ECONOMíA › JAN KREGEL, REFERENTE POSKEYNESIANO
Invitado por el Ministerio de Economía a un seminario sobre la reformulación del sistema financiero internacional, el británico Kregel propone bajar un poco el superávit fiscal para aumentar los salarios estatales.
› Por Marcelo Zlotogwiazda
El británico Jan Kregel es considerado una eminencia del pensamiento poskeynesiano. Fue discípulo destacado de dos próceres de esa escuela como Joan Robinson y Nicolas Kaldor. Además de profesor en varias universidades, actualmente ocupa el cargo de jefe de la División de Desarrollo y Análisis Político de las Naciones Unidas. Y por más que vino a la Argentina invitado por el Ministerio de Economía a un seminario para tratar la reformulación del sistema financiero internacional, en este reportaje no se guarda algunas recomendaciones incómodas para el actual gobierno.
–¿Qué significa ser hoy poskeynesiano?
–Hay dos elementos que diferencian el poskeynesianismo de la mayoría de las otras escuelas económicas. En primer lugar, es la importancia que le damos a la demanda efectiva o agregada, o a cómo generar demanda. La mayoría argumenta que es necesario que los gobiernos mantengan las cuentas fiscales en equilibrio o con superávit. Los keynesianos decimos que la única manera de que la gente tenga dinero para gastar es que alguien quiera emplearla, y para que alguien quiera emplear gente es imprescindible que los empleadores estén invirtiendo. Es generalmente cierto que el sector privado no está dispuesto a invertir lo suficiente para generar el empleo y los ingresos que quisiera le gente. Es por eso que el gobierno debe jugar le rol de proveer la demanda necesaria para mantener la economía lo más cerca posible del pleno empleo. Esto significa que cuando la economía no está en pleno empleo la receta keynesiana es que los gobiernos tengan déficit para estimular la demanda.
–Pero eso mismo decía Keynes en los años ’30 y sus seguidores después. Entonces, ¿qué significa ser poskeynesiano ahora, en medio de la globalización y de fortísimas transformaciones de toda índole? ¿Cuál es la diferencia?
–Nada básico cambió en la manera en que se analiza el funcionamiento económico. Lo que pasó es que hubo un enorme cambio político, tras el cual la mayoría ya no cree que las políticas keynesianas son las correctas. El caso paradigmático es el del Fondo Monetario con la Argentina, que en 1998 impuso un plan de ajuste fiscal cuando había un alto desempleo y comenzaba la recesión. Como todos sabemos, eso redujo la demanda agregada y potenció la recesión. Los keynesianos estamos dando ahora las mismas batallas que en los años ’30.
–Argentina acumula cuatro años de altísimo crecimiento, pero sigue habiendo mucho desempleo y pobreza. ¿La recomendación poskeynesiana es estimular la demanda agregada con más gasto público o aprovechar el superávit y ahorrar para épocas de menor crecimiento, como algunos aconsejan?
–Si uno analiza la composición del Producto Bruto, ve que la inversión recuperó el porcentaje que tenía antes de la crisis. Por el otro lado los salarios cayeron mucho, y en particular los del sector público que acumulan un atraso del 30 por ciento. Por lo tanto, en cuanto a las dificultades de demanda del sistema, y siendo evidente que la economía está creciendo a tasas compatibles con la ausencia de presiones inflacionarias. Un área para estimular aumentos en la demanda es el sector público con mejoras en el salario, lo que no tendría demasiado impacto inflacionario y además contribuiría a mejorar la calidad del Estado atrayendo al sector público a gente calificada que no está dispuesta a trabajar con las bajas remuneraciones de ahora.
–¿Pero no está latente el riesgo inflacionario, habida cuenta de que la economía viene creciendo fuerte?
–Si la economía estuviera funcionando al límite de su capacidad, sería difícil argumentar a favor de un mayor gasto público. Pero lo que sí se puede argumentar es a favor de modificar la composición del gasto, mejorando el salario de los empleados públicos. Eso se debería hacer incluso a costa de bajar el altísimo superávit fiscal que hay ahora. No estoy diciendo pasar de un superávit de 3 puntos del PBI a un déficit, pero sí bajarlo a 2,5 por ciento. También se debería aumentar lo que se paga en el Plan Jefas y Jefes y en el Plan Familias: no tendría un gran impacto en el superávit, pero sí un impacto muy positivo para los beneficiarios.
–O sea que usted no está a favor de la acumulación de excedentes en un fondo anticíclico.
–Se lo respondo a partir de formular dos preguntar. La primera es si el Gobierno está en condiciones de ir pagando lo que debe y la segunda es si la economía está ofreciendo empleo e ingresos a todos sus trabajadores.
–La primera respuesta es sí y la segunda es no.
–Ok. Entonces si tiene en cuenta que el desempleo es del 10 o 12 por ciento, y a eso le sumamos la subocupación y los marginados llegamos a un porcentaje importante de trabajo que estamos desperdiciando. No tiene sentido mantener un superávit tan elevado y despilfarrar recursos. Por supuesto que habría que aprovechar el mayor gasto en esos planes para capacitar a la gente como una política de mediano y largo plazo. Es la gente que no se puede incorporar al mercado a través del aumento en la demanda agregada. Para ellos se requieren políticas específicas.
–¿Etiquetaría a este gobierno como keynesiano?
–Sí y no.
–¿Por qué sí y por qué no?
–La Argentina fue extremadamente afortunada en los momentos posteriores a la crisis gracias a la pronunciada mejora en los precios de sus exportaciones, que explica buena parte del aumento de las exportaciones. Esto tuvo un fuerte impacto en la demanda agregada que le permitió al Gobierno no aplicar políticas fiscales expansivas. Por el contrario, el empuje de la demanda fue simultáneo a la generación de excedentes fiscales. Además, el boom exportador aportó liquidez que hizo innecesario el endeudamiento, lo que a su vez incentivó la inversión, y eso aumentó el empleo y el salario. Se pasó de una etapa liderada por la demanda externa a otra impulsada por el mercado interno. La suerte hizo que no tuvieran que adoptar políticas keynesianas activas. No fue necesario ser keynesiano. Pero al mismo tiempo hay que reconocer que el Gobierno no hizo nada para moderar o frenar ese proceso de aumento en la demanda. Por ejemplo, no aceptó las presiones del FMI para aumentar aún más el superávit para de esa manera pagar más deuda. Permitió que la dinámica continuara. El Gobierno fue keynesiano en permitir que el proceso se desarrollara y pasara de ser motorizado por la demanda externa a la demanda local.
–Lo que fue keynesiano fue la resistencia a las presiones.
–Digámoslo así.
–¿Cree que la aparición de China y su enorme demanda de materias primas que viene catapultando esos precios ha tornado anacrónica la teoría de Raúl Prebisch sobre el deterioro de los términos del intercambio para los países subdesarrollados?
–Antes que nada quiero aclarar que la teoría de Prebisch no es una simple medida sobre el comportamiento de la relación de precios de exportación e importación. Lo que él decía es que la productividad de la industria crecía más que la de la agricultura, por lo cual las economías que sebasan en el agro crecen menos porque su productividad aumenta menos. Fue un más allá y dijo: los precios de las materias primas se determinan por oferta y demanda mundial más que por la productividad, por lo cual la eficiencia no se aprovecha. En cambio la mayor productividad de los bienes industriales sí es capturada por la economía que los produce por más que los precios no suban. Por lo tanto lo que Prebisch aconsejaba para los países del Tercer Mundo era un desarrollo equilibrado con sector primario e industrial, lo cual requiere demanda agregada para la producción manufacturera, es decir empleo y salarios. Lo que ahora sucede es que China está siguiendo una política bastante parecida a la que recomendaba Prebisch. Si uno observa los términos de intercambio de China, se encuentra con que se deterioraron mucho y rápido: exportan productos industriales a precios declinantes y los precios de lo que importan suben, beneficiando entre otros a la Argentina, que le vende materias primas. Se da una situación donde Estados Unidos provee la demanda para las exportaciones industriales chinas, pero mientras los precios en Estados Unidos se mantienen estables porque se abaratan sus importaciones, las ganancias de las empresas crecen porque una parte de la producción se realiza en China a costos muy bajos. Lo curioso es que el deterioro de los términos de intercambio de China le es conveniente a China porque le permite industrializarse sin tener que destinar recursos a su sector primario; también beneficia a Estados Unidos porque le permite abastecerse de productos industriales baratos, y también a América latina que le vende materias primas a precios crecientes.
–¿Cree que la pérdida de influencia del FMI es transitoria o se trata de una institución en extinción, o tal vez buscando un cambio profundo?
–El Fondo se dio cuenta de que las cosas cambiaron, porque de hecho están trabajando en una revisión de la estrategia. Dejando de lado sus conocidas equivocaciones, el punto de partida de su actual problema es que los países desarrollados y de ingresos medios como la Argentina y Brasil ya no están pidiéndole dinero prestado. Eso genera dos consecuencias: perdieron influencia y, en segundo lugar, pasó a ser una institución que desde el punto de vista financiero está quebrada. Sus ingresos no alcanzan a cubrir sus gastos. Es como un banco sin clientes. Están buscando la manera de aumentar sus ingresos porque se estima que para 2008 van a tener un déficit operativo equivalente al 30 por ciento de sus gastos.
–¿Cuál es el futuro del FMI, entonces?
–En Estados Unidos hay dos posiciones. El ala derecha del Partido Republicano quiere terminar con el Fondo, o por lo menos reducirlo al mínimo. La otra posición sostiene que es conveniente para Estados Unidos mantenerlo vivo porque, dado su poder de veto, sigue siendo una institución con capacidad de influir y presionar en favor de los intereses del país. Están los casos de Indonesia y Corea. Al primero se le impuso como condición de un préstamo que cesara de fabricar autos, con la excusa de que era un negocio corrupto de la familia Suharto. A Corea la condicionaron a dejar de producir semiconductores, por lo que había hecho lobby la principal fábrica estadounidense de semiconductores.
–¿Quiénes piensan así?
–El ala suave de los republicanos y la mayoría de los demócratas.
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