La línea directriz de la gestión de Miceli es la misma que tenía la de Lavagna: altos superávit gemelos, con ciertos deslizamientos de precios, naturales en este proceso. Con Lavagna había más agenda, se discutían más temas y existían más proyectos. De todos modos, estamos comparando cuatro años de trabajo contra seis meses. Lo que se necesita ahora es desarrollar la agenda de la inversión. Para eso hay que dar más señales, definir reglas claras, discutir el rol del sistema financiero para que no se limite a ganar plata con créditos al consumo. Las AFJP serían obvias financiadoras a largo plazo porque calzarían sus activos con sus pasivos, pero eso implica hablar de una reforma previsional y no está claro adónde se está yendo. El nuevo equipo económico no enfatiza ningún otro instrumento más que el de los acuerdos de precios. Es cierto que han sido útiles para frenar la inflación, porque las expectativas a fin del año pasado eran complejas. Ha sido una buena herramienta. En cuanto a los salarios, Miceli tiene un discurso más distribucionista. Sin embargo, el tope que se fijó para las negociaciones paritarias es moderado. Los aumentos de 19 por ciento son consistentes con un crecimiento de la economía de 8 puntos y una suba de la inflación del 11 por ciento. El discurso ha sido uno, pero cuando hubo que tomar decisiones profundas la elección fue mantener el orden y la racionalidad.
No comparto la idea de que Lavagna y Miceli sean lo mismo con matices o diferencias de prolijidad. Existen diferencias importantes, como cuál debe ser la participación del Estado en la economía. Todavía nos queda una institucionalidad pendiente de la dictadura y de los noventa, como las leyes financieras, tributaria y previsional, que con Lavagna no se hubiesen tocado y con el nuevo equipo estoy segura de que en algún momento vamos a discutir. Se dice que Miceli se ocupa solamente del tema precios. Es lógico que sea el de mayor interés, porque había un problema importante, así como en su momento Lavagna se concentró en la reestructuración de la deuda porque era la cuestión fundamental. Miceli trabaja para desarrollar la inversión de las pymes, no sólo de las grandes. Lavagna confiaba demasiado en que el salto de la inversión se daría por las grandes empresas y no fue así. Los incentivos fiscales que creó por ley fueron para grandes compañías, que uno se pregunta si no hubiesen invertido de todos modos. A mí me cambió mucho el panorama tener a una ministra que está mucho más vinculada con la problemática social, con la distribución del ingreso y con la progresividad de lo que lo estaba Lavagna. Cuando empezaron a aparecer los problemas, como las tensiones con los precios, el ex ministro mostró su costado más ortodoxo al vincular los salarios a la inflación y hablar de productividad.
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