Dom 27.06.2004

ECONOMíA  › ARGENTINA NO SABE QUE HACER CON BRASIL. ¿OCASION O PELIGRO?

La solución resultó ser un problema

Del discurso de los comunes proyectos se pasó al de las amenazas. Lavagna advirtió que tomaría medidas contra la irrupción brasileña, pero el Mercosur no las admite. Techint, en el centro de las suspicacias.

› Por Julio Nudler

Quienes conocen los mecanismos del Mercosur no consiguen descifrar el sentido de la amenaza lanzada por Roberto Lavagna a Brasil: fijar una restricción cuantitativa, un cupo, para el ingreso de productos de la línea blanca, como heladeras, lavarropas y cocinas, para impedir que sigan adueñándose de porciones crecientes del mercado argentino. Las fábricas locales, que habían conseguido recuperar posiciones tras la estampida del dólar en el primer semestre de 2002, se encuentran de nuevo arrinconadas por la competencia brasileña. Sin embargo, entre los mecanismos que permite utilizar el Mercosur no figura nada parecido a lo que mencionó el ministro de Economía. Martín Redrado, secretario de Relaciones Económicas Internacionales, fue menos específico, pero también advirtió que la Argentina podría adoptar medidas unilaterales para defender su mercado.
Las dos variables mencionadas una y otra vez como explicación del desequilibrio regional son el tipo de cambio y el nivel de actividad: ellas estarían determinando el creciente déficit argentino en el comercio bilateral, particularmente profundo si se considera en particular el intercambio de bienes industriales. En este sentido, la trampa financiera en la que aún se debate Brasil por no poder pagar más que la mitad de los intereses de su deuda debilitó al real, y la respuesta ultraortodoxa del gobierno de Lula, tratando de enfrentar el problema con una política fiscal extremadamente restrictiva, no ayudó precisamente a salir del estancamiento. Por ende, un Brasil que no crece, o crece muy poco, al lado de una Argentina en rápida recuperación, son una cancha inclinada para el comercio, que fluye en declive de norte a sur.
Pero un tercer elemento es la brecha de productividad generada durante los ’90, cuando en Brasil existían fuertes incentivos crediticios y fiscales, a nivel federal y estadual, para la restructuración productiva de lasindustrias, y en la Argentina ninguno. Por tanto, las empresas argentinas son fuertes demandantes de proteccionismo tan pronto como la relación de cambio entre el peso y el real se desplaza en la dirección no deseada. Pero, según parece, la solución a su desventaja productiva no provendrá de la protección ni de una moneda extremadamente subvaluada si no se realizan las inversiones necesarias.
Ya dos semanas atrás, en un seminario organizado por el ex secretario de Industria Dante Sica en el hotel Hilton, Freddy Cameo, hombre de Techint, el grupo que domina la producción siderúrgica, describió la situación de los usuarios de laminados planos, incluyendo la línea blanca. Su mensaje fue que era preciso frenar la embestida brasileña y tomar medidas al respecto. Sin embargo, la Organización Techint, como líder de la oposición en la Unión Industrial Argentina a través de la agrupación Industriales, se opuso a la postura antiMercosur impulsada por el oficialismo, que conduce el alimentario Alberto Alvarez Gaiani (aunque éste apaciguó su lenguaje tras un encuentro con el presidente Kirchner).
“No hay que sorprenderse: Techint es un holding de objetivos múltiples, por lo que su discurso no siempre ha de ser consistente”, explicaba a este diario un conocedor en referencia al Grupo que conduce Paolo Rocca. Tampoco resultó novedoso que Lavagna se mostrase sensible a las inquietudes de la T, aunque no dejó de impresionar el estilo tan abierto que eligió al referirse explícitamente a la protección de la línea blanca. Las industrias que operan en esta franja, así como las automotrices y los fabricantes de maquinaria agrícola, componen gran parte de la demanda interna para la producción de Techint.
La amenaza de la siderurgia brasileña a la argentina fue neutralizada mediante un acuerdo de reparto de mercados, básicamente suscripto entre Techint, de este lado, y la Compañía Siderúrgica Nacional y Vale do Rio Doce, del otro. Los brasileños se avinieron a negociar el pacto de autorestricción bajo la compulsión de la apertura de un procedimiento antidumping. Sin embargo, aunque ese entendimiento de caballeros resolvió la cuestión aguas arriba, no sirvió para solucionar el problema aguas abajo. Así, si los fabricantes brasileños de heladeras y de cosechadoras cuentan con chapa más barata, inundando el mercado argentino, sus competidores locales no le comprarán el insumo a Siderar.
Si a nivel acero debió apelarse a un acuerdo privado es porque el Mercosur no prevé otra clase de mecanismos unilaterales, como el establecimiento de cupos: es decir, tantos lavarropas por año, o tal porcentaje de la demanda. Por ende, la amenaza de Lavagna insinúa una intención impracticable dentro del orden legal del bloque. Ya en su momento Roque Fernández había establecido salvaguardas para proteger a la industria textil y la de calzado deportivo, pero el Tribunal Arbitral de Resolución de Controversias le dio la razón a Brasil.
Lavagna ya le hizo a Techint, y por extensión a Acíndar y a las fundiciones, el raro favor de fijarle a la chatarra una excepcional retención del 40 por ciento, única por su nivel. El efecto práctico de la medida consiste en recortar el precio interno de ese importante insumo y asegurarles así mayores ganancias a las industrias mencionadas, en detrimento del sector chatarrero, que incluye a los cartoneros que recogen los rezagos y desperdicios, que terminan acopiados en Monte Chingolo.
Aunque las retenciones son vistas con automática simpatía por los adictos a las políticas “progresistas”, porque se supone que castigan la exportación de materias primas y alientan su industrialización en el país, generando fuentes de trabajo para la agregación de valor, también pueden tener efectos regresivos sobre la distribución del ingreso, quitándole recursos a productores pequeños y débiles para transferirlos a manos del fisco y del capital concentrado. El caso de la chatarra es exactamenteése, además de las suspicacias que despierta por la falta de transparencia con que obra Economía.
Como el reparto de mercado con los brasileños –que, en la práctica, neutralizó el peligro del libre comercio dentro del Mercosur para la siderurgia– fue aprovechado por los fabricantes locales de acero para elevar fuertemente sus precios, a despecho incluso del congelamiento para ellos del costo de la energía y del marcado retraso salarial, las industrias usuarias (entre ellas la línea blanca) fueron quedando inermes ante la competencia del socio mayor del bloque. Esto explica la preocupación de Techint por las pyme que forman su clientela y el slogan publicitario que resalta el “compromiso con su cadena de valor”.
La inquietud, que atraviesa amplias franjas de la industria, también tiñó un seminario organizado por el BID, el Intal y la Fundación Capital en el Salón Prebisch de Esmeralda 130 para tratar sobre la coordinación macroeconómica en el Mercosur. Se dedicó incluso mucho tiempo a debatir sobre el inflation targeting regional. Pero en el panel de cierre, Redrado, como coordinador del Mercosur por la Argentina, se descolgó con la amenaza de medidas unilaterales, provocando una visible irritación en su colega brasileño.
Uno de los empresarios que asistieron, y que no cree que la compatibilización de las políticas monetarias y cambiarias lo solucione todo, le señalaba a este diario el ejemplo de la industria automotriz, cuyo régimen especial vence el primer día de 2006. El hecho es que Brasil posee hoy una capacidad instalada suficiente para abastecer la demanda automotriz de los cuatro países del bloque. ¿Cuánto tardará la Argentina –se preguntaba– en perder definitivamente esa industria? Para no esperar de brazos cruzados, Techint encomendó a una conocida consultora elaborar un esquema de reformulación del Mercosur. El trabajo va y viene, de modo que aún no pudo ver la luz.

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