ECONOMíA
Duhalde asumió en siete minutos, sin marcha, pero con el Himno
› Por Eduardo Tagliaferro
Su seriedad contrastó con la provocadora sonrisa de su antecesor. En la asamblea legislativa había advertido que “no era tiempo de cánticos”. Una vez que Eduardo Duhalde fue consagrado nuevo Presidente de los argentinos el Himno Nacional conmovió el salón. Apareció rodeado por los principales miembros del staff político: Raúl Alfonsín y Aníbal Ibarra, casi todos los gobernadores de su partido, incluido el más rebelde a su designación, el cordobés José Manuel de la Sota. Sin embargo, la compañía más valorada debe haber sido la de su esposa Hilda “Chiche” Duhalde, sus hijos y nietos, al punto que firmó junto a él el libro de actas. Ante la Asamblea Legislativa se había encomendado a Dios, ayer pareció hacerlo a su familia. El viernes se conocerá su plan de gobierno y quizá se encomiende a la propiedad.
Aunque el “Tula” –el bombista oficial de “los muchachos”– seguía atentamente el acto desde el fondo del salón, la marcha peronista faltó a la cita. El Himno fue la única pieza. Como la versión estaba cantada por un coro, el público debía esforzarse para seguir el ritmo del disco. Muchos lo cantaron con los dedos en V, el símbolo que hiciera famoso Charles De Gaulle luego de la reconquista de París y que por estas tierras quedó asociado al peronismo de la victoria (como se denominó al gobierno de Héctor Cámpora luego de 18 años de proscripciones).
En la primera fila se ubicó Alfonsín. Los aplausos que siguieron a la mención de su nombre, sólo fueron superados por la ovación que se le tributó a Duhalde. En el estrado, además del escribano de gobierno, se ubicaron la mayoría de los gobernadores: el fueguino Carlos Manfredotti, el pampeano Rubén Marín, el santacruceño Néstor Kirchner, el jujeño Eduardo Fellner, el santafesino Carlos Reutemann, el rionegrino Pablo Verani y el porteño Aníbal Ibarra.
Al igual que en la sesión legislativa, el aire acondicionado se vio superado por la gran cantidad de público presente. La ceremonia duró sólo siete minutos. Entre los empresarios se destacaron: Oscar Vicente, por Pérez Companc; Enrique Crotto, de la Sociedad Rural Argentina; Aldo Roggio y Eduardo Baglietto de Techint.
Una de las ausencias más notorias fue la del titular de la Corte Suprema, el riojano Julio Nazareno, un infaltable en todos los actos oficiales. Tan cierto como que el rostro del riojano es uno de los más conocidos de los nueve ministros que integran el máximo tribunal es la mala imagen que los supremos tienen por estos días. La ausencia de Nazareno a la asunción del archienemigo de su mejor amigo, Carlos Menem, fue suplida por el vicepresidente del tribunal, Eduardo Moliné O’Connor, un hombre de buena llegada a los peronistas de Buenos Aires. No por nada, su cuñado, el ex jefe de la SIDE menemista, Hugo Anzorreguy, desde que Duhalde decidió enfrentarse con Alfredo Yabrán cambió sus fichas de lugar y privilegió al bonaerense.
Entre los legisladores sobresalían los peronistas José Luis Gioja, Ramón Puerta, Oraldo Britos y el radical Carlos Maestro. También podía verse a un exultante Antonio Cafiero, que volverá a la Cámara alta para ocupar la banca que dejó Duhalde. “El apoyo del PJ es un requisito”, respondió Cafiero cuando Página/12 le preguntó por la evolución de la interna partidaria. “El apoyo de los otros partidos acompaña, pero el del justicialismo es clave”, concluyó.
También se encontraban el hasta ese momento vicegobernador bonaerense Felipe Solá, el recién renunciado Raúl Othacehé, Osvaldo Mércuri, el intendente de Lanús, Manuel Quindimil, y el de San Miguel, el carapintada Aldo Rico. Luego de que el escribano terminara de leer el acta de asunción de mando, el nuevo mandatario invitó a su esposa a subir al estrado donde estaban las principales autoridades. El rojo furioso del vestido de la primera dama contrastaba con el clásico traje azul y camisa rayada del flamante Presidente. No se sabrá si fueron los vientos ascendentes que llevaron a su marido hasta el sillón de Rivadavia los que la impulsaron a poner su firma en el acta oficial. Después de la ceremonia el escribano de Gobierno señaló que “fue por cortesía” y recordó que en 1973 el chileno Salvador Allende había estampado su firma pegada a la de Cámpora. Junto a los pocos funcionarios que se quedaron en el Salón Blanco y accedieron a hablar con la prensa, el jefe del Ejército, Ricardo Brinzoni, insistía en que “vería con buenos ojos el nombramiento del radical Horacio Jaunarena para la cartera de Defensa”.
Los aplausos con que fue recibido el nuevo Presidente dentro de la Casa de Gobierno contrastaron con los bombos y cánticos de los pocos seguidores que se concentraron en la Plaza de Mayo. Al grito de “ni yanquis, ni marxistas, peronistas”, ingresaron por la calle Defensa los hombres del justicialismo de Tres de Febrero. Dentro de la Rosada algunos seguidores del flamante presidente explicaban a este diario que la idea de movilizar algunos compañeros hacia la plaza era para contrarrestar las protestas y cacerolazos. “No se puede tolerar mucho tiempo a la gente oponiéndose a la autoridad. Si a los que critican se le suma un grupo adepto, allí el poder puede entonces saldar la discusión”, explicaba a este diario un reconocido dirigente del peronismo.
La Pirámide de Mayo fue copada por los seguidores de Quindimil. Con celeridad habían arrancado un cartel que decía “yo no lo voté”. A primeras horas de la mañana, un grupo de independientes había colgado otro con la consigna “justicia injusta”.
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