ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Alfredo Zaiat
En el relato bíblico, en el Génesis, José, conocido por su sabiduría, fue retirado de la prisión para que interprete el sueño de la persona todopoderosa de Egipto. El faraón había soñado que estaba a orillas del Nilo y veía salir de él siete vacas hermosas y muy gordas, que se ponían a pacer los tallos de papiro. Después salieron del río otras siete vacas feas y muy flacas, que devoraban a sus hermanas. Lo mismo soñó con siete grandes espigas que salían de un solo tallo de trigo, pero detrás de ellas brotaban siete espigas flacas y quemadas por el viento. Consultado José, éste sentenció que a siete años de abundancia habrán de seguir siete de hambre tan severa que los tiempos de riquezas quedarán completamente olvidados. Aconsejó elegir a un visir de confianza, capaz de abastecerlo en previsión de los malos días venideros. José fue nombrado para esa tarea. Esa historia, que según investigadores de los relatos bíblicos no existen evidencias de una hambruna prolongada durante esa época en esa zona, fue apropiada por los hacedores de política económica como recomendación de ahorrar en los tiempos de bonanzas para enfrentar con menos traumas los momentos de crisis.
La ortodoxia reclama en esa línea la constitución de un fondo fiscal anticíclico, iniciativa que impulsó Roberto Lavagna cuando era ministro y que lo mantiene su reemplazante, Felisa Miceli, pero sin institucionalizarlo, como le exigen. Ese consenso liviano instalado en el ámbito doméstico de que un Estado tiene que acumular recursos fiscales para enfrentar eventuales crisis no tiene muchos antecedentes en el resto de las economías del mundo, siendo una de esas excepciones Chile, pero integrando el ahorro con parte de los ingresos extraordinarios que le proporciona la exportación de cobre. El ahorro fiscal es irrelevante ante situaciones críticas. En cambio, la acumulación de reservas internacionales en las arcas del Banco Central es una sólida defensa anticíclica. Un fondo fiscal es simplemente un tranquilizante de espíritus de la ortodoxia. En esa materia, la mejor vía de instrumentar una política para enfrentar turbulencias es un régimen impositivo cuya recaudación no quede atada a los sube y baja de la economía. La suma de dinero indisponible en una caja sólo para momentos difíciles es una adecuada prevención en un presupuesto familiar. Pensar lo mismo para las cuentas de un Estado es de una asombrosa ingenuidad teórica y empírica.
En el actual contexto local e internacional la estrategia anticíclica más adecuada –no la más eficiente– es la de acopiar divisas en el Tesoro del Banco Central. Ese seguro contra terceros se contrata con los dólares que se incorporan en las reservas, no con los pesos que se pueden llegar a juntar en un fondo fiscal. No se trata simplemente de un juego mediático alcanzar objetivos de montos luego de pagar una abultada deuda (la contraída con el FMI), sino que consiste en una política de fortalecer la economía y generar anticuerpos a shocks externos. Ese seguro fue probado, con resultado exitoso, en la última sacudida financiera internacional gatillada a mediados de mayo pasado por el discurso ambiguo del titular de la Fed (banca central estadounidense), Ben Bernanke, sobre el rumbo de la economía y, por lo tanto, de la tasa de interés.
Las potencias siempre han tenido una política de acumular reservas, pues están convencidas de que es el mejor seguro que puede tener la economía, ya que reduce la posibilidad de una crisis y transmite confianza. Entre las naciones denominadas emergentes, las asiáticas fueron las primeras que imitaron esa estrategia luego de las debacles financieras padecidas en la década pasada. El investigador Alan Cibils, del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp), relacionado al ARI, en un reciente documento (La política monetaria 2003-2006) explica que “la acumulación de reservas es clave porque la ausencia de un prestamista de última instancia en el contexto internacional actual hace que los países deban implementar políticas anticíclicas para escenarios menos favorables”. Y agrega que “en ese sentido, algunos países asiáticos han sido pioneros cuando, a la luz del fracaso fondomonetarista tras la crisis de 1997, se dedicaron a acumular cantidades masivas de reservas para evitar tener que recurrir al Fondo e implementar sus fracasadas recetas en caso de una eventual crisis”.
Casi todos los países, aquellos beneficiados por ingresos fabulosos por el aumento de los precios de los commodities (por ejemplo, el petróleo en Rusia y Venezuela o el cobre en Chile y los granos en Argentina) como así también los favorecidos por la afluencia de masivas inversiones extranjeras (China e India), han estado incorporando reservas en cantidad en sus respectivas bancas centrales. Durante los últimos diez años se ha registrado un crecimiento explosivo en el nivel global de las reservas internacionales. En ese lapso se incrementaron un 250 por ciento, con una marcada aceleración en los tres años pasados, alcanzando el record de 4,2 billones de dólares. Ese monto corresponde a fines de 2005, suma que ha seguido subiendo a lo largo de este año. Esa cifra está contabilizada en un working paper preparado por los investigadores Edwin Truman y Anna Wong, del Institute for Internacional Economics (The case for an international reserve diversification standard), presentado en las pasadas Jornadas Bancarias y Monetarias del BCRA. En un ilustrativo ranking de cantidad de reservas por países, Japón lo lidera con el 20,3 por ciento del total mundial, aunque muy cerca lo sigue China, con el 18,5. Los países asiáticos reúnen el 43 por ciento de las reservas mundiales en divisas, mientras que los países industrializados tienen el 30 y los exportadores de petróleo el 14 por ciento. Argentina no figura entre los top 30 de los países con más reservas en el mundo, lo que indica el camino que todavía queda por recorrer y, a la vez, el enorme esfuerzo que ha significado para toda la sociedad la cancelación de deuda con los organismos financieros internacionales desde el 2002. Sin esos pagos, se hubiera ubicado en el puesto 13 de ese ranking, con una cartera de poco más de 50 mil millones de dólares.
Las lecciones que se extraen de ese comportamiento de casi todos los países del mundo fueron resumidas por los economistas del Banco Central Jorge Carrera, Diego Bastourre y Javier Ibarlucía, en el documento La política económica de la acumulación de reservas: nueva evidencia internacional, que presentaron en un seminario organizado por el instituto emisor, a mediados de diciembre del año pasado, donde puntualizaron que:
1. el contexto de alta volatilidad que suponen para las economías emergentes la integración financiera y comercial,
2. la probabilidad no nula que ocurran ajustes bruscos en la economía internacional para corregir los actuales desequilibrios,
3. la ausencia de una arquitectura financiera global confiable con prestamista de última instancia,
4. la relevancia de los efectos imitación competitiva en la acumulación para las distintas regiones, y
5. la mayor importancia de la acumulación de reservas en el estadio intermedio del desarrollo “son elementos claves para comprender por qué los países emergentes han acelerado la tasa de acumulación de reservas”.
Para Argentina, además, contar con abundantes reservas brindan un manejo desahogado de la deuda y de la cotización del dólar, ambas variables con conocidas cualidades desestabilizadoras en la economía local. Esa estrategia es cuestionada desde la visión ortodoxa por su efecto monetario expansivo, debido a la emisión de pesos para comprar divisas. Para contrarrestar esa masa monetaria excedente sobre la demanda de dinero genuina de la economía, Martín Redrado, titular del BCRA, está implementando un programa de esterilización a través de la cancelación anticipada de deudas de los bancos con la entidad rectora, de un sistema de pases y de la colocación de deuda de corto plazo. La tasa de interés que está pagando por esos títulos ha ido creciendo a lo largo de los últimos doce meses, lo que ha significado asumir un costo mayor para sostener la política de acumular reservas. Igualmente, el saldo aún sigue siendo positivo entre los egresos por el pago de esos intereses y los ingresos recibidos por la renta del depósito de las reservas. Si eventualmente fuera negativo el balance financiero entre esas dos cuentas, sería de todos modos un costo infinitamente más bajo que el asociado a una crisis de confianza por la escasez de reservas. Como han enseñado en la gestión de su política económica las potencias tradicionales y enseñan ahora las potencias emergentes, no existe un monto óptimo de reservas, porque si existiera un nivel adecuado, Japón y China no estarían terminando este año cada uno con una montaña de casi 1 billón de dólares.
Las reservas internacionales son un seguro necesario, pero no garantizan la armonía absoluta de las variables macroeconómicas como quieren hacer creer los economistas del establishment con sus recetas porque, se sabe, eso es una fantasía. Se trata de una defensa indispensable teniendo en cuenta la excesiva volatilidad de la economía argentina en las últimas décadas de vacas flacas que cerró las posibilidades de ingresar en un sendero de crecimiento sustentable. Sumar reservas es el consejo que daría José como visir de los tiempos modernos, acumulación en tiempos de bonanzas que actúan como un efectivo fondo anticíclico frente a la implacable incertidumbre de la economía.
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