Los transgénicos parecen ser todos importados, pero hay 84 en la Argentina que desarrollan procesos propios, exportan, facturan 950 millones de pesos al año y emplean a cinco mil personas.
› Por Fernando Krakowiak
La disputa que mantienen la multinacional Monsanto y el Gobierno por el cobro de regalías derivadas del uso de semillas transgénicas puso en evidencia la creciente importancia que viene teniendo la biotecnología en algunos sectores clave de la economía argentina. Sin embargo, y a diferencia de lo que suele imaginarse, los avances surgidos en ese campo no sólo provienen de los países desarrollados. Un reciente informe elaborado por investigadores de las universidades de General Sarmiento y Quilmes, y del Conicet, al que tuvo acceso Página/12, revela que en el país existen 84 empresas privadas dedicadas al desarrollo de productos y procesos biotecnológicos, las cuales facturan 950 millones de pesos anuales, exportan 72 millones de dólares y emplean a 5 mil personas. Alrededor del 80 por ciento son firmas de capital nacional con un fuerte predominio de pequeñas y medianas empresas.
Un conjunto de compañías privadas locales viene incursionando desde comienzos de los ’80 en la biotecnología, casi en simultáneo con los primeros avances registrados internacionalmente. Los desarrollos se verifican en la genética vegetal y animal, los alimentos y los medicamentos, tres grandes áreas donde el país tiene ventajas naturales y fuertes desarrollos productivos previos. En las actividades vinculadas al agro (semillas y plantines, sanidad animal e inoculantes) operan 54 empresas que explican el 73,3 por ciento de la facturación de las firmas biotecnológicas, debido a la fuerte incidencia que tiene la producción de semillas transgénicas. En el área de la salud humana (medicamentos, vacunas y reactivos) existe una veintena de empresas que factura el 11,3 por ciento. Mientras que en la producción de ingredientes para alimentos (aditivos, enzimas y sustitutos de grasas y azúcares) se especializan diez compañías que facturan el 15,4 por ciento de las ventas generadas por la biotecnología en el país.
Esas ventas equivalen, por ejemplo, a un tercio de la facturación de la industria automotriz, sin considerar los efectos multiplicadores que generan sobre otros sectores que utilizan esas producciones como insumo para la transformación productiva. Además, la biotecnología es sólo una parte del total facturado por las empresas, ya que en muchos casos tiene respaldo en otras actividades vinculadas, lo que les permite a las compañías sustentar su desarrollo hasta que se autofinancie y genere sus propios beneficios. La investigación, coordinada por los economistas Roberto Bisang y Graciela Gutman y el químico Alberto Díaz, estimó que las empresas relevadas facturan 5560 millones de pesos, de los cuales 950 millones (17 por ciento) corresponden a productos biotecnológicos. Casi el 25 por ciento de esa producción se exporta, dato que ubica a la actividad por encima del promedio de la industria en su conjunto, relevando su alta competitividad.
En el negocio incursionan tres tipos de empresas. Unas son pequeñas firmas nacionales con un mínimo equipo de investigación, fuertes vínculos con el sector público y una actividad económica acotada al negocio biotecnológico, como es el caso de Biosidus. Otras son empresas medianas y grandes que desarrollan investigación con equipos propios vinculados con centros académicos y además realizan otras actividades, como la producción de medicamentos tradicionales o semillas. Y otras son subsidiarias de megaempresas multinacionales, como Monsanto y Pionner, que forman parte de una red global de investigación y desarrollo. Estas últimas operan un gran número de programas a nivel internacional con un fuerte respaldo económico. Mientras que a nivel local llevan a cabo un número acotado de desarrollos innovativos, más relacionados con la adaptación que con la generación sustantiva de nuevo conocimiento. El informe toma en cuenta exclusivamente el dinero invertido en investigación y desarrollo en el país, pues de lo contrario los valores serían sensiblemente superiores.
Estos tres tipos de empresas invierten en conjunto 50 millones de pesos en investigación y desarrollo en biotecnología. Esa inversión equivale a 0,9 por ciento sobre las ventas totales de las compañías, superando ampliamente al promedio de la actividad industrial en su conjunto, estimado en 0,26 por ciento. Si se considera exclusivamente las ventas en biotecnología, dicho porcentaje sube al 5,2 por ciento. La comparación internacional evidencia porcentajes similares a los invertidos por las grandes multinacionales, pero una enorme distancia en los montos absolutos, ya que en el 2003, por ejemplo, Bayer Crop invirtió 872 millones de dólares sólo en investigación y desarrollo; Monsanto, 527 millones y Syngenta 727 millones. La diferencia en los montos muestra al país lejos de poder generar cambios tecnológicos radicales como los que han venido desplegando las multinacionales, pero con una base empresaria que puede servir de plataforma para desarrollos futuros. Por ese motivo, desde el Gobierno están impulsando un régimen de promoción al desarrollo y la investigación de la biotecnología aplicada a la producción de bienes y servicios, similar a la ley de software. El proyecto obtuvo media sanción en el Senado el 15 de febrero y en las próximas semanas será tratado por la Cámara de Diputados.
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