Dom 03.07.2016

ECONOMíA  › OPINION

Una corrida cambiaria muy PRO

› Por Raúl Dellatorre

No fue el final del primer semestre soñado por el Gobierno, aunque las autoridades económicas busquen restarle dramatismo a la corrida cambiaria del jueves 30 de junio, la primera que enfrenta la gestión de Cambiemos. Ese día, el Banco Central debió vender 532 millones de dólares de las Reservas Internacionales para contener la presión compradora, que operó un nivel récord en los últimos cinco años al superar los 1100 millones. Lo peor es que la corrida cambiaria –que la conducción económica se empeña en negar– no se disipó, porque hay razones para suponer que seguirá la presión sobre el dólar que tiene protagonistas conocidos: los principales bancos de capital extranjero que operan en el sistema. Y no son sólo ellos. Del otro lado, la capacidad de contención dista de ser infinita: el Banco Central apenas cuenta con reservas operativas (en billetes disponibles para salir a vender dólares en el mercado) por 3100 millones de dólares. Es el equivalente a la demanda de tres días de operaciones como el jueves, o a seis días de intervenciones como la que ejecutó en esa jornada la mesa de dinero del Banco Central.

La agitada jornada cambiaria del 30 de junio tuvo como principales protagonistas a las entidades financieras extranjeras. Fuentes del sistema aseguran que ese día el Citibank fue el cliente que retiró mayor volumen de dólares del Banco Central, por valor de 120 millones de dicha divisa. El ICBC se anotó, siempre según la misma fuente, con 70 millones. Un pasó más atrás se encolumnó el BBVA Francés, que le habría adquirido a la mesa del Central unos 40 millones. Detrás de aquellas tres, sigue la lista de entidades del sistema que habrían seguido la misma conducta que las primeras: dolarizar sus carteras aprovechando las facilidades que la propia autoridad monetaria le brindaba, y previendo un escenario con un dólar nada tranquilo. De los 532 millones que el Banco Central volcó sobre la plaza ese día para impedir el salto brusco de la cotización –el lunes 27 ya había llegado a 15,43 pesos, pero el jueves se esperaba que superara largamente ese valor–, mucho más de la mitad fue a manos de la banca privada a un valor de 15,20 a 15,23 pesos.

Con esa intervención, el Banco Central evitó que la cotización del cierre del mes se disparara y terminara inflando los costos que la autoridad monetaria debía pagar por los vencimientos de contratos de dólar futuro. Pero no se entiende por qué, si al BCRA le convenía que el mes cerrara con una cotización relativamente estable –hasta el 15 de junio el mercado se había mantenido con un dólar minorista por debajo de 14,10 pesos–, una semana antes de fin de mes le amplió el límite de activos que a los bancos se les permite tener en dólares. El día 23 se anunció que, a partir del 1º de julio, las entidades podrían tener una proporción del 15 por ciento de su patrimonio en dólares, que hasta entonces era del 10 por ciento. Pero los bancos no esperaron al 1º de julio: la mayoría se encontraba por debajo del 10, y como además el cupo se mide por promedio mensual, en los últimos días del mes prácticamente estaban casi en libertad para salir a comprar dólares. Al día siguiente del anuncio de la medida, empezó la trepada fuerte del dólar.

Ese mismo día, el jueves 23, los británicos decidían por estrecha diferencia salir de la Unión Europea, provocando en los días siguientes un cimbronazo en los mercados y la suba del dólar a nivel global. Si el Banco Central hubiera previsto ese riesgo, quizás habría postergado la decisión de ampliar la autorización de compra de dólares a los bancos, pero sus autoridades parecen haber estado más confiadas que David Cameron en un resultado distinto. La banca local, principalmente la que es filial de entidades globales, tuvo una razón más para pasarse al dólar.

El cuarto elemento (sumado a los contratos de dólar futuro, límite de carteras bancarias en dólares y Brexit) fue que, en los dos últimos martes de junio, se mantuvo el ritmo de baja en las tasas de las Lebac (1,5 por ciento acumulado entre ambos), desalentando la colocación en pesos. Todo confluía para que la demanda de dólares aumentara. Y aumentó. Adicionalmente, la oferta de divisas por liquidación de exportaciones comenzó a mermar en las últimas semanas. Pero el jueves se concentró la demanda y los bancos fueron los que marcaron el ritmo.

Con su intervención, el Banco Central logró contener la suba del dólar, pero a un costo que hace irrepetible la maniobra: 532 millones de dólares. El “poder de fuego” de las reservas del Central están limitadas a la disponibilidad en divisas líquidas, con las que puede salir a vender al mercado. Los 31 mil millones de dólares que suman las reservas no son fajos de dólares guardados en una bóveda. Se computan como reservas, por ejemplo, los préstamos que tomaron en el exterior algunas provincias, YPF o los que el gobierno hubiera tomado para futuros pagos. Los primeros están en poder de las provincias o de la petrolera; los últimos pueden estar en bancos del exterior a nombre del gobierno argentino. Son reservas, pero no disponibles. La “caja operativa”, el dinero disponible, suma en la actualidad 3100 millones de dólares, apenas el 10 por ciento de las reservas totales. Parte en divisa estadounidense (unos 2300 millones), parte en euros (el equivalente a 600 millones de dólares) y en otras monedas extranjeras el resto.

Si se creyera que la principal herramienta de contención para una corrida es la capacidad de intervención del Central en el mercado abierto, habría que decir “estamos en problemas”. Entre las condiciones que provocaron la última corrida, la única que desapareció es el vencimiento de los contratos de dólar futuro. Las demás seguirán presionando sobre la divisa. Pero el gobierno no lo ve así. No le preocupa la falta de recursos propios, confía en que “el regreso a los mercados internacionales” será la fuente de todas las soluciones. Si no diluvian dólares por inversiones, el riego lo suministrarán los créditos externos. Si el dólar sube mucho, ya bajará. Y confía en que eso no repercute en la inflación, como tampoco repercute subir las tasas de referencia de las Lebac –las más bajas del mercado– hasta el 38 por ciento cuando es necesario.

Es un razonamiento que no se compadece con la realidad, pero al menos le permite al presidente del Banco Central y a otras autoridades económicas no perder la calma ni siquiera ante una corrida. E inclusive negarla. Lo que no se comprende bien es por qué, después del agitado día jueves, Federico Sturzenegger terminó la jornada, con sus funcionarios más cercanos y los principales responsables de la mesa de dinero del Central, celebrando con champán en las oficinas de estos últimos, en la misma sede de la autoridad monetaria.

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