ECONOMíA
› OPINION
El emperador está desnudo
› Por Claudio Uriarte
Un dato poco observado en medio de la creciente debacle financiera latinoamericana es que EE.UU., que en estas circunstancias suele actuar como una especie de Banco Central del mundo al constituirse en el “prestamista de última instancia”, se está quedando sin dinero. Vale decir: incluso si Robert Rubin estuviera en el Departamento del Tesoro y Larry Summers fuera su segundo, los enormes paquetes de rescate invertidos por la administración de Bill Clinton en México, Rusia y el Sudeste Asiático estarían fuera de límites presupuestarios, porque esos paquetes tenían como base un generoso superávit, y hoy, gracias al temprano despilfarro impositivo de George W. Bush, EE.UU. ya está en el rojo de un 1 por ciento del PBI.
El núcleo del problema está en el fracaso de la política económica interna de George W. En cierto modo, la administración nunca entendió que los años ‘80 habían terminado, y que los problemas post-Bill Clinton no se parecen en nada a los problemas post-Jimmy Carter. Pensaron que con masivas reducciones de impuestos y un alto gasto público lograrían sortear la recesión, cuando las cifras económicas duras sugieren lo exactamente opuesto. Ayer, el índice de confianza de los consumidores se derrumbó por segundo mes consecutivo. Alan Greenspan, titular de la Reserva Federal, ha dejado trascender que postergará hasta setiembre o “incluso hasta el año que viene” la suba de la tasa de interés. De igual modo hubiera podido decir: “Hasta la próxima década, o hasta el próximo siglo”. En realidad, lo que le ha pasado a Greenspan, ese buen soldado republicano, es bastante gracioso: después de insistir una y otra vez que la economía había salido de la recesión y la recuperación estaba en marcha, tiene que seguir hablando de una suba correctiva cada vez más distante de la tasa de interés para contener imaginarias presiones inflacionarias, porque corre el riesgo de que, si decide bajar más la tasa para reactivar, los mercados pierdan lo poco que les queda de confianza en la administración y su “reactivación”, propagando el pánico. En otras palabras, se ha atado a sí mismo de pies y manos.
El cuadro se completa con la caída de los dominós latinoamericanos. Es cierto, como dijo John Taylor, número 2 del Tesoro, que Uruguay y no Brasil ha sido el contagiado por la Argentina, pero a esta altura los mercados ya no ven diferencia alguna y hay presiones contra las monedas locales también en Venezuela, Chile y México. Y EE.UU., que desató la crisis con la hooveriana política de Paul O’Neill, carece cada vez más de los recursos para parar la avalancha.