Sáb 27.09.2014

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

La liquidez

› Por Alfredo Zaiat

Una idea que reúne elevado consenso es la existencia de un elevado grado de preparación de los protagonistas del sistema financiero. Las riquezas y exuberancias que rodean el escenario de los banqueros les otorga méritos de los que carecen. Lo que sí tienen es una virtud sobresaliente que les permite ocupar espacios de privilegio en la sociedad: la habilidad extrema en la especulación y la rapidez para adaptarse a los movimientos de los mercados. Pero no más. Confiar en sus propuestas o depositar confianza en ellos para elaborar estrategias cooperativas para enfrentar los desafíos que el propio sistema financiero impone es una estrategia muy riesgosa. Es una trampa a eludir para no sufrir daños costosos. Los actores del mundo de la banca no invierten en desarrollos intelectuales para comprender sus propios problemas, y desde el universo académico existe el predominio de la corriente de pensamiento económico dedicada a justificar sus excesos. La academia ortodoxa ha constituido una asociación lícita con los poderes económicos, especialmente el financiero. En otros ámbitos, políticos, judiciales y mediáticos, esa comunión recorre límites más difusos que en Estados Unidos lo denominan lobby, redefinido como corrupción cuando se despliega en países periféricos.

La política económica enfrenta un dilema complejo, porque si su orientación es dictada por los intereses de las finanzas resulta muy perturbadora del desarrollo social, pero si pretende definirse con márgenes de autonomía de ese poder financiero es resistida hasta su desestabilización. De una u otra forma, la expansión de las finanzas o el propósito de una mayor regulación se han constituido en un factor de inestabilidad. En forma esquemática, en la década del noventa el vínculo amigable con el mercado con una activa emisión de deuda terminó sumergiendo a la economía en un círculo vicioso hasta la insolvencia, mientras que el ciclo posterior de alejamiento de las condicionalidades impuestas por las finanzas con el desendeudamiento utilizando reservas terminó generando espacios de vulnerabilidad cambiaria. Se trata de un desequilibrio permanente que, además de cuestiones de la estructura productiva y financiera propias, tiene más o menos intensidad según la fase del ciclo político. En los inicios transita por una ilusoria luna de miel con los denominados mercados, para luego reconvertirse en desunión expresada en corridas de diferente tipo (bancarias, bursátiles con bonos de deuda o cambiarias).

Existen varios antecedentes en la historia económica reciente que obligan a conocer las motivaciones que están por detrás de ese comportamiento de la banca. Si bien esa comprensión no necesariamente modificará mágicamente la lógica de funcionamiento de las finanzas, al menos permitirá entender sus acciones y, desde esa instancia básica, aspirar a amortiguar, con decisión política, sus factores perturbadores. Una de esas conductas es la del destino del crédito bancario, porque de esa manera es posible observar qué es lo que hacen las entidades con el dinero. Si lo prestan al consumo, a la producción o manejan la liquidez (el dinero disponible) para acelerar tensiones en el mercado de cambio.

Una reciente investigación aborda cómo ha sido la orientación de los préstamos de la banca privada, y cómo desde 2007 ha preferido concentrarse en préstamos al consumo en detrimento de la producción. Sólo la intervención del Banco Central exigiendo vía regulaciones normativas permitió alterar un poco esa estrategia. Rodrigo López y Pablo Mareso explican en “Racionamiento de crédito en un marco de dinero pasivo y preferencia por la liquidez de los bancos. Una explicación del comportamiento de la banca privada durante la última década” que a partir de 2007 se verifica “un proceso de racionamiento de una porción del crédito destinada al financiamiento de las actividades productivas que pasa a ser atendido por el Banco Nación y el Banco Credicoop”.

Los resultados de esa investigación del Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina muestran que el destino de los préstamos tuvo un comportamiento diferenciado a partir del segundo semestre de 2007 entre los bancos privados, por un lado, y el Banco Nación y la banca cooperativa, por el otro. Los datos relevados para el período 2004-2012 revelan que la banca privada, tanto nacional como extranjera, incrementó en una forma sensiblemente más dinámica sus créditos para consumo de las familias en relación con aquellos destinados a las empresas. Esa conducta no estuvo motivada en la ausencia de demanda por esos préstamos, porque el comportamiento diferenciado del Nación y Credicoop lo desmiente, puesto que esas entidades crecieron fuertemente en esos préstamos. López y Mareso señalan que esa dinámica obliga a explorar otros argumentos, descartando que sean por el deterioro de indicadores sobre calidad de cartera y rentabilidad. Señalan que tampoco se explica por el menor “costo de fondeo” de los bancos públicos. Entonces concluyen que “la incidencia de un incremento en la percepción de iliquidez a partir del segundo semestre de 2007 derivó en un redireccionamiento del crédito hacia los préstamos a las familias por parte de la banca privada”. A partir de ese momento, se observa otro acontecimiento financiero que facilita la comprensión de las actuales tensiones cambiarias: el reinicio de un proceso de fuga de capitales, pérdida de reservas que se detiene con la adopción de medidas tendientes a restringir la adquisición de divisas con fines de atesoramiento. Esa presión sobre el mercado cambiario se trasladó posteriormente al mercado ilegal a través del incremento del precio del dólar paralelo. Los autores aclaran que, si bien esa presión cambiaria en el comportamiento de la actividad bancaria no es objeto de su estudio, advierten que “puede esperarse que la expectativa de devaluación a mediano plazo haya operado sobre la preferencia por la liquidez de los bancos elevando las tasas activas de los préstamos a niveles incompatibles en muchos casos con el retorno normal de la actividad productiva”.

La secuencia tuvo entonces el siguiente recorrido: la crisis internacional de 2007 y otros factores locales impulsaron a los bancos a disminuir el crédito a la producción prefiriendo acumular liquidez (dinero), y no fue casualidad que en esa instancia comenzara una intensa fuga de capitales. Luego esa presión sobre las reservas del Banco Central fue amortiguada al limitarse el acceso a dólares para ahorro, que se flexibilizó en este año. Pero la tensión se canalizó hacia el mercado paralelo del dólar. Mientras, la banca privada mantuvo su preferencia por la liquidez, sólo alterada un poco por la obligación de prestar al sector productivo dispuesta por el Banco Central.

López y Mareso aprueban que los cambios normativos dispuestos en los últimos años, en el marco de la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central, “dan cuenta de la existencia de una voluntad política tendiente a generar una regulación del sistema que permita potenciar sus externalidades en materia de producción y empleo”. Pero observan la necesidad de una política regulatoria que genere incentivos para que la banca privada incremente sus préstamos a las empresas. El objetivo es que esa liquidez (fondos obtenidos de la captación del ahorro) en poder de los bancos tenga efectos positivos sobre la economía al destinarlo a financiar la producción, y no para acompañar la fuga de capitales y luego para especular en el mercado cambiario vía canales subterráneos que alcanzan las operaciones ilegales con el dólar blue.

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