ECONOMíA › OPINIóN
› Por Eduardo Montebello *
“Caía la tarde del viernes 7”, aunque de anquilosada prosa, tal como cientos de setentistas practicábamos en clases de “redacción” ante la atenta mirada de la maestra de cuarto grado, la nota del diario La Nación pretendía aparecer como filosa premonición de un fin de época. En fin, hay recursos más profesionales (menos berretas quiero decir) con los que acometer tamaña empresa. Pero al fin de cuentas, un tribunero de doctrina es, hoy día, más apreciado por su disposición al servicio que por el vuelo de su pluma.
La cuestión era traslucir perplejidad ante la actitud insólita de unos tipos, a los que se los supone enfrascados en ecuaciones exponenciales y enigmas de laboratorio, controlando precios en un supermercado. Tamaña apostasía debía mover a perplejidad y risas, salvo que el cuadro se desarrollara en alguna región del mundo civilizado, lejano a estas tierras infectadas de populismo.
Aquí no, aquí las cosas tienen su ordenamiento: un abogado se interesa por cuestiones de jurisprudencia, un físico por los caprichos de la termodinámica, un médico por la saturación de oxígeno en la sangre y un ama de casa por la lavandina. Así funciona todo como Dios manda. Nadie se mete en problemas que no le competen, y de los precios se ocupa el mercado. Así de simple, ¿para qué complicar las cosas?
Hay tipos que piensan en un modelo de crecimiento inclusivo y saben que para esto es indispensable el impulso de fuerzas productivas dotadas de un creciente desarrollo científico y tecnológico para el aseguramiento de una autonomía indispensable para su sostenimiento. Entonces hurgan en los espacios de la realidad para torcer el timón más que centenario (como la edad del diario) que conduce nuestro rumbo de nación saqueada, intercambian experiencias, estudian cursos posibles y osados y además debaten, exponen y proponen.
Estos tipos no son una invención del kirchnerismo, por cierto; estos tipos son apenas un legado de personajes detestados por los tribuneros de doctrina en el curso de nuestra historia, que se han prodigado en momentos cruciales, trabajando tozudamente por forjar un país autónomo, digno, soberano y con inclusión. Algunos fueron echados a bastonazos y otros se recluyeron entre probetas. Pero a no confundirse: cada uno de ellos sabía que el curso fecundo de la historia estaba más allá de esos ámbitos de reclusión, estaba en la calle, en la realidad cotidiana, en la dinámica de la puja de intereses, en la política definitivamente.
Cuando esto ocurre, y los científicos y los bien leídos (como diría un prosista tribunero) salen a mezclarse con el barro de la realidad, la primera reacción es la denostación mediante argucias poco originales, hilarantes, sexagenaristas, y luego profetizar el apocalipsis y el fin de época para que todo quede ordenadito, como Dios manda, y vuelva la zorra al portal, el avaro a sus divisas y el señor cura a sus misas.
“Comentarios acerca de una nota aparecida el 16 de marzo de Jorge Fernández Díaz, en el diario La Nación, acerca del ‘desatino’ cometido por miembros de la Comisión de Desarrollo Tecnológico de Carta Abierta, ejerciendo controles de precios en un supermercado.”
* Miembro de la Comisión de Desarrollo Tecnológico de Carta Abierta.
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