ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Alfredo Zaiat
La propuesta es dar tres primeros pasos con números, sin ánimo de incomodar e impacientar, para brindar elementos objetivos en un contexto donde se empieza a discutir el tema de las inversiones. Aquí van:
1 Las empresas extranjeras radicadas en el país remitieron a sus casas matrices 934 millones de dólares en el primer trimestre de este año. El monto reinvertido de utilidades más los aportes de capital sumaron 610 millones. El balance de esa cuenta fue entonces negativo en 324 millones de dólares, según el más reciente informe sobre Balance de Pagos preparado por el Indec.
2 En todo el 2005, el giro de ganancias de esas compañías hacia sus países fue de 2818 millones. Y un año antes había alcanzado los 1940 millones. Así, en el período 2004-2005 más los primeros tres meses de 2006, las compañías extranjeras enviaron en total 5692 millones de dólares.
3 En el lapso 1992-2000, las utilidades remitidas alcanzaron los 22.300 millones de dólares. El promedio anual se ubicó en unos 2500 millones de dólares, media que ya se ha alcanzado y superado en la actual etapa económica.
Estas cifras son relevantes al momento de debatir la intensidad y origen de las inversiones. Además revelan que las empresas extranjeras han ganado –y ganan– mucho dinero y que han podido –y pueden– disponer de esos recursos libremente en estos últimos años. Con esos números queda desacreditado ese discurso de los gendarmes de buenos modales que alertaban sobre que el país le estuvo dando la espalda al mundo. Vaya uno a saber por qué, pero la mayor o menor inversión extranjera pasó a ser símbolo de éxito o de fracaso de un país. Puede ser que cuando la autoestima es baja –y las sucesivas crisis colaboran para ello– se requiera del reconocimiento externo. Se asocia la decisión del capital extranjero de invertir en el país con la confianza. Pero no es sólo eso –que es un factor secundario–; la determinación de desembolsar dólares más bien tiene su motivación en la renta esperada dado un contexto macroeconómico local e internacional y en la estrategia global de esos capitales. Es lo que revela la evidencia histórica en diferentes regiones del mundo. Y también en Argentina.
Ningún país se ha desarrollado simplemente abriendo su economía a compañías del exterior. En las experiencias exitosas se encuentra una combinación de estrategias que supieron aprovechar las ventajas del comercio internacional y la inversión extranjera, pero en el marco de un proyecto desarrollado por el Gobierno para estimular la inversión interna y la innovación tecnológica local. Cuando el ex ministro de Economía Roberto Lavagna se acomoda por propia decisión en el limbo al cuestionar los ’70 y también los ’90, ignorando los ’80 y a la vez descalificando la actual etapa, no colabora en el necesario debate sobre la inversión y la estrategia de crecimiento. Cuando el presidente Kirchner le contesta directa o directamente no aporta demasiado a esa cuestión y sí a demostrar su virtud de manejar los tiempos de la política.
Como en otras áreas, lamentablemente, el péndulo de las ideas ha fluctuado de un extremo a otro. En la segunda mitad del siglo pasado se impulsó, con el apoyo ideológico de la Cepal, el camino de la industrialización vía sustitución de importaciones. En los ’80 se lo criticó porque esa protección del mercado generaba ineficiencias. Entonces la opción elegida fue abrirse e integrarse a la economía mundial, esperando que el comercio y la inversión extranjera solucionaran los problemas. Sin embargo, por un lado, la estrategia de sustitución de importaciones produjo resultados importantes, y por otro, el mercado y la apertura al mundo ya tienen un lugar ganado. No es el extremo de cerrar la economía ni abrirla irresponsablemente. En esa instancia y con esos consensos básicos, resulta imprescindible analizar el papel que juega la inversión extranjera, teniendo en cuenta que la normalización financiera luego del default y cuatro años de crecimiento a tasas chinas ha colocado nuevamente a Argentina en su tradicional casillero en el tablero global. Casillero, por cierto, marginal, pero que antes hasta lo había perdido.
Argentina tiene uno de los regímenes más liberales en el tratamiento del capital extranjero. Cuando se analiza ese tema resulta importante destacar que una de las principales debilidades de la economía argentina es el sector externo. En estos años, gracias a precios de los commodities por las nubes, la cesación de pagos y la posterior renegociación con extensión de los plazos de pagos, existe cierto desahogo en ese frente. Pero las divisas son y seguirán siendo el bien escaso por excelencia dada la pesada carga de deuda que aún permanece en la mochila y el elevado grado de transnacionalización. Por lo tanto, no resulta irrelevante cuál es el grado de apertura comercial y financiera y el origen de las inversiones. La Inversión Extranjera Directa (IED) impacta a nivel macro en el proceso de acumulación de capital, en los modos de financiamiento de la balanza de pagos y en el crecimiento. Y en el aspecto micro tiene su influencia en la productividad, eficiencia, ampliación y diversificación de los flujos comerciales y cambios tecnológicos. Según las experiencias de otros países, los resultados de esa participación en la economía no están predeterminados, sino que dependen de las estrategias empresarias y, fundamentalmente, de las políticas públicas que se implementen. En Argentina se ha dado un proceso donde la inversión extranjera ha desplazado a la local, en línea con la tendencia en la región. En cambio, en las economías asiáticas se ha dado un fenómeno de integración y adaptación. Esto tiene su relevancia aquí por la menor contribución a la formación bruta de capital, base necesaria para el proceso de acumulación y desarrollo económico. En un estudio publicado por la Cepal, realizado por los economistas Matías Kulfas (actual subsecretario Pyme), Fernando Porta y Adrián Ramos, Inversión extranjera y empresas transnacionales en la economía argentina (septiembre 2002), se puntualizan otros efectos de ese capital en el mercado doméstico durante la década de los noventa:
- La IED ha evolucionado con cierta independencia en relación al ciclo macroeconómico.
- El componente nacional de la inversión en maquinarias y equipos disminuyó sostenidamente. Buena parte de los bienes de capital ha ingresado libre de arancel y se ha facilitado –con el régimen de importación “llave en mano”– la incorporación indiscriminada de equipamiento importado, aún cuando existiera producción nacional en términos competitivos.
- Los crecientes déficit en la cuenta de servicios financieros y la fuga de capitales privados se financiaron a través del saldo comercial y el endeudamiento.
- Entre 1992 y 1999, la inversión extranjera directa representó el 80 por ciento del déficit acumulado en la cuenta corriente y el 60 por ciento de los ingresos netos de la cuenta capital y financiera.
- El déficit comercial de las empresas transnacionales líderes alcanzó casi a duplicar el déficit comercial total.
En la década pasada, la Argentina se convirtió en una de las economías más transnacionalizadas del mundo. “La vulnerabilidad externa, la falta de competitividad, el achicamiento del mercado interno y el debilitamiento de la trama productiva son hechos evidentes e incontrastables”, destacan, como balance de esa estrategia, Kulfas, Porta y Ramos. Y concluyen que “reconociendo que su aporte principal y más difundido ha sido el mejoramiento de la calidad de productos y servicios en el mercado interno, en cambio ha resultado escasa su contribución al proceso de formación de capital y pobre y heterogéneo su aporte a la generación de encadenamientos productivos y capacidades tecnológicas”. Los autores de ese documento, finalmente, advierten que la participación de las empresas extranjeras no ha implicado una ganancia estructural de competitividad para toda la economía –y sí a nivel de las firmas–, por lo tanto “su evolución implica un costo creciente en términos de pagos externos, presionando sobre uno de los principales factores de fragilidad de la economía argentina”.
El muy favorable contexto internacional, con precios altos de los commodities –en especial, los de la soja y el petróleo–, amortigua esa debilidad, al mantener una balanza comercial superavitaria y, por lo tanto, excedentes en divisas. Más allá de que ese escenario pueda extenderse más o menos tiempo según el recorrido de la tasa de interés de Estados Unidos y de la demanda creciente de materias primas de China, con la actual estructura productiva transnacionalizada y el todavía elevado endeudamiento público y privado en dólares, la restricción externa seguirá presente y amenazante en el horizonte.
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