ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
Funcionarios que ocuparon cargos importantes en el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ahora con relaciones amistosas con el oficialismo, economistas cercanos al candidato a presidente Daniel Scioli, divulgadores de la economía ortodoxa y, previsiblemente, el gobierno de Mauricio Macri y la nutrida legión de aduladores mediáticos han afirmado que la salida del denominado “cepo” ha sido exitosa. Luego de esa sentencia no abundan en explicar para quién fue un éxito la desarticulación de la política de administración del mercado cambiario. Ni cuáles han sido las consecuencias. Algunos no lo hacen por somnolencia intelectual, otros porque saben la respuesta y prefieren ocultarla y no pocos porque el deporte preferido es hablar sin saber. La desregulación y unificación cambiaria ofrece en poco más de dos meses un saldo de regular a pésimo. No aumentaron las reservas y por el contrario descendieron, no hubo el ingreso masivo de dólares prometido, subió la tasa de interés, disminuyó la actividad económica y, lo más relevante, hubo una muy fuerte alza de los precios. Este es el “éxito” del fin del “cepo”.
La flexibilización para comprar dólares luego de aplicar una megadevaluación significó una inmediata aceleración de la tasa de inflación. Suba de precios intensa, en especial en bienes de la canasta básica del hogar, que ha deteriorado el poder adquisitivo de trabajadores y jubilados, con la consiguiente caída de las ventas de comercios e industrias, generando además un incremento de la pobreza e indigencia por ingresos. Es una misión audaz sacarse el sombrero y evaluar como exitosa la eliminación de las restricciones cambiarias con semejante balance. Sólo pueden estar satisfechos financistas, dolarizadores de excedentes y protagonistas del complejo agroexportador. Cuando políticos y economistas hablan entonces de éxito de una medida profundamente regresiva brindan una pista acerca de qué intereses les ocupa.
Después de la fortísima devaluación no hubo un inmediato desborde cambiario porque los grupos de poder (exportadores y banqueros) habían conseguido el objetivo. Lo que se produjo fue un desborde de los precios. Plantear que no hubo descontrol en la evolución de la cotización luego del ajuste cambiario, con pérdida de capacidad de ahorro por aumento de precios y la instalación del miedo a perder el empleo por los despidos en dependencias públicas y en el sector privado, es abusar de quienes fueron castigados durante años con las alertas permanentes acerca del precio del dólar blue y el nivel de reservas.
Un coro afinado de economistas de la city había construido una historia de terror vinculada a la situación de la plaza cambiaria y a lo que podía llegar a suceder con el levantamiento de lo que denominaban “cepo”. Ahora las reservas son un poco menores a las existentes antes del 10 de diciembre y desaparecieron las alarmas diarias, además la cotización del dólar dejó de ser una noticia importante. En los hechos se comprobó que no fue más que la preparación para facilitar una megadevaluación cuyo objetivo final, además de provocar una regresiva transferencia de riqueza, apunta a disminuir el salario real en dólares y en pesos en la estructura de costos empresaria.
El nivel de la paridad cambiaria es la expresión de una de las más intensas disputas de poder en la economía argentina. En ese terreno intervienen los grandes exportadores, el mundo de las finanzas y grupos sociales con compulsión a dolarizar ahorros. Se trata de una tradicional pulseada que en esta oportunidad estuvo dominada por la incansable resistencia a la regulación en la compraventa de divisas. Por deficiencias iniciales en la implementación y luego por la rigidez en la administración de ese régimen, en un contexto internacional que había virado hacia uno de devaluaciones de monedas (fortalecimiento del dólar) y en un año de elecciones presidenciales, las presiones para un violento salto del tipo de cambio se intensificaron. Este era el objetivo principal y la propuesta de salida del “cepo” la vía para obtenerlo. La megadevaluación ya la consiguieron, pero aún existen restricciones –sin que sea definido como “cepo”– para el acceso de divisas para importadores y multinacionales que quieren girar utilidades a las casas matrices.
La primera vuelta del ajuste cambiario marcó 13,10 pesos y la segunda se empezó a desarrollar y por ahora alcanzó los 15,30. El primer salto fue equivalente al 35 por ciento para acumular hasta el momento un 57 por ciento en apenas dos meses. Es una ganancia extraordinaria para quienes han especulado con la retención de parte de la cosecha y para aquellos que han jugado en contra del peso (grupos financieros). Si esa estrategia de dosificar la venta de granos tuvo ese resultado, el mismo que en la devaluación provocada en enero de 2014, no existen incentivos a modificarla, como se ha observado en estas semanas. Una de las principales diferencias entre una y otra corrección cambiaria es que ahora el Banco Central les dejó el manejo del mercado a esos sectores económicos al determinar la libre flotación del tipo de cambio.
El complejo agroexportador quedó como dueño dominante de la plaza cambiaria que controlará según el ritmo que quiera con la liquidación de divisas, como ha quedado en evidencia en los últimos años y en forma más transparente en los últimos meses. En los previos al primer y segundo turno de las elecciones presidenciales había disminuido abruptamente la venta de dólares, de 250 a 300 millones semanales a 100 millones antes del ballottage, según las cifras publicadas por las cámaras del sector Ciara-CEC. Luego del triunfo de Mauricio Macri y esperando la megadevalución anunciada, las ventas se redujeron hasta el mínimo de 42 millones en la primera semana de diciembre, para luego de conseguido el objetivo y acordado un esquema de liquidación con el nuevo equipo económico, las exportadores agrícolas aumentaron las ventas hasta un máximo de 870 millones de dólares del 4 al 8 de enero. Desde entonces, empezaron a manifestar disconformidad con el nivel del tipo de cambio que esperaban aún más alto, hasta bajar a un mínimo de 411 millones de dólares en el período del 25 al 29 de enero. Ese descontento lograron aplacarlo llevando el dólar por encima de los 15 pesos.
La inestabilidad en la cotización del dólar, que la actual conducción económica define como volatilidad argumentando que así no brinda una pauta de ajuste prevista al mercado, incorpora también inestabilidad en la fijación del resto de los precios de la economía. A diferencia de otras economías, en la argentina existe una notable dolarización de la tasa de ganancia y de la conducta comercial en varios sectores. Esta es una de las principales razones para que la variación del tipo de cambio tenga un importante traslado a precios, cuya rapidez depende del nivel de actividad y de empleo. Con el contexto macroeconómico recibido por el macrismo, los precios se ajustaron rápidamente al alza de la paridad cambiaria. Es lo que se ha reflejado en la tasa de inflación de estos meses que desconcierta al equipo de gobierno, cuya estrategia pasa de postular el libre mercado al combate a los abusos de los monopolios, de argumentar que los aumentos de precios es culpa de la emisión monetaria y el gasto público desbordados para impulsar como principal medida antiinflacionaria un techo a los aumentos de salarios en las paritarias. El shock inflacionario tuvo la primera vuelta y ahora empezará a transitar por la segunda con la reciente alza de la paridad. Sube el tipo de cambio, aumentan los costos y las empresas elevan los precios. Esta es la secuencia conocida. Si no sabe identificarla o si la minimiza, el gobierno de Macri enfrentará un indomable sendero inflacionario.
La forma de justificar semejante alteración de las variables por parte del oficialismo y sus seguidores, al tiempo que ocultan el elevado grado de improvisación en algunas iniciativas (la reformulación de precios cuidados, el nuevo parche al impuesto a las ganancias para trabajadores en relación de dependencia, el nuevo capítulo de la crisis del Indec, el fiasco de la paritaria docente nacional, entre otras), es que se trata del “sinceramiento” de la economía. Es una excusa de corto recorrido. La forma en que instrumentaron la salida del “cepo”, eliminando el control de capitales, elevando la tasa de interés y apelando a la confianza del mercado en el nuevo gobierno para el ingreso de dólares, tuvo como resultado una megadevaluación que aún no se vislumbra su techo con el consiguiente shock inflacionario que, por lo tanto, aún no ha concluido.
No aparecen indicadores sociales ni económicos que permitan exhibir un cuadro positivo a partir de esa medida. Podrán auto convencerse de que todos esos factores negativos son por la herencia recibida, por las tensiones acumuladas o por la irresponsabilidad de la gestión pasada. Pero las medidas instrumentadas en forma deliberada en el mercado cambiario se hicieron con escasa capacidad de prever sus impactos, lo que se refleja hoy en la desesperación del gobierno por la evolución de la inflación. Es el resultado de cómo se salió del llamado “cepo”.
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