Sáb 09.11.2013

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Puro teatro

› Por Alfredo Zaiat

Dólar, inflación, reservas, deuda, restricción externa, déficit de la cuenta turismo, tarifas y subsidios dominan el debate económico doméstico en un marco global considerado “desequilibrado”. Para ofrecer las “soluciones” con promesa de equilibrarlo irrumpen en la escena los portadores del saber: los economistas con verdades absolutas. En un escenario donde reina una confusión deliberada, no queda en evidencia que ellos son parte del problema. Es un hecho notable que economistas que han sido funcionarios de gobiernos con resultados de mediocres a pésimos, o que integran fundaciones y consultoras del establishment, sean los principales portavoces de lo que se debe hacer en cada uno de esos temas. La cuestión es estructural: existe una sobrevaloración del rol de los economistas en la sociedad, desvío difícil de ordenar debido al abrumador dominio de la corriente ideológica que los ubica como los sumos sacerdotes del dogma.

La distorsión acerca del lugar que les debiera corresponder a unos técnicos con conocimientos de economía no reconoce fronteras. Desde la propia formación académica hasta el desempeño en el sector privado y público han sido definidos en el papel de guías espirituales infalibles. El origen de esa deformación es la pretensión de ubicar la ciencia económica como integrante de las ciencias duras, como la física o la matemática, y no como una más de la ciencias sociales. Esto no significa que los economistas carezcan de herramientas teóricas y prácticas para opinar, o sea, que posean cualidades interpretativas, pero no predictivas, sobre las variadas cuestiones económicas. Lo que no tienen es la verdad absoluta porque lo que oculta así es la existencia de ideologías.

No es un aspecto menor detectar la diferencia entre el absolutismo de sentencias acerca de medidas o rumbos económicos y la opinión de creer que es la mejor o peor estrategia, según convicciones y preferencias políticas, para alcanzar objetivos de bienestar social. En términos existenciales, se puede resumir entre la búsqueda de la verdad entre varias en un mundo complejo y la soberbia de pensar que existe una única verdad. El abordaje de debates económicos no es un acto de fe, como una religión donde la sociedad tiene que arrodillarse agachando la cabeza en el altar ante los portadores de un saber supremo.

La opinión predominante de quienes se presentan como sacerdotes en las discusiones económicas habituales instaladas en el sentido común es que la “realidad” es lo que ellos creen, y lo que creen saber se convierte en “un hecho”. Una mirada crítica de la forma de entender la ciencia económica y el papel de los economistas está desarrollada por el economista chileno Gabriel Palma en el ensayo “Premio Nobel de Economía: Teatro, puro teatro”. Afirma que ese premio, además de exponer muchos de los aspectos más negativos de la profesión, abre varios interrogantes. Esas dudas las explicita: “¿Tiene sentido dar premios de este tipo en una disciplina donde las ideas tienen un claro origen ideológico, y donde las metodologías y los datos son particularmente frágiles? ¿Tiene sentido honrar justo en la mitad de la peor crisis financiera en casi un siglo a alguien que se pasó medio siglo diciendo que jamás podría haber una crisis financiera de este tipo? (se refiere a Eugene Fama, distinguido con el Nobel junto a Lars Peter Hansen y Robert Shiller). ¿Y qué es de los millones que están sufriendo las consecuencias de esta crisis, producto en gran parte de la aplicación de las políticas de desregulación financiera propuestas por Fama?”. Palma interpela si no es necesario preguntarse también cuál es el status “científico” de las propuestas de políticas que hacen los economistas.

Palma es doctor en Economía de la Universidad de Oxford y en Ciencia Política de la Universidad de Sussex, y profesor titular de la Facultad de Economía de la Universidad de Cambridge. En el trabajo publicado por el Centro de Investigación Periodística (Ciper), en Chile, menciona que la entrega del último Nobel a esos tres economistas revela que la Economía debe ser la única disciplina que se cree ciencia y que al mismo tiempo puede dar un premio a dos personas que dicen exactamente lo opuesto. Para Fama, los mercados financieros “son tan increíblemente eficientes que los precios de los activos financieros siempre reflejan los fundamentos y, por tanto, nadie puede ganar más plata que el resto, especulando con ellos en forma sistemática”. Esta teoría dice que los precios de los activos financieros absorben toda la información en forma tan instantánea y eficaz que ni siquiera los que tienen acceso a información privilegiada deberían lograr ventajas respecto del resto. Para Shiller, en cambio, la dinámica de los mercados financieros está inevitablemente manejada por la psicología humana, la cual puede crear fácilmente, y en forma sostenida, precios errados, como en el caso de las burbujas financieras recientes. Y lo puede hacer por períodos muy largos. Palma ironiza que esa elección por parte del comité del Nobel “es como haberles dado un premio de Astronomía a Claudio Ptolomeo y Nicolás Copérnico simultáneamente. Al primero, por demostrar que la Tierra es un planeta inmóvil en el centro del Universo, con el Sol y la Luna girando a su alrededor. Al otro, por demostrar lo contrario: que no existe un cosmos cerrado y jerarquizado, producto de la imaginación de un hombre con un terrible complejo de ombligo sino un Universo homogéneo e indeterminado y, a la postre, infinito”.

Esta discrepancia debería ser lo habitual en el análisis de fenómenos económicos pues, como se mencionó, existe una ideología actuando como fundamento para la elaboración de la teoría. Pero el núcleo dominante y mayoritario de la ciencia económica la define como una ciencia exacta, despreciando a quienes la consideran como una ciencia social. Si lo aceptaran, no estarían en condiciones de mostrar la verdad absoluta acerca de cuestiones económicas que inquietan a la población. “Parte fundamental de esa farsa es reprimir la controversia y disfrazar la ideología como ‘conocimiento’. Esto es, disfrazar la ‘verdad revelada’ como verdad adquirida a través de un riguroso examen de la realidad”, explica Palma. La naturaleza de esta disciplina, sus métodos y evidencia empírica son tales y el rol fundamental de la ideología es tal, que estos premios deberían darse, según Palma, no tanto por lo que se dice sino por la rigurosidad con la que se dice lo que se dice; esto es, otorgarlos por la pureza de la lógica, la potencia de los datos y, cuando es necesario, por la seriedad del álgebra.

“Eso es todo lo que le podemos pedir a nuestra ciencia económica”, indica Palma, destacando que nuestros Ptolomeos y Copérnicos actuales (guardando las distancias en cuanto a genialidad) están en realidad igual de distantes unos de los otros como lo estaban aquéllos cuando argumentan, por ejemplo, sobre las posibles bondades de la “independencia” del Banco Central, de los orígenes de la inflación, de las fuentes del crecimiento, de la “flexibilización” deseada en el mercado laboral, del financiamiento de la educación, o de los orígenes de la desigualdad y de los mecanismos más eficaces para mejorarla. Palma concluye que pretender lo contrario, acallando a la disidencia, es puro cuento, recordando una conocida canción que dice: “Teatro. Lo tuyo es puro teatro. Falsedad bien ensayada. Estudiado simulacro”.

Por eso mismo debería haber mucha cautela y prevención en gobernantes y en la población sobre lo que predican los economistas y no creer que sus opiniones tienen el mismo status científico de un descubrimiento de la física.

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