ECONOMíA › OPINIóN
› Por Alejandro Fiorito *
En tren de generar posibilidades hipotéticas sobre las distintas variantes que la Argentina puede tomar para evitar mayores compromisos económicos dañosos, sean éstos un default como peor escenario inmediato (lo que implica comenzar de cero en la reestructuración) o bien diversos montos de nueva deuda que se agregarían (1500 millones con los buitres de coyuntura, 15.000 millones con todos los buitres, 120.000 millones con el 92,4 por ciento de los fondos des-reestructurados vía cláusula Rufo, o vía cláusula Cerrojo, aprobada en el Congreso), se llega a pensar en que si sale bien y no se entra en el default, el mundo nos ha aumentado el stock de deuda externa finalmente. Se puede argumentar entonces que el default no sería el escenario más dañoso, al poder corregirse todos los errores cometidos del anterior proceso.
El problema es que a diferencia de un juego electrónico –en el que se puede empezar infinitas veces en cada vez mejores escenarios–, el otro lado también mueve. La realidad tiene histéresis y todos aprenden. Por lo que no está claro que enfrentar una “restricción social” entrando en un default y caída del financiamiento de todo tipo para la Argentina, caída de importaciones y nivel de actividad con severas consecuencias de escasez en lo que sería un verdadero mundo marginalista de oferta fija por una posible futura solución, sea aconsejable.
Da toda la impresión qde ue es acertado el camino del Gobierno en tratar de dar continuidad al proceso y negociar para no entrar en default de la deuda, para permitir continuar el proceso, y mejorar las condiciones financieras del país para permitir, vía Cuenta Capital (Repsol, Club de Paris) y al madurar las condiciones de mediata sustitución energética de Vaca Muerta, cambiar las condiciones de deuda en un futuro. No siempre las condiciones se presentan con una salida clara y positiva para el país (no se sabe de futuras acciones legales). A veces todas las salidas son malas, y ante la incertidumbre de temas leguleyos y de interpretación (siempre puede aparecer un juez que acepte un reclamo, y seguimos bajo los mismos tribunales foráneos que aceptamos hacia el futuro) habrá que elegir la que sea menos mala.
Parece entonces que ganar tiempo para el país es lo menos malo que se puede intentar para poder obtener financiamiento en mejores condiciones, salir de la restricción externa en que estamos, crecer y cambiar la ecuación de deuda más adelante. No se trata por lo tanto de ser “sumisos”, o “ponerse de rodillas” sino de medir fuerzas propias efectivas para tomar el camino menos gravoso. Se aceptó el tribunal y se perdió. Las “palmaditas de pésame” del mundo no sirven para convencer a los tribunales de Nueva York, dado que no es un tema moral el que está en juego. Como decía un economista del South-Centre el año pasado, habrá que aprender a no firmar los tratados que nos ubican por propia voluntad en la aceptación de una obligada de pérdida de soberanía (libre comercio con UE, de inversión) e ir saliendo a su vez de los marcos institucionales firmados en épocas del Consenso de Washington en los ‘90 y que nos dejan sin defensa alguna. La disputa interestatal sigue, los buitres no son vegetarianos y el mapa internacional no se guía por la ética sino por el poder.
* Docente de UNLU.
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