Sáb 06.04.2002

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Precios en órbita

› Por Julio Nudler

Durante los últimos años, los salarios fueron siendo recortados nominalmente porque la Argentina estaba cara. Con esos sueldos en dólares, el país no podía competir. Había que bajarlos, además de despedir. Ahora los salarios bajan en términos reales, pero esta vez porque la Argentina está demasiado barata, al menos momentáneamente, mientras las empresas suben los precios dado que este dólar lo exige o lo permite. Ya se sabe que en un país depreciado, lo que más se deprecia es la mano de obra. Según encuestas recientes (el especialista Ernesto Kritz está completando un sondeo), hay incluso empleadores que piensan trasquilar aún más las retribuciones en términos nominales, lógica reacción ante un mercado que se contrae, precisamente, por la desintegración del poder adquisitivo. Una tasa de desocupación que estaría superando actualmente el 22 por ciento de la población económicamente activa posibilita ajustar costos a través de las remuneraciones, y nada, salvo un amesetamiento del dólar, contendrá esta dinámica.
Entretanto, nadie puede predecir exactamente cuánta inflación habrá en este 2002, pero los pronósticos más conservadores pronostican alrededor de 42 por ciento, nivel que por lo sucedido en los últimos días suena algo optimista. Lo improbable, o en todo caso nunca visto, es que la sociedad absorba este ulterior empobrecimiento sin que se generen reacciones, más o menos violentas, que quizá no respeten el molde de la huelga tradicional. Un caso testigo será el aumento del boleto, porque en la franja más pobre de la población el colectivo pesa más que la carne en el presupuesto. Y a diferencia del asado o la milanesa, el transporte es rara vez sustituible. Por ahora, el Gobierno no tiene previsto ningún subsidio para los pasajes, pero debería irlo pensando. Pero no será el único problema. Aunque el dólar se quede donde está y cesen a partir de mayo las remarcaciones en los bienes, empezará a sentirse la presión de las tarifas renegociadas de los servicios públicos.
En el histórico primer mes de la convertibilidad, abril de 1991, el índice de precios minoristas subió 5,5 por ciento, en buena parte por la inercia que traía de marzo. Nunca en la década volvería a alcanzar esa marca. El siguiente pico, de 4,0 por ciento, lo acaba de marcar en marzo de 2002. Pero la perspectiva para el mes en curso es todavía peor por los tres puntos de arrastre que le dejó marzo, aunque el aumento de las retenciones conocido ayer puede atemperar la disparada. De cualquier forma, los saltos en los precios han sido ya suficientemente aterradores, aunque el índice oficial los diluya al balancear lo que sube con lo que no sube, y promediar en el tiempo las alzas, limándoles las puntas. Pero, tarde o temprano, la verdadera inflación estará en los índices.
Si el aceite aumentó al doble, se supone que la gente sólo podrá consumir la mitad de lo que antes consumía, si no quiere que ese solo producto ocupe más lugar en su gasto. Lo mismo hará con el papel higiénico y, en mayor medida aún, con las pilas o los cartuchos de tinta. ¿Qué decisión adoptar ante una mercancía que hoy cuesta el triple? El consumidor se resignará a vivir con la mitad de esto y la mitad de aquello. Su otra opción sería negarlo todo: mantener el mismo tren de consumo, hasta que a mediados de mes se le vaya la última moneda o le rebote la tarjeta de débito. Una alternativa sería espaciar las excursiones de compra, y convertirlas de semanales en quincenales. También podrá sustituirse lo más encarecido por lo que menos aumentó, pero ese ejercicio tiene sus obvias limitaciones. En general, lo que no subió o subió poco ya subirá o subirá más. La inflación, según sabe cualquier argentino, es como un incendio que va abrasando todo el bosque.
Sin embargo, dicen que esta inflación es diferente, porque cayó encima de una economía en depresión y con desempleo récord, gracias a lo cual le resultará más difícil propagarse. Dicho de otro modo, ahora hay grandes franjas sociales sin medios para defenderse, en particular lostrabajadores y los autónomos que proveen servicios personales, además de multitud de empresas que dependen de la demanda interna y, en muchos casos, ni siquiera pueden trasladar a sus precios una fracción del aumento de costos que reciben. Los sindicalistas miran para otro lado, temiéndole más quizás a la indexación del salario que a su licuación porque otra híper barrería también con ellos.
El caso más dramático es, claro está, el del trabajador. Su trabajo es un bien no transable (no tiene la opción de exportarlo, cobrando por él en dólares), pero el costo de producirlo (los alimentos, la ropa y muchos de los gastos cotidianos) está compuesto en gran medida por transables, bienes que se exportan o importan y, por tanto, tienden a encarecerse con el dólar. Según las mediciones del INdeC, el estrato más pobre de la población gasta el 66,5 por ciento de su presupuesto familiar en bienes, y sólo el 33,5 por ciento en servicios, por lo que está resultando el más castigado por la inflación originada en la devaluación. ¿Cuál es la única solución que se les propone? Esperar a que, en el mediano o largo plazo, retorne el crecimiento económico, caiga la tasa de desempleo y los salarios puedan empezar a recuperar terreno. Aceptando esta pauperización, los trabajadores podrán enorgullecerse de haber sido parte de la solución y no del problema.
¿Alguna opción política a la vista para el 2003? En una usina económica liberal ya están tratando de calcular, en base a ciertos juegos de simulación, diferentes recorridos del dólar en función de los resultados que vayan arrojando las encuestas electorales el año que viene. Hay así un dólar Zamora, altísimo; un dólar Carrió, muy alto también, aunque no tanto, y otras cotizaciones asociadas a Reutemann, Macri u otros notables candidatos. El dólar, por lo visto, está sirviendo para disciplinar a esta sociedad levantisca. Pero la inflación, una vez reinstalada, es como ese enorme asteroide que, según se presume, podría chocar con la tierra el 16 de marzo de 2880, con una probabilidad de 1 en 300 de impactar este condenado mundo. Aunque alguien pueda verlo simplemente como un peligro, será mejor ir pensando en cómo desviarlo de su órbita. De acuerdo a los científicos, una manera es tirándole mierda, para reducir su capacidad de absorber la luz del sol y convertirla en energía térmica. ¿No podría probarse el mismo método con los precios?

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