Sáb 26.07.2003

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Rompiendo estructuras

› Por Raúl Dellatorre

Durante doce años –entre aquellos en los que reinó Menem y los que logró durar la Alianza–, Argentina vivió pendiente de la reacción de los especuladores financieros, ocultos bajo la eufemística denominación “el humor de los mercados”. Así, toda acción política que contrariara sus intereses era cuestionada bajo el emblemático eslógan “genera desconfianza en los mercados”. Un buen ejemplo de la racionalidad o la catadura moral de estos “mercados” quedó a la vista esta última semana, cuando tras el asesinato de los dos hijos de Saddam Hussein en Mosul, Irak, subieron las acciones en Wall Street, aumentó el dólar frente al euro y bajó el precio del petróleo. Está claro: saciar la sed de sangre del poder dominante “calma” y “genera confianza” en los mercados. La misma experiencia fue vivida por Argentina durante una década, quizás en forma menos visible, pero no menos dramática, a juzgar por los resultados.
El actual gobierno intenta revisar algunas de estas conceptualizaciones que ataron las políticas del pasado reciente y que se resumían en lo que se generalizó como “el modelo económico”. Romper esas ataduras le impondrá quebrar ciertos “clichés” y, entre otras derivaciones, también cambiar las reglas de la relación con empresas privatizadas, potencias industriales y organismos internacionales. Algo de esto empieza a visualizarse en los contactos de las últimas semanas, con distintos niveles de respuesta.
Frente a sus pares de la Unión Europea y ante los representantes de las empresas concesionarias de origen extranjero, el gobierno pide comprensión pero a la vez avanza con paso firme. No hay espacio para ceder a sus demandas de ajuste tarifario, pero al mismo tiempo se advierte que están sometidas a revisión todas las cláusulas de los contratos vigentes. El país “normal” que se proclama no se compadece con contratos leoninos. Por ahora, nadie del otro lado se paró pegando un puñetazo en la mesa.
Las negociaciones con el Fondo Monetario pueden tener otros condimentos. Por lo pronto, los gestos amistosos que recibió Kirchner en su entrevista con Horst Köhler, director gerente del organismo, o el respaldo descomprometido que recibió de su colega George W. Bush, pueden tener una doble lectura. No significan que estos iconos del poder económico hayan revisado su postura dominante pero, al menos, el gobierno argentino logró pasar por ambas instancias sin recibir una nueva “apretada”.
Incluso hay que andar con cuidado al hacer lecturas sobre la mirada que el Fondo vuelca sobre sí mismo en estos días. Hay actitudes francamente contradictorias y conviene no quedarse en elementos sueltos para hacer el análisis. La Oficina de Evaluación Independiente del FMI acaba de dar a conocer un documento en el que se pretende hacer una evaluación abierta sobre “El papel del FMI en la Argentina 1991-2002”. Es decir, formula su propia lectura preliminar sobre las causas de la crisis y anticipa que la labor del organismo en estos años será sometida a revisión. “Estos acontecimientos –dice en su introducción, en referencia a la caída en la producción y el empleo, y a la caótica salida del gobierno de la Alianza y de la convertibilidad a fines de 2001– plantean graves interrogantes para el FMI, porque ocurrieron mientras la política económica del país era seguida de cerca en el marco de un programa respaldado por el Fondo.”
Sin llegar a asumir plenamente su responsabilidad, el documento de la OEI admite que la crisis argentina salpica al Fondo. Claro que describiendo los acontecimientos de fines de 2001 con escasísimo rigor histórico. “La congelación parcial de los depósitos bancarios, el incumplimiento de los pagos de la deuda pública y el abandono de la paridad del peso al dólar provocaron una caída en la producción, altos niveles de desempleo y disturbios políticos y sociales”, dice el trabajo en su Introducción. Cómo pudo la devaluación de enero de 2002 y el default de la última semana de diciembre de 2001 haber provocado los disturbios previos (del 19 y el 20 de diciembre), es algo que sólo el Fondo y un calendario muy particular podrán explicar. Pero se trata de caprichosargumentales a los que, desde esta parte del mundo, ya estamos acostumbrados.
En el capítulo “Factores que influyeron en la crisis” hay nuevas sorpresas. Al menos, si uno se deja guiar por ese espíritu de revisar las propias conductas que el documento formula en sus primeras líneas. Sin cambiar una letra respecto de las recetas tradicionales, el trabajo identifica como factores originarios de la crisis los siguientes: i) “una política fiscal excesivamente laxa, sobre todo durante los períodos de rápido crecimiento”, es decir del ‘91 al ‘98; ii) “el régimen de convertibilidad en sí, que no permitió que el tipo de cambio real se ajustara por medio de una depreciación nominal” (...); iv) el lento ritmo de la reforma estructural en áreas críticas de la economía, lo que obstaculizó la capacidad de los salarios y de los precios internos para ajustarse con rapidez” para abajo (...).
Así, sin anestesia, el Fondo insiste en que el ajuste de los ‘90 en el gasto público fue insuficiente y descubre, tarde, que el régimen de convertibilidad era un cóctel inevitablemente explosivo. Más grave aún, el FMI sigue considerando que un buen remedio hubiera sido la deflación y la baja salarial, que algunos “factores estructurales” habrían impedido. El documento, recordemos una vez más, está fechado “julio de 2003”. Leyendo esta “revisión” del papel del Fondo en la crisis argentina, es fácil advertir sobre qué recetas insistirán sus funcionarios en el nuevo round de negociaciones a punto de iniciarse.
Un aspecto más interesante, en cambio, surge de la mirada crítica que el propio documento del FMI arroja sobre la política de apertura a la entrada de capitales y la extrema dependencia de todo el esquema de ese flujo. “Cuando se produjo una marcada caída de los flujos de capital mundiales hacia las economías emergentes en 1998, Argentina ya no pudo financiar el servicio de su deuda externa (...). Cuando la dinámica adversa de la deuda comenzó a hacerse sentir, a Argentina le quedaron pocas opciones aparte de la reestructuración de la deuda o la cesación de pagos lisa y llana.” El FMI dixit, julio 2003.
¿Y entonces? Argentina se enfrenta a una crisis de endeudamiento en la que ya poca o ninguna importancia tiene su voluntad de pago, porque la deuda es impagable. Está sumergida en un proceso recesivo del que no sale con un repunte de actividad en algunos sectores pero con límites muy cercanos, simplemente porque no logra recomponer la distribución de ingresos como para hacer sustentable el crecimiento. Enfrenta un cuadro de servicios sociales, públicos o privados, en un estado de colapso inminente, sobre todo el que está destinado a los sectores más humildes sin capacidad de pagarlos como contraprestación.
Solamente con un cambio profundo de estructuras podrá salir de esta encrucijada. Pero las estructuras a romper son las que hoy definen quién decide en materia de distribución del ingreso, estrategias de producción o destino del crédito, por citar sólo algunas. No son éstas las reformas estructurales a las que se refiere el Fondo cuando habla de “profundizar” el camino transitado en los ‘90. Justamente, esas estructuras son las que hay que romper para salir de la trampa. La discusión que se viene, entonces, no es simple ni se limita a un puñado de pautas presupuestarias. Argentina no necesita que le construyan la base para una renegociación de deuda imposible, sino sacarse la loza de la cabeza.

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