ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
Los exportadores del complejo agrario demoraron la venta de dólares y los importadores adelantaron compras a lo largo del año pasado por la expectativa de una devaluación mayor al ritmo de ajuste pausado de la política de administración del tipo de cambio. Además del habitual contrabando, la sobrefacturación de importaciones y la subfacturación de exportaciones fueron utilizados con más intensidad como mecanismos de fuga de capitales para eludir las restricciones al acceso a dólares. Estos comportamientos de ese universo de empresas derivaron en una fuerte caída del saldo comercial en el balance cambiario del Banco Central. La merma no ha sido insignificante: 8078 millones de dólares al tercer trimestre de 2013 respecto de igual período del año anterior. Monto que se amplió en los últimos tres meses de 2013 de acuerdo con la evolución de las variables cambiarias y del comercio exterior. El saldo positivo del intercambio comercial, medido por el movimiento de divisas registrado por el Banco Central, fue entonces de unos 4000 millones de dólares, cuando en 2012 había sido de 14.673, y en 2011, de 15.041 millones.
Esos 10 mil millones de dólares de diferencia afectaron el stock de reservas, ya castigado por el aumento de la demanda de dólares por turismo, la cancelación neta de préstamos financieros y líneas de crédito con el exterior y una mayor flexibilidad en la autorización para el giro al exterior de utilidades de empresas. Ese retroceso en la cantidad de divisas ingresadas al BCRA manteniendo la política de desendeudamiento con reservas dejó en una posición de debilidad para enfrentar la corrida cambiaria permanente instalada en los dos gobiernos de CFK. La consecuencia fue la devaluación que llevó la paridad a 8 pesos por dólar.
El deterioro del balance cambiario es una de las principales urgencias de las cuentas externas. Revertir esa tendencia es el gran desafío del equipo económico para mantener el control de la plaza cambiaria y desde esa trinchera estabilizar las principales variables financieras. En las dos últimas semanas ha podido calmar al mercado. En esa tarea intervienen factores de cortísimo plazo y otros estructurales. Para estos últimos se requiere de políticas específicas sin resultados inmediatos, aunque permiten ofrecer señales importantes sobre cuál es la tendencia, como las inversiones energéticas en búsqueda del autoabastecimiento.
El pensamiento económico convencional afirma que la devaluación de la moneda doméstica tiene como resultado un inmediato crecimiento de las exportaciones. La evidencia empírica muestra que no se cumple ese postulado; y sí que brinda rentas adicionales a grupos privilegiados (sector agrario del área pampeana, productores de insumos difundidos y grandes atesoradores de dólares). En cambio, impacta negativamente en la evolución del Producto Bruto Interno y en las compras externas, dado que existe una elevada relación entre las tasas de variación de las importaciones y la actividad económica. Esta devaluación servirá para que grandes productores y exportadores liquiden la parte de la última cosecha retenida y, en especial, para que no reiteren esa conducta con la actual que comenzará a fines de marzo.
El año pasado, el valor devengado de las exportaciones subió a un ritmo del 4 por ciento y las importaciones, al 10 por ciento. Si se repitiese ese comportamiento, la restricción externa se desplegaría en toda su magnitud. En Economía confían en que no será así porque la fuerte devaluación acumulada del peso del 26 por ciento, desde la aceleración de la pauta de variación diaria hasta el doble salto del 22 y 23 de enero pasado (subió de 5,94 pesos el 1° de noviembre hasta 8,025 pesos el 3 de febrero), modificarán la tendencia: aumentará el ingreso por exportaciones, confiando en el cumplimiento del acuerdo por parte de las multinacionales cerealeras, y disminuirá la salida de divisas por importaciones. Esto último por dos vías: una, porque hubo un adelantamiento de compras y, otra, por el previsible menor ritmo de la actividad económica.
Aunque no sea la materia predilecta de la heterodoxia, una de las principales claves de los meses inmediatos hasta el fin del gobierno de CFK se encuentra en el frente financiero. La negociación con el complejo exportador agrario es financiero; no es sobre la estructura productiva. No es un dato menor saber que las mesas de dinero de esas firmas son tan o más grandes que algunas de bancos líderes. Además de la retención de cosecha por parte de productores-acopiadores-exportadores, equivalente a unos 5000 millones de dólares, las multinacionales cerealeras dejaron de financiarse en el exterior con bancos o casas matrices para la compra de granos para tomar créditos en pesos en el mercado local. Con tasas bajas en términos reales solicitaron líneas por un total de 11 mil millones de pesos (unos 2000 millones de dólares), lo que les permitió realizar importantes ganancias financieras.
Esa operatoria fue limitada por el Banco Central, como también la posición en moneda extranjera (divisas, bonos y contratos a futuro) de las entidades financieras. Estas dos medidas exponen que la cuestión financiera es fundamental para evitar movimientos especulativos con el tipo de cambio.
Desde el mismo momento en que el Banco Central dispuso un nuevo régimen de acceso a monedas extranjeras apareció el reclamo al Gobierno de contar con opciones de inversión financiera atractivas en pesos. Más sofisticadas con bonos y acciones, publicitando el Gobierno sólo la ON de YPF, y más sencillas con depósitos a plazo fijo. Esta última opción, que es la más popular, ofrecía hasta hace poco tasas de interés negativas, fundamentalmente con respecto a la devaluación esperada, más aún cuando se aceleró la pauta de ajustes diarios. Si bien las acciones y bonos rindieron ganancias muy elevadas el año pasado, se trata de un mercado no masivo. Para evitar la dolarización de ahorros las colocaciones a plazo tienen que ser atractivas, situación que empezó a verificarse con el alza de las tasas de interés, aunque en forma dispar según el banco.
El frente financiero también exige un plan para el manejo de los pasivos públicos, en especial los nominados en dólares. El desendeudamiento con reservas demanda una estrategia diferente. No es por un aumento considerable de los vencimientos en este año, sino por la debilidad relativa en el stock de reservas y reducción del saldo cambiario del intercambio comercial. Los servicios en dólares de la deuda con el sector privado en 2014 son menores en relación a años anteriores, pero su peso relativo es mayor ante esa escasez de divisas. Para atenderlos pueden refinanciarse con colocaciones de bonos en el mercado a tasas de un dígito, o también con operaciones de canje voluntario de papeles, como el implementado a fines del mes pasado con bonos en pesos.
Esa operación involucró al Bonar 2014, título público en pesos, que fue trocado por otro con vencimiento en marzo de 2019. La adhesión al canje fue del 77 por ciento por un monto total de casi 16 mil millones de pesos, con una leve reducción de la tasa de interés en el nuevo bono. De ese monto, 10 mil millones correspondieron a tenencias del sector público (FGS de la Anses, PAMI y Banco Nación), y los 6 mil millones restantes de entidades privadas. Ese canje fue una oportuna medida financiera preventiva porque permitió evitar que esa masa de recursos en pesos presionara sobre la plaza del dólar, ya sea en el mercado oficial o en el ilegal. Fue un primer paso para incorporar una herramienta en la administración de los pasivos públicos, con resultado favorable, abriendo las puertas para reiterarlo con futuros vencimientos de capital en dólares.
El mantenimiento del control del mercado cambiario requiere una estrategia financiera, que ya comenzó a implementar el equipo económico con éxito en las últimas semanas, sin inhibiciones para jugar con las mismas reglas que las de los lobos de Buenos Aires.
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