Dom 05.10.2014

ECONOMíA  › OPINION

Defensa

› Por Alfredo Zaiat

Las crisis de los ’90 que sumaron 134 recesiones y profundos desequilibrios financieros y cambiarios en 87 países emergentes, según un estudio de una comisión investigadora del Congreso de Estados Unidos sobre el FMI, entregaron un aprendizaje esencial para América latina y Asia, los dos continentes donde se concentraron esas debacles. La lección fue que sumar dólares en cantidad en la banca central es la estrategia financiera contracíclica más firme. De ese modo esos países fueron construyendo un dique defensivo frente a shocks externos. Defensa que fue probada con éxito ante diferentes sacudidas, en especial la crisis que estalló con epicentro en las potencias mundiales. La política de acumulación de reservas ha sido un sendero transitado por los países en desarrollo y potencias emergentes. Para la Argentina, tuvo además una relevancia particular. En varias ocasiones desde 2007 ha servido para desalentar y neutralizar maniobras especulativas en la plaza cambiaria reduciendo la incertidumbre de los agentes económicos. Conociendo las traumáticas experiencias de décadas pasadas y la tendencia a la dolarización de los excedentes, preservar un nivel suficiente de reservas se termina convirtiendo en un objetivo fundamental, ya no sólo económico-financiero sino también de estabilidad política.

El actual stock de reservas del Banco Central sigue siendo elevado y suficiente para hacer frente a los compromisos de deuda de éste y el próximo año, además habrá ingresos por líneas acordadas con China y otras vías de financiamiento externo, a lo que se sumará el saldo positivo de la balanza comercial. Pero es evidente que esa trinchera defensiva ha estado bajo ataque constante en los últimos siete años, y el éxito para seguir resistiéndolos se encuentra en mantener la fortaleza de las reservas. Por diferentes canales a lo largo de ese período ha recibido embestidas que disminuyeron su capacidad de intervención: la fuga de capitales, la morosidad para la liquidación de dólares de exportación, la retención de la cosecha de soja en silobolsas, el adelantamiento de importaciones. Esas presiones no aflojarán ya sea por motivaciones financieras o políticas, como se ha podido verificar en estos años y más aún ahora que se está por ingresar en el último del gobierno de CFK.

La acumulación de reservas en las bancas centrales facilita la administración del tipo de cambio, ofrece un seguro frente a corridas cambiarias y modificaciones súbitas en los flujos de capitales, reduce la vulnerabilidad externa, permite contar con un prestamista de última instancia en moneda extranjera propio y disuade presiones devaluatorias y ataques especulativos.

El incremento de reservas internacionales fue de 227 por ciento en el lapso 2003-2011, hasta alcanzar un máximo de 52.618 millones de dólares en enero, comenzando en ese mes una furiosa fuga de capitales apostando a una brusca devaluación luego de las elecciones de octubre, que ganó CFK. Las iniciativas del Gobierno de detener esa sangría disponiendo un nuevo régimen de administración y control de acceso a la moneda extranjera y a la vez de destinar una porción de las reservas para pagar deuda externa rompieron con el mandato de la ortodoxia de que esos dólares debían ser usados sólo para financiar la fuga de capitales.

Durante el kirchnerismo se ha pagado deuda externa privada con superávit fiscal hasta 2008, cuando había alcanzado casi los 3,0 puntos del PBI, y luego con reservas. El saldo positivo de las cuentas públicas empezó a reducirse desde el año siguiente por la decisión del Gobierno de mantener una política expansiva para proteger a la economía de los impactos negativos de la crisis internacional. La utilización de reservas para pagar vencimientos de deuda liberó entonces recursos fiscales para sostener el nivel de actividad económica. De esa forma eludió el ajuste postulado por la ortodoxia y heterodoxia conservadoras, y a la vez no convalidó la refinanciación de vencimientos a tasas de interés elevadas.

Existen diferentes etapas en los procesos económicos y esos momentos requieren de políticas específicas para abordarlos. Esas fases también son distintas por la situación relativa en que se encuentran variables claves. Cuando el nivel de deuda es asfixiante, al representar el 166 por ciento del PBI, el default, el posterior canje y el desendeudamiento, primero con el saldo positivo de las cuentas públicas y luego con reservas del BCRA, constituye la estrategia adecuada para ampliar los estrechos márgenes de autonomía de la política económica. En cambio, después de transitar ese inmenso esfuerzo social para aflojar las condicionalidades del mundo financiero, que permitió disminuir la deuda al 44 por ciento del PBI (apenas el 9 por ciento en dólares con el sector privado), la situación es muy diferente, en términos favorables.

La cuestión central no pasa por estar o no en los mercados de deuda, sino en cómo estar. Ningún país cancela deuda en términos netos con el sector privado en forma permanente, hasta extinguirla. La virtuosa política de desendeudamiento deja el terreno despejado para un futuro gobierno amigable con el mercado financiero, que entusiasma a banqueros y a referentes económicos de candidatos a presidente que adelantan que sobrarán dólares a partir de 2016 o que estiman que la Argentina se podrá endeudar hasta en 50 mil millones de dólares en los cuatro años del próximo gobierno.

El actual contexto cambiario induce hoy a captar dólares del mercado de capitales a través de la colocación de bonos para ordenar la plaza cambiaria, con el objetivo de preservar la estabilidad económica y el empleo. El desendeudamiento con el sector privado utilizando reservas del Banco Central hoy es una restricción si el objetivo es recuperar el control del mercado cambiario y evitar otros cimbronazos en la paridad luego del despido de Juan Carlos Fábrega. Al respecto, pese a la oposición del ministro de Economía, el ahora ex titular del BCRA cometió el error de subir la paridad oficial siete centavos hasta 8,40 pesos el jueves 21 de agosto, alentando las expectativas de devaluación y, por lo tanto, impulsando la cotización del blue, que subió ese día a 14 pesos, provocando la segunda corrida del año.

La eventual colocación de deuda en el mercado no sería para cubrir gastos corrientes (década del ’80) o desequilibrios externos (’90) ni incrementaría la deuda en forma neta, sino que sería para refinanciar vencimientos con el objetivo de aliviar las presiones financieras y políticas sobre las reservas.

El equipo económico de Kicillof ha encarado con éxito la tarea de cerrar conflictos en el frente externo mejorando la relación con el FMI al presentar un nuevo índice de precios de alcance nacional sin cuestionamientos técnicos, definiendo el monto de la indemnización por la expropiación del paquete mayoritario de Repsol, culminando con el prolongado default con el Club de París, y cumpliendo con los juicios perdidos en el Ciadi. El estallido del conflicto con los fondos buitre por la decisión de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos de lavarse las manos con el caso interrumpió esa estrategia. Subidos al show semanal de audiencias del juez Thomas Griesa y a la campaña de acoso y desinformación del lobby buitre, grupos financieros y exportadores locales retomaron el ataque sobre las reservas y el mercado cambiario vía el blue y el contado con liqui. La cotización marginal subiendo hasta casi 16 pesos es el dólar buitre.

Hasta esta nueva corrida, la brecha cambiaria había descendido al 27 por ciento y el Banco Central iba acumulando reservas con una liquidación constante de dólares de exportación, a lo que se le sumaban las alianzas estratégicas con dos de las potencias de los Brics (China y Rusia) acompañadas de financiamiento externo. La pelea con los fondos buitre junto a los desaciertos de Fábrega en el manejo del mercado fueron el disparador de otra corrida cambiaria. Para volver a alinear las variables financieras y cambiarias, hay que conseguir más dólares, pero mientras tanto en el equipo económico están convencidos de que deben evitar que banqueros y cambistas marquen el ritmo del mercado. El relevo de la conducción del Banco Central fue el primer paso.

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