Dom 26.10.2014

ECONOMíA  › OPINION

Especular

› Por Alfredo Zaiat

Para algunos es la guía principal del comportamiento de los agentes económicos y para otros es la causa central de las perturbaciones de los mercados. Sin caer en los extremos del endiosamiento o la repulsión, la especulación influye en todas las actividades de la economía. Una de las debilidades de las corrientes críticas del pensamiento económico es evaluar la acción de especular como si fuera exclusivamente una perversidad del sistema. Esta observación entusiasma a rústicos divulgadores del conservadurismo porque permite exponer una carencia de quienes ellos consideran equivocados en sus fundamentos económicos. Pero quienes postulan la especulación como regla básica del funcionamiento de la economía no deberían eludir que en ese juego a veces se gana y otras se pierde. Es un aspecto que omiten cuando el resultado es desfavorable, cargando la responsabilidad en otro, en general sobre el Estado. Cuando el saldo de la apuesta es positivo, el mérito es por la sagacidad y el espíritu emprendedor; en cambio, cuando el signo es el contrario, existe la tendencia a buscar culpables en otros. La actividad de los banqueros es el caso más representativo de esa conducta. Son expertos en privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. En los últimos años, ese foco de la especulación amplió su espacio de influencia hacia la comercialización de materias primas, en especial con la soja.

La especulación está motorizada por la previsión y percepción de los sujetos económicos sobre la evolución de precios futuros de un determinado bien. De esa forma podrán ganar o perder una porción del capital dependiendo de si vendieron a un valor más alto de lo que lo compraron, o viceversa. El año pasado, en el mercado de granos hubo una fuerte especulación con retención de cosecha, apostando a una devaluación brusca, que finalmente ocurrió, valorizando así el capital guardado en silobolsas. Quienes conocen el espíritu de agentes financieros o bursátiles apuntan a que existe el vicio de reiterar apuestas especulativas ganadoras sin considerar que pueden cambiar las condiciones del mercado. Pese a esa posibilidad, dulces con la utilidad conseguida con la devaluación de enero pasado, el sector redobló la apuesta de guardar la soja. Extraño comportamiento especialmente del complejo agrario exportador, debido a que cuentan con expertos del mercado para la toma de decisiones, porque ya se adelantaba a principios de año una cosecha record en Estados Unidos y altos rindes en Brasil que iban a deprimir el precio internacional de la oleaginosa. El resultado fue una caía de casi 40 por ciento en el precio internacional desde el pico de 2013. Además, la presión devaluacionista, alentada por el ex presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, fue desbaratada a tiempo por el equipo económico. De ese modo, la especulación exitosa del año pasado (por precio y por devaluación) de acumular soja en silobolsas ahora se tradujo en una importante caída de la rentabilidad.

Los grandes productores y exportadores, aconsejados por las cámaras del sector y por sus consultores económicos preferidos, que en estos últimos meses están haciendo notorios esfuerzos para dejar en evidencia que están siendo financiados por los fondos buitre, apostaron a retener gran parte de la cosecha en silobolsas, afectando el ingreso de divisas al Banco Central. Esa conducta especulativa tuvo como objetivo hacer caer la oferta de dólares y provocar una nueva fuerte devaluación, como la de enero pasado, para obtener de esta forma rentas extraordinarias que permitieran compensar la tendencia bajista de los precios.

Sebastián Lucero, economista del Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad (Cepes), calculó el costo que le representó a la sociedad la especulación sojera. En el documento “Costo de la especulación”, también dimensionó ese costo en términos de políticas sociales y en términos de actividad económica. De ese modo, puso en contexto el costo de oportunidad para el Estado por una merma en su recaudación (caída del monto por derechos de exportación) en términos de una menor masa de recursos para la ejecución de sus políticas; y por una menor disponibilidad de divisas para importar los insumos necesarios para el funcionamiento de la industria. Lucero estimó en base a diferentes variables (cosecha, saldo exportables, permisos de exportación) que de no haber tenido un comportamiento especulativo guardando parte de la cosecha, hasta octubre de este año se deberían haber exportado 7,4 millones de toneladas más de las que efectivamente se realizaron. “Hubiesen ingresado al país a octubre del corriente año divisas por 4088 millones de dólares”, afirma Lucero.

Si a ese monto estimado se le aplican los aranceles a las exportaciones, se obtiene la suma total que el Estado dejó de percibir en concepto de recaudación: 1370 millones de dólares. Lucero evaluó qué destino hubiese podido tener ese dinero para financiar, por ejemplo, programas de la política social. Calculó que con esos millones de dólares se hubiesen podido construir 21.500 viviendas a través del Pro.Cre.Ar; o brindar 1.450.000 prestaciones anuales de Asignaciones Universales por Hijo; o entregar 1.500.000 programas anuales del Progresar; o distribuir 4.200.000 de netbooks del Conectar Igualdad; o construir 2470 kilómetros de carreteras.

A la vez menciona que la industria y los trabajadores también se perjudicaron porque dejaron de ingresar 4088 millones a las arcas del Banco Central. Esto es así porque la menor cantidad de divisas dificulta la compra externa de insumos industriales y bienes de capital, mermando la actividad industrial, por ende su producción y empleo.

Lucero indica que “párrafo aparte merecen los propios productores sojeros, los cuales con su comportamiento representaron el caso más cercano al perro que se muerde su propia cola. Perdieron plata por especular. Porque si este grano retenido se hubiera exportado en el período habitual de liquidaciones, cuando el precio promedio de la soja era superior a los 550 dólares la tonelada FOB en puertos argentinos, hubieran obtenido un ingreso adicional de divisas respecto de la situación actual”. La pérdida estimada de los sojeros en lo que va de este año es la diferencia entre los ingresos que hubiesen obtenido por vender (sin especular) menos los ingresos que tendrían hoy por vender lo que guardaron. El ingreso no realizado estimado, resultado de no vender en el momento normal, es de 4088 millones de dólares menos las retenciones correspondientes, unos 2719 millones de dólares. El valor actual de la soja no vendida es de 3563 millones de dólares, restándole las retenciones, el valor neto se aproxima a los 2370 millones de dólares (suponiendo que los productores vendieran hoy su producción acopiada). Por lo tanto, la pérdida para los productores en estos diez meses es de 349 millones de dólares, monto que seguiría aumentando si continuara la tendencia a la baja en los precios.

Especialistas en negociación proponen que la mejor estrategia es la de “win-win”, donde ambas partes se quedan conformes para afianzar el vínculo y prever futuras operaciones comerciales. Lucero evaluó que la especulación con la soja en las silobolsas ha sido un esquema opuesto, el de “lose-lose”, al concluir que “tanto los productores (y acopiadores) como el Estado (y en consecuencia la sociedad) perdieron por esta conducta especulativa”.

La decisión individual o la de grupo concentrados de especular en su actividad es una característica del funcionamiento de la economía. Esa lógica individual que a veces brinda resultados positivos y otros negativos tiene mucho impacto en el conjunto de la sociedad.

Lucero propone que “no es equitativo que el Estado deba intervenir exclusivamente en situaciones de emergencia. Debe participar en todo el proceso de crecimiento; no solo en momentos de crisis sino también en momentos de auge”. Entonces es el Estado el que debe contar con herramientas efectivas de intervención para acompañar el ciclo favorable como también amortiguar los costos de decisiones especulativas erróneas con costos elevados para la estabilidad económica. En el caso del complejo agrario, un instrumento útil en esa tarea es contar con una Agencia Comercializadora de Granos para evitar que intereses particulares puedan afectar el bienestar general.

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