ECONOMíA
“Tuvo buenas intenciones, hizo poco, falló mucho”
Así quisiera que la recuerden en su epitafio Anne Krueger, la número uno del Fondo Monetario. Sin embargo, la señora K no deja de mostrarse obstinada y perseverante, en el error.
› Por Maximiliano Montenegro
“Aquí yace una persona que tuvo buenas intenciones, hizo poco, falló mucho: éste sería mi epitafio, del cual no debiera avergonzarme.” ¿A que no adivinan quién cita al genial Robert Louis Stevenson para justificarse frente al desastre social ocasionado por las políticas neoliberales aplicadas durante la última década? Tres opciones: Carlos Menem, Domingo Cavallo o Anne Krueger. La autocrítica es de la directora interina del Fondo Monetario, quien días atrás disertó en la Universidad de Nueva York sobre las lecciones aprendidas en los ’90. Pese al esperanzador disparador literario de su exposición, la señora K se mostró obstinada y perseverante, en el error. Para ella, la catástrofe argentina se debió a que “el programa de reformas original no fue más ambicioso”, incluyendo una profunda flexibilización del mercado laboral y una solución al problema fiscal del gasto excesivo de las provincias.
“La efectiva implementación de las reformas estructurales, fiscales y del mercado de trabajo podrían haber garantizado una economía lo suficientemente robusta y flexible para sobrellevar el shock de la devaluación sin caer en el colapso económico que vimos”, afirma. En otras palabras: el problema no fue la receta, sino que debió contener una dosis mayor de la misma amarga medicina.
Como el célebre Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson, Krueger es una persona en permanente metamorfosis. Uno no puede más que conmoverse cuando escucha a Krueger admitir el daño causado: “Desafortunadamente para los hacedores de la política económica, Robert Louis Stevenson ya no está por aquí para defenderlos. El fracaso de las reformas tiende a ser juzgado duramente por los economistas, por supuesto, pero sobre todo por los que sufren el resultado, los pobres, los desempleados, los indigentes”.
Sin embargo, de repente, aparece la otra Krueger, la que asusta. Y repite hasta el hartazgo que el problema es siempre “la falta de entusiasmo o de compromiso” de los gobiernos para aplicar las reformas promercado; “el énfasis excesivo en el corto plazo” (era Keynes quien decía que en el largo estamos todo muertos); “y con preocupante frecuencia, la explicación de que existe una fatiga de reformas”.
Por “reformas estructurales” en Washington entienden todas aquellas medidas que facilitan el libre funcionamiento de los mercados, y transfieren beneficios a los empresarios, quienes, se supone, de esa manera invertirán e iniciarán el círculo virtuoso del crecimiento y el empleo. Bajo esa amplia definición puede haber muchas cosas: privatizaciones, apertura comercial, desregulación financiera, ajustes fiscales de todos los colores, aumento de tarifas para empresas privatizadas, millonarias compensaciones para salvar bancos privados, etc., etc. “Fatiga de reformas” es la definición preferida por estos días en Washington a la hora de constatar que en muchos países latinoamericanos esas medidas concitan hoy un abrumador rechazo en la opinión pública.
Para justificar las “buenas intenciones”, la número uno del Fondo sostiene: “No debe haber duda alguna sobre las buenas intenciones de muchos de los hacedores de la política económica. Incluso el más cínico análisis reconocería que nadie quiere ser responsable por una caída económica. En los últimos veinte años, la mayoría de los gobiernos de los mercados emergentes han abrazado reformas de mercado. La mayoría han dado la impresión de que estaban, y están, sinceramente comprometidos con reformas genuinas”. Pero “en algunos casos, el compromiso era sólo aparente, la retórica era una alternativa de la verdadera reforma, una manera de ganar tiempo”, aclara, en otro intento por salvar la receta.
Sin embargo, el problema es otro. Como no existe un único patrón de crecimiento, las políticas económicas no son inocuas en términos de la distribución del ingreso. Lo que es bueno para algunas empresas, o bancos, no necesariamente es bueno para la mayoría de sus ciudadanos. Y la receta del Fondo ha demostrado ser muy beneficiosa para ciertos sectores empresarios y financieros, mientras sumió a una gran mayoría en lapobreza. Mientras Krueger no entienda que la llamada “teoría del derrame” es un fiasco, difícilmente pueda aspirar al epitafio sugerido por Stevenson. A lo sumo podría decir de ella que “... era una persona de buenas intenciones, nunca admitió sus errores, que causaron mucho daño a demasiada gente, y beneficiaron a unos pocos”.