ECONOMíA › OPINIóN
› Por Eric Calcagno y Alfredo Eric Calcagno
Los laberintos antiguos estaban hechos de pasadizos, pasillos, paredes, escaleras, sótanos, patios y encrucijadas que no llevaban a ninguna parte. Escondían secretos, como el Minotauro, y sus crímenes. Los laberintos también podían funcionar como prisión, para confundir a los que entraran y que no llegaran a donde querían ir. Sin poder encontrar la salida, son fácil presa del monstruo. Nadie entraría a ese lugar por propia voluntad: el mito nos dice que las siete doncellas y los siete muchachos que Atenas enviaba cada año para ser devorados por el Minotauro eran el tributo que por entonces pagaba a Creta.
En la perspectiva de las elecciones del 22 de noviembre, hay que reconocer la habilidad del establishment local en presentar al laberinto como un parque de diversiones, con música, baile y globos amarillos. Gerentes amables y simpáticos repiten vacíos lugares comunes que parecen manuales de autoayuda: alegría, juntos, vamos, cambiemos. De vez en cuando se pincha algún globo y aparece megadevaluación, ajuste, privatizaciones, endeudamiento, fin de las paritarias y adiós a la seguridad social, pago a los buitres. Que de eso está hecho su laberinto. No nos esperan el Ratón Mickey y el Pato Donald, sino una de las variadas formas que puede adoptar el Minotauro. Después de doce años sin gobernar, el establishment tiene hambre de poder político y ganancias desmesuradas. Quiere recuperar su tributo, que es la apropiación del excedente económico y su posterior fuga, como siempre hicieron cada vez que gobernaron.
Así es como vemos los candidatos de Cambiemos que se disfrazan de lo que no son, dicen lo contrario de lo que piensan, crean y aprovechan la confusión informativa e ideológica instalada por los medios dominantes. Vemos cómo se mezclan personajes y partidos en esta nueva alianza; y se proponen que, sin que nadie entienda bien de qué se trata, todo termine con una restauración neoliberal. Si el eje es la infinita discusión sobre formas, sin ninguna definición de fondo, volvemos a la fascinación por los instrumentos en vez de discutir los objetivos, que se pierden en el laberinto.
Por el contrario, Daniel Scioli, el candidato del Frente para la Victoria, hace tiempo que presentó sus probables ministros para cada área del Poder Ejecutivo. Desde el inicio de su campaña sostuvo que el objetivo es que la sociedad argentina pase del crecimiento al desarrollo, adecuando la economía a los tiempos que corren, y enfrentando los problemas a través de la política. En esta etapa histórica plantea con claridad consolidar los logros y avanzar en el modelo de desarrollo industrial con justicia social, a través del fortalecimiento del mercado interno (distribución del ingreso, derechos sociales), el aumento de la productividad (tecnología argentina y educación masiva en los tres niveles) y la plena vigencia de la soberanía nacional (integración regional, política anti-buitres), para nombrar sólo tres ejes. No hay pasadizos secretos ni esconde personas o acciones gravosas. No hay laberinto, ni monstruosidades ocultas.
Daniel Scioli sigue los que Max Weber llamaba la racionalidad por los fines: se trata de determinar racionalmente cuál es la realidad sobre la que se actúa, qué relación de fuerzas existe y de trazar el mejor camino para alcanzar las metas deseadas. Las otras racionalidades mencionadas por Weber son la llamada racionalidad por los valores, que no tiene relación con los resultados y está determinada sólo por los méritos propios del valor que se defiende. No importa si la relación de fuerzas lo hace imposible; se basa en la creencia de que como es el mejor programa de gobierno, algún día se impondrá. Lo que ocurra hasta entonces no importa. Suele ser adoptada por sectores de izquierda o progresistas que frente a Scioli o Macri abogan por el voto en blanco. Quienes la adoptan meten en la misma bolsa a todas las políticas que no coinciden con ese ideal, aunque algunas estén en las antípodas y otras compartan mucho de lo que se desea y a lo que es posible acercarse más mediante la práctica democrática. En este caso, es fundamental impedir un retroceso al neoliberalismo salvaje de 1976-1983 y 1990-2001. Nadie tiene derecho a condenar al país al neoliberalismo, en nombre de la quimera en la que cree. Salvo que se adopte el funesto eslogan de “cuanto peor, mejor”, que jamás le ha hecho bien a ningún país.
Otra racionalidad weberiana es la racionalidad emocional (amor, ira u odio), que actúa por estados sentimentales. Se manifiesta con crudeza cuando un grupo social dominante pierde hegemonía. Entonces se exacerban los instintos primarios, como la conservación y la apropiación. Afloran los prejuicios hacia “los negros”, “los vagos” o los caudillos no porteños. Suele concluir con el “hay que matarlos a todos” (los que no sigan el pensamiento dominante). Una expresión menor de esta racionalidad es el voto “porque el candidato me cae bien”, sin conocer sus ideas, su pasado ni sus intenciones. Es una parte importante del electorado macrista que, sin tener los medios de vida de las clases altas, al menos comparte con ellas los prejuicios.
La cuarta racionalidad es la tradicional, basada en la costumbre, que en los hechos lleva a la inmovilidad política, económica y social. Se desechan los posibles avances reformistas o revolucionarios, porque se supone que sus resultados llevarían a una situación peor que la actual. Como las ideas tradicionales no suelen concitar el entusiasmo de las masas, se disfraza de “cambio” sin decir cómo, por qué y con qué resultados ese cambio sería mejor. Es el núcleo duro del macrismo, la base de sus prácticas y la razón de ser del laberinto que proponen.
El 22 de noviembre votaremos por la fórmula Daniel Scioli-Carlos Zannini por todo lo que representa para el futuro de la Argentina. No queremos pagar —¡otra vez!— un tributo sangriento al establishment, que presenta su laberinto como Disneylandia.
Estos son algunos de los temas que tratamos en nuestro libro Cómo salir de laberintos, cuyo texto completo además está gratuitamente en Internet en ericcalcagno.com.ar
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