mayores encadenamientos locales.

Este segmento industrial tiene que ser promovido a partir del fortalecimiento de la red productiva, donde todos los actores encuentren los beneficios de la asociación, sin perder por ello su interés privado. El desarrollo de la agroindustria como oportunidad es clave. No significa que sea lo único pero, claramente, hay un potencial del mundo industrial que estamos dejando de lado.

* Economista especializada en agronegocios. Docente FCE-UBA, consultora Prosap.

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