ECONOMíA
› EL GOBIERNO ANTE EL CANJE
La voz de la torre de Babel
› Por Mario Wainfeld
Más allá de la delatora “gn” de su apellido, Roberto Lavagna no está a partir de un confite con Italia. Por ejemplo, lo incordia la Consob, la comisión de valores italiana que reclama publicidad semanal sobre el resultado del canje. El ministro de Economía recela de la transparencia de ese pedido (que de todos modos honra), pues lo atribuye a manejos aviesos de los acreedores italianos y, quizá, del propio gobierno de Berlusconi. Lavagna preferiría manejar los datos provisorios a su guisa, sin imposiciones foráneas. Disputa un juego que tiene su parentesco con el truco y sobre todo con el poker. Frente al tapete verde, la información siempre es poder y monopolizarla es un recurso fascinante pero... ay, que le está vedado.
Los negociadores argentinos estiman haber dado un salto cualitativo con el comienzo del canje y creen estar ganando otra batalla, la de convencer de que no hay resquicio para una mejora a los acreedores remisos. Este último punto es una pulseada que perdura en la cual el acreedor puede incidir histeriqueando su voluntad de no aceptar.
El 26,6 por ciento que aceptó hasta ahora se compone esencialmente de bonistas domiciliados en la Argentina (ver nota aparte). En una operación donde la impredictibilidad es la regla, negociadores locales se atreven a imaginar que un 80 por ciento de ese universo (que comporta algo así como un tercio del total) dará el ansiado “sí”.
La incertidumbre más grande, hasta ahora, es qué harán los acreedores afincados allende nuestras fronteras. Un universo especialmente interesante para las expectativas de los negociadores es el de argentinos con bonos en el exterior. Nadie puede, con precisión, cuantificar sus tenencias, derivadas de las fastuosas fugas de capitales que la convertibilidad nos legó. Hay cifras estimativas, pero por definición (habiendo dinero negro en juego) se trata más de ojímetro que de certezas. Las ponderaciones sobre capitales fugados en variados despachos basculan, nada menos, entre 50.000 y 150.000 millones de dólares y de ahí quedaría por verse cuánta de esa plata golondrina está puesta en deuda argentina.
Haciendo un mix de información y olfato, tanto Lavagna como el secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, creen que los argentinos –sumando a los que se conocen acá y los compatriotas que se asilan en las piadosas leyes de Luxemburgo, Suiza o las Islas Caimán– son más del 50 por ciento del total de bonistas, quizás el 60 por ciento. Se animan a vaticinar que la reacción de los fugados ante la propuesta será similar a la de los locales. Un 80 por ciento del 50 por ciento garantizaría ya un piso del 40 por ciento del total.
Si Lavagna y Nielsen estuvieran en lo cierto, quedaría muy a tiro el 50 por ciento de aceptación con el que Néstor Kirchner en privado y Lavagna en público dicen conformarse. Aunque es patente que, en momentos de entusiasmo, las ambiciones oficiales constelan más alto.
En Economía y en la Caja de Valores, que instrumenta el canje en el mercado local, se piensa que las aceptaciones se acelerarán en esta semana. Los Fondos de inversión ya han consultado a sus clientes y se uncirán al carro oficial en cosa de horas. El viernes 4 de febrero se produce el primer corte, el de la “oferta temprana” que otorga un bonus al que llega primero. Los funcionarios piensan que allí aparecerán los -hasta aquí– bichocos acreedores foráneos. Hay muchísimas llamadas a los call center, cuentan, y lo que desean saber son las condiciones de los bonos en pesos. Su horizonte, ya comentado en los medios, sería especular con que el dólar siga planchado y obtener un rédito de más del 10 por ciento anual en verdes, entrando y saliendo a tiempo y con viento a favor. Su duda, que Luis Corsiglia (presidente de la Caja de Valores) se ocupa de disipar, es el volumen del mercado de títulos argentino que, default mediante, se emparenta más con un kiosco que con un mercado. Pero ese volumen (prometen Economía y la Caja de Valores) crecerá pari passu con las aceptaciones, y los inversores podrán vender y comprar a su guisa.
El Gobierno dice mirar con calma la evolución del canje, pero hay ansiedad por conseguir en el “corte” del viernes próximo un avance significativo. Un número alto induciría a acreedores dubitativos a ir cerrando trato, sospechan en Economía. La teoría de la manada todavía tiene sus cultores en Hipólito Yrigoyen y Balcarce.
Para favorecer ese escenario, los operadores locales recibirán las ofertas tempranas hasta bien entrado el día 4. Al principio se pensaba cerrar la aceptación el 3 de febrero, para llegar en regla con la información al Banco de Nueva York (BdNY) que recibe y sacraliza la información. Pero, afirman en Economía, el sistema informático pergeñado por la Caja de Valores es tan gauchito que permite jugarse hasta último momento. Lavagna, cuentan sus allegados, felicitó a Corsiglia porque la operatoria es “un chiche”. El ministro comenta, socarrón, que la adaptabilidad argentina para concebir un software encriptado adaptado a una operatoria infernal es el subproducto virtuoso de tantas crisis locales: corralitos, reducción de las jubilaciones, planes Bonex dejan un residuo de experticia que en el previsible norte no se consigue. Hete aquí que los operadores nativos, confirmando las leyes de Charles Darwin, se adaptaron mejor al canje más grande de la historia de la humanidad.
Lo que queda pendiente es que terminen de “hablar los mercados”, por usar una imagen favorita de Lavagna. Una parla compleja que brota de actores variopintos. Argentinos bien identificados, argentinos fugadores de divisas flojitos de papeles, “institucionales” que saben su negocio, jubilados italianos incautos que trasladaron sus ahorros de los Apeninos a los Andes, bancos italianos que manipularon a sus viejitos... Nadie sabe del todo qué dirán los mercados, un colectivo muy surtido que evoca a la torre de Babel.