ECONOMíA
› CADENA CARNICA
¿Quién es quién?
› Por Claudio Scaletta
Por la suba de retenciones a las exportaciones y la amenaza de más, la cadena cárnica acusa al Gobierno de no dejarla aprovechar el buen momento de los mercados internacionales. Ciertos economistas creen que el problema de los precios no es más que de oferta y demanda, siendo la clave que la primera es menor que la segunda. El Gobierno, en tanto, considera que el punto crítico está en la comercialización, donde algunos actores parecen tener más influencia que otros. Entonces: ¿por qué continúan subiendo los valores de la carne? Y, fundamentalmente, ¿será posible frenar las alzas?
Luego de la crisis de la aftosa del 2001, que entre otros efectos provocó el remate de muchos stocks ganaderos y, en muchos campos, el reemplazo de la actividad pecuaria por la sojera, la producción de vacunos recompuso sus niveles históricos. La recuperación se produjo en un marco sumamente positivo. La devaluación aportó una estructura de costos favorable y, como sucedió con otras commodities agropecuarias e industriales, la mayor demanda provocada por la consolidación de las revoluciones industriales asiáticas abrieron un ciclo expansivo de los precios internacionales.
Los vientos favorables no se detuvieron aquí. Así como la Argentina quedó total o parcialmente fuera de los mercados de exportación en el 2001 y en el 2002 por su problemas sanitarios, lo mismo sucede actualmente con algunos de los grandes oferentes mundiales. Estados Unidos y Canadá, por la aparición del mal de la vaca loca; y Brasil, por los brotes de aftosa en algunos de sus estados. En el 2005, luego de la reapertura de más de ’80 nuevos mercados en los últimos tres años, las ventas argentinas al exterior serán de 800 mil toneladas, por encima de las 300 mil del 2002, aunque por debajo del millón alcanzado durante los ’80, cuando el país era el primer exportador mundial. A la demanda externa se sumó fronteras adentro el mayor consumo provocado por la recuperación económica. El consumo per cápita ya se encuentra cerca de los 70 kilos por habitante, todavía 10 kilos menos que en los años ’90 y casi 20 por debajo de los ’80. Por el lado de la oferta, las alrededor de 10,5 millones de cabezas que se faenarán en el 2005 representan un valor apenas superior al pico de 1991 y un nivel similar al del 2004.
En pocas palabras, mientras el mundo y los consumidores locales demandan más carnes, la producción no acompaña. La ley de hierro de la oferta y la demanda, dicen los manuales básicos de Economía, tiene solución para este tipo de desajustes: el aumento de precios. Según el Indec, el año pasado los precios minoristas de la carne subieron el 10,7 por ciento. En los primeros once meses del 2005 sumaron otro impresionante 17,5 por ciento. Aunque las buenas noticias para los productores no lo fueron para los consumidores, dieron lugar a un tibio proceso inversor en plantas de engorde con maíz, algunos frigoríficos orientados al mercado externo y en el cambio de manos, con extranjerización incluida, de algunas de las principales firmas de la plaza.
En principio, todas las concesiones realizadas por el Ministerio de Economía en los últimos días apuntaron a corregir el problema de oferta. A los productores se les otorgó el miércoles la postergación del peso mínimo para enviar a faena, lo que en principio supone que dispondrán de más animales para mandar al mercado. A los consignatarios se les otorgó la suba del peso de los bovinos que se incluyen en el Indice Novillo del Mercado de Liniers, lo que amplía la base de los animales que pueden incluirse en esta franja de mayores precios. A los frigoríficos exportadores –98 plantas de las que la primeras 20 poseen alrededor del 70 por ciento del mercado–, la eliminación de la obligatoriedad de exportar dos toneladas por cada una de la cuota Hilton (como consecuencia de la anulación del criterio de past performance), con lo que dispondrán de estos excedentes para enviar al mercado interno. A partir de hoy, en consecuencia, estas medidas deberían traducirse en una mayor oferta en los mercados, entre ellos Liniers. En su defecto, la medida volverá a ser sobre la demanda, más retenciones para desalentar las exportaciones. Pero si el problema parece estructural –más demanda que oferta–, ¿por qué el Gobierno se opone al libre juego del mercado y no deja que simplemente opere el mecanismo de corrección automática (precios)? En el Gobierno responden que tal mercado libre no existe.
De las ventas a través de los consignatarios participan como compradores los frigoríficos, los llamados matarifes –que en muchos casos tercerizan la tarea de faena en los frigoríficos (a quienes les pagan con el cuero y las vísceras) para distribuir luego entre las carnicerías– y por último algunas cadenas de supermercados. Otra modalidad de venta es la directa. Muchos frigoríficos adquieren la hacienda directamente en los campos; ello ocurre, por ejemplo, con la totalidad de lo destinado a cubrir las 28 mil toneladas de la cuota Hilton.
En Agricultura evalúan que si bien hay sectores más atomizados, como los matarifes, las carnicerías o los alrededor de 135 frigoríficos que trabajan exclusivamente para el mercado interno, también existen otros actores con capacidad de influir sobre las expectativas, amplificando las señales de precios que llegan del exterior. En la Secretaría de Agricultura creen que los consignatarios, que se llevan el 5 por ciento de comisión sobre las ventas, actuaron de esta manera luego de la noticia de la aftosa en Brasil. Según esta visión, las expectativas exageradas provocaron que la retención de animales en los campos a la espera de la profecía autocumplida. Por otra parte, no son pocos quienes culpan a los frigoríficos, unos por pagar poco y otros por vender muy caro sin respetar los acuerdos de precios. Los ganaderos sostienen que luego de las retenciones, los frigoríficos intentaron trasladar la totalidad de la pérdida a lo pagado por la materia prima, reduciendo el valor del kilo vivo en los campos de 4,70 a 4,30 pesos. Pero mientras esto sucedía, no bajaron los precios en el mercado interno. El efecto fue una nueva retención de animales.
A todas estas posiciones de fuerza relativa al interior de la cadena se suma el factor estacional. Los analistas del mercado cárnico saben que pasadas las fiestas de fin de año la demanda cae fuertemente. En enero, los mares rusos (invierno boreal) se congelan y Rusia es el destino del grueso de las exportaciones. A la vez, el consumo interno retrocede durante los meses de verano a partir de enero. La cadena sabe que el momento de convalidar altos precios es fin de año. Se trata precisamente de lo que Economía intenta evitar con la posibilidad de hacer efectiva la amenaza de un nuevo aumento de las retenciones.