Sáb 19.08.2006

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

¿Qué pasa con el mundo?

› Por Alfredo Zaiat

Crónica TV, a medianoche, desde hace algunos meses, con títulos catástrofe sobre imágenes estremecedoras y locución lúgubre, va enumerando los cataclismos climáticos del día: terremotos, huracanes, olas gigantes, aludes y todo otro tipo de desastres naturales con sus saldos de muertes y desolación. Para concluir, sobre un globo terráqueo que se está derritiendo, “¿qué pasa con el mundo?”. La señal de cable de Héctor Ricardo García podría agregar, en esa tarea de voz de alerta sobre desdichas diarias, con ese mismo formato, la destrucción y muertes que provocan las diferentes guerras modernas, atentados terroristas y violencia urbana entre ejércitos irregulares manejados por el narcotráfico y fuerzas de seguridad, como en San Pablo. El reporte diario de esas tragedias desde el comienzo de este siglo es impactante. Las guerras de Irak, Afganistán, la del Líbano entre Israel y Hezbolá, el avance ruso sobre Chechenia, los atentados terroristas a las Torres Gemelas, en Londres y en la estación de tren Atocha en Madrid, la muerte de 200 mil personas en Sudán y el desplazamiento de más de dos millones por una lucha tribal. Y tantos otros conflictos en otras tantas zonas le brindaría a Crónica TV la oportunidad de llamar la atención para preguntarse también “¿qué pasa con el mundo?”.

La respuesta inmediata de científicos, políticos y ambientalistas preocupados por los cambios climáticos sería que el calentamiento global está provocando alteraciones profundas en el hábitat terrestre con consecuencias imprevisibles. Y con respecto a las guerras, los argumentos son los ya conocidos. Ahora bien: en ese escenario de incertidumbre, ruinas, deterioro ambiental, hambre, millones de refugiados y miseria, la economía debería, según el consenso convencional, atravesar un período de recesión, decadencia y tensiones mayúsculas, más aún con el combustible para alimentar el motor del crecimiento global, el petróleo, bordeando los 80 dólares. Pero no es así. Todo lo contrario. La economía mundial está creciendo a las mayores tasas medias desde los años setenta, sólo superadas por las registradas en la década del 50 y parte de los ‘60, aunque hay que considerar que este último ciclo fue consecuencia de la recuperación sostenida luego de las dos grandes guerras del siglo pasado.

Pocas veces se ha dado como ahora un avance sincrónico de las economías de todas las regiones del planeta. Con éste, serán cuatro los años de un amplio ciclo de crecimiento global. El PIB mundial subió 5,3 por ciento en 2004, el 4,8 por ciento el año pasado y un porcentaje levemente inferior en éste. La locomotora, esta vez, pasa por todas las estaciones; no deja zona sin visitar. La idea tradicional predominante postularía que una guerra debería provocar una recesión de la economía, para luego recuperarse con la reconstrucción. Ahora no es tan así. Israel, con un costo de más de 6000 millones de dólares por su incursión en el Líbano, apenas perderá un punto o punto y medio de su crecimiento estimado previamente en el elevado 5 por ciento para el 2006. La Bolsa de Londres ni se inmutó el día que se abortó el supuesto complot para hacer volar una decena de aviones que salían del aeropuerto Heathrow. La economía mundial está transitando un sendero que no es afectado ni por los cataclismos climáticos, ni por las guerras y ni por la crisis del petróleo.

Pero no sólo se presenta inmune a ese angustiante panorama, sino que el extraordinario ciclo de acelerado crecimiento no se traduce en un proceso de aumento de la inflación. En un reciente estudio elaborado por el IEFE, Estado de la economía-mundo capitalista. Tendencias y desequilibrios, se precisa que la evolución de los precios minoristas en los países desarrollados está por debajo del 2,5 por ciento anualizado en los últimos dos años, mientras que en el resto de las economías, en promedio, esa inflación se ubicó en el 5,5 por ciento. Estados Unidos, preocupado por las presiones inflacionarias, ha aumentado a lo largo de los dos últimos años la tasa de interés en 17 oportunidades consecutivas, a un ritmo de un cuarto de punto por vez, desde el mínimo del 1 por ciento al actual de 5,25. Y en su última reunión la Fed (banca central estadounidense) ha decidido hacer una pausa. La economía de China que asombra por sus fenomenales tasas de crecimiento muestra una situación increíble en relación con la inflación: en 2004, los precios minoristas subieron 3 por ciento, y el año pasado superó levemente el 1 por ciento. Lo mismo pasa en el resto de las regiones, siendo América latina la que tiene el mayor registro superando, en conjunto, el 5 por ciento.

Más sorprendente es que ese contexto económico de precios controlados se desarrolla con las materias primas en elevados valores, que presionan sobre la base de la inflación. El petróleo es el commodity al que se le presta mayor atención, alcanzando niveles insospechados un lustro atrás, ubicándose en términos reales en valores similares a los registrados luego del primer gran shock petrolero 1974-1978. Pero también los metales y las materias primas agrícolas han subido mucho. En ese trabajo del Instituto de Estudios Fiscales y Económicos se señala que el índice de commodities no petroleras, sobre la base de datos del FMI, ha aumentado 18,5 y 10,3 por ciento en los dos últimos años, respectivamente.

El fenómeno económico más notable de este comienzo de siglo es el sostenido crecimiento con bajos niveles relativos de inflación y, por lo tanto, con una reducida tasa de interés real de largo plazo. Y, en un marco de globalización y apertura de las economías, pese al fracaso de la Ronda de Doha de liberalización del sector servicios e industria en la periferia y de la disminución de los subsidios al agro en EE.UU. y Europa, el comercio internacional ha seguido expandiéndose a tasas considerables.

Sin respuestas contundentes a esta capacidad de recomposición de las formas de funcionamiento de la economía mundial, los especialistas han empezado a realizar aproximaciones para entender el actual ciclo de expansión capitalista. Destacan tres elementos, no excluyentes ni únicos, para iniciar el abordaje de este intrigante período de crecimiento:

1 El avance de la sociedad del conocimiento.

2La aplicación cada vez mayor de tecnologías en el proceso productivo que eleva la productividad y amplía la frontera de producción.

3El emerger de dos nuevas potencias económicas, China e India.

Respecto al primer factor ponen como ejemplo la estrategia de las empresas internacionales de high tech, localizadas en Haifa, ciudad castigada por los misiles de Hezbolá. Esas compañías no detuvieron su trabajo pese a las sirenas de alarmas anunciando la caída de cohetes, como se supondría, sino que enviaron a sus empleados con sus laptop a sus casas o a los refugios, que conectados con banda ancha continuaron con sus labores. La guerra ya no detiene totalmente el proceso de producción y generación de valor cuando éste está vinculado a la aplicación de conocimiento.

En relación con la tecnología hay innumerables ejemplos, y uno bien cercano es la utilización del paquete tecnológico de semillas genéticamente modificadas y siembra directa que provocó un fuerte salto en la producción agrícola en Argentina. Y, por último, la aparición de China e India, los dos colosos asiáticos, ha alterado el mapa mundial. China ya representa un poco más del 15 por ciento del PIB global medido a paridad de poder de compra y al ritmo de crecimiento que está registrando superará a Estados Unidos como primera potencia económica, pasando a ejercer una posición central en el mundo. Esa irrupción, al igual que la de India, actúan de amortiguadores a los desbalances del eje trilateral (EE.UU., Europa y Japón). Ese rol de compensadores de desequilibrios globales ha servido como revitalizador de esa locomotora de tres cabezas que todavía sigue siendo central para empujar a la economía mundial.

Esta recreación de la formas de producción y desarrollo capitalista puede orientar a una falsa conclusión de que se vive en un paraíso, con algunos imprevistos como las guerras o el calentamiento global, y que la mayoría todavía no se ha enterado. Esa contradicción, sin embargo, no ha sido saldada porque, además de las ruinas que dejan a su paso esas calamidades, ese crecimiento global no da respuesta a la cada vez más inequitativa distribución de ese aumento de riquezas.

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