Sáb 31.01.2015

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

La demanda

› Por Alfredo Zaiat

El mensaje que fluye desde las usinas económicas tradicionales apunta sobre el “exceso de demanda” para explicar lo que suponen “desequilibrios” económicos. El aumento del gasto público, la emisión monetaria, la expansión de la inversión pública, las mejoras salariales, el alza de las jubilaciones y de los planes de ampliación de derechos sociales y económicos serían las causas de una economía estancada. El fomento de la demanda estaría inhibiendo a la oferta, o sea a la inversión privada y, por lo tanto, provocando presiones inflacionarias, tensiones en el mercado laboral y caída de la actividad. El incremento a las jubilaciones anunciado ayer no contribuiría entonces a la estabilidad y al crecimiento, sino que estaría alimentando los desequilibrios económicos. De una u otra forma, con más o menos énfasis, los promotores del ajuste, ortodoxos y heterodoxos conservadores, cargan sobre la demanda agregada planteando la hoja de ruta para la economía 2016. La secuencia propuesta, con matices aunque con el mismo objetivo, sería una política cambiaria más activa porque “está atrasado el tipo de cambio”, lo que implicaría un ritmo de devaluación más acelerado, combinada con una estrategia fiscal que denominan “responsable” para eliminar el déficit público controlando el ritmo de expansión del gasto público.

Es la formulación del ajuste tradicional, eliminando en esa enunciación inicial los componentes más resistidos, como la flexibilización laboral, desregulación y privatizaciones desplegados en la década del noventa, pero que terminarían desembocando en esas playas por la propia dinámica de ese proceso. Ese camino conduciría a un previsible fracaso en materia de estabilidad y paz social, luego de disfrutar de un período de fácil endeudamiento externo facilitado por la herencia de un nivel bajísimo de deuda pública en manos del sector privado. El conocido fiasco del ajuste exigiría esas muestras adicionales de lealtad hacia lo que denominan políticas “razonables” de aceptación universal.

La mayor virtud de los promotores de ese sendero con destino de crisis es la capacidad de repetir propuestas que apuntan a castigar a los sectores medios y bajos sin ser recusados. Pese a las experiencias pasadas en América latina y las actuales en Europa, han podido mantener el discurso hegemónico de interpretación del ciclo económico. Los desafíos que enfrenta la economía argentina no pasan por debilitar la demanda agregada, sino por abordar cuestiones nodales de su estructura productiva. Se conocen los resultados cuando se produce un colapso de la demanda agregada que detiene la inversión y se frena entonces la generación de empleo. Esto conduce a una más intensa caída de la demanda agregada y así, en un círculo vicioso, se llega al estallido de una crisis. El fortalecimiento de la demanda agregada se apoya en la política fiscal y monetaria expansiva y la reacción conservadora impugna esa orientación.

El fomento de la demanda cumple un papel relevante como motor del crecimiento y, por lo tanto, de la inclusión social. Para debilitar esa política, que genera tensiones en la estructura productiva porque exige compromiso de los sujetos económicos privados en materia de inversiones, la señalan como responsable de una elevada tasa de inflación. Sin embargo, pese a los sermones diarios de los predicadores de problemas económicos, las presiones sobre los precios tienen su origen en la suba de costos y puja distributiva y no en el exceso de demanda. Esos costos están compuestos por la disputa por mejorar el salario real, el nivel de la tasa de interés, los precios internacionales de los productos de exportación y por el tipo de cambio real. Por ejemplo, una devaluación significa una elevación de costos por dos vías: alza de los valores de las importaciones y más altos precios internos por los bienes de exportaciones, redundando en una mayor suba del nivel de precios. Es lo que se conoce como “inflación cambiaria” de costos. No se trata entonces de una “inflación de demanda”, sino una por costos y puja distributiva. Por lo tanto las políticas fiscales y monetarias restrictivas no actuarían directamente sobre la suba general de precios al mermar las cantidades sobredemandadas, como afirma el conjunto de los sacerdotes del ajuste.

Para un contexto que no es el de la economía argentina actual, pero es muy similar al de los años previos al estallido de la convertibilidad, el Premio Nobel Joseph Stiglitz refuerza la idea de fomentar la demanda en las economías desarrolladas. En su más reciente artículo publicado en Project Syndicate, “Las políticas de la estupidez económica”, señala que el malestar que aflige a la economía mundial se podría reflejar en dos slogans simples: “Es la política, estúpido” y “Demanda, demanda, demanda”. El elenco estable de economistas del establishment ignora o desdeña a Stiglitz, aunque muchos de ellos ni llegaron a publicar un libro o un paper académico. La brutalidad es una condición, en cambio la ignorancia es una elección.

Stiglitz advierte que el estancamiento mundial que se vivió el año pasado fue creado por el hombre, al señalar que en varias de las principales economías fue el resultado de políticas que ahogaron a la demanda. Explica lo básico: ante la falta de demanda, se afecta en forma negativa la inversión y el empleo. “En ningún otro lugar esta situación se muestra con mayor claridad que en la Eurozona, que ha adoptado oficialmente una política de austeridad con recortes en el gasto público que aumentan las debilidades en el gasto privado”. Stiglitz propone que impulsar la demanda es lo que el mundo más necesita, indicando que el sector privado, incluso con el generoso apoyo de las autoridades monetarias, no va a proveer dicha demanda. “Pero la política fiscal sí puede hacerlo”, afirma, aconsejando que “disponemos de una amplia variedad de inversiones públicas entre las que podemos elegir, inversiones que podrían producir grandes ganancias –mucho más altas que el costo real del capital– y que fortalecerían a los países que las realizan”.

En esa misma línea, el último informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad, siglas en inglés), presentado en Ginebra en septiembre pasado, postula que “hacen falta nuevos impulsores de crecimiento para salir del marasmo económico mundial”. En sintonía con el postulado de Stiglitz, propone fortalecer la demanda agregada, la misma variable que aquí los referentes económicos que dominan el discurso público quieren debilitar. En el informe 2014, la Unctad plantea que seis años después del inicio de la crisis económica y financiera global, la economía mundial todavía no ha encontrado una vía de crecimiento sostenible. En el estudio “Gobernanza mundial y espacio para políticas de desarrollo” incluido en ese informe convoca a realizar cambios importantes en la gestión de la economía mundial. “Para poner fin a un período prolongado de bajo crecimiento económico es preciso fortalecer la demanda agregada propiciando un crecimiento real de los salarios y una distribución más equitativa de los ingresos, y no nuevas burbujas financieras”, señala. Advierte sobre el predominio que sigue teniendo la esfera financiera sobre la economía real y la persistente merma de la participación de los salarios en la economía, lo que se traduce en la incapacidad de tratar las causas de la crisis. El informe explica que el comercio internacional no se ha desacelerado debido al aumento de las barreras al comercio o las dificultades del lado de la oferta; su crecimiento lento se debe a la escasa demanda mundial, sentencia que transita a contramano de la interpretación convencional. Por consiguiente destaca que los intentos de estimular las exportaciones mediante reducciones salariales y una “devaluación interna” son inútiles o incluso contraproducentes, especialmente si son varios socios comerciales los que persiguen esa estrategia al mismo tiempo. Para concluir que “la expansión mundial del comercio se conseguirá mediante una sólida recuperación de la producción impulsada por la demanda interna, y no al revés”.

En un período electoral no es fácil eludir a los profetas del ajuste porque la confusión es su estrategia, pero las alertas deben estar encendidas para no caer en la trampa de aquellos que prometen bienestar castigando las bases económicas de la demanda.

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