Mié 18.10.2006

ECONOMíA  › OPINION

Los Nobel y Argentina

› Por Claudio Scaletta

El supuesto Premio Nobel de Economía no es un premio a una disciplina científica, sino a los aportes a una corriente ideológica. No se trata de que la Economía carezca del estatus epistemológico de ciencia, sino de que su relación con la organización de la producción, y por lo tanto de las sociedades, le impide recluirse en laboratorios inmaculados. Antes bien debe poner sus pies, sus manos, su cuerpo doctrinario, en el barro cotidiano de la ideología.

Sin salir del núcleo acrítico de la teoría económica que se enseña en la mayoría de las universidades del mundo, una de las primeras distinciones que enfrentan los estudiantes, algunos de ellos futuros “premios Nobel”, es la que separa “economía positiva” de “economía normativa”. La primera sería el ámbito puro de la teoría, la segunda el mundo de las recomendaciones de política. La distinción lleva implícita la aceptación de que la economía positiva, el aparato teórico, es incuestionable. Los economistas académicos trabajarían en este mundo aséptico. Pero el detalle que desdeñan los manuales es que tratándose de economía, la teoría misma es el resultado de la lucha ideológica y de la postrera entronización académica del vencedor. Lo que tradicionalmente se denomina mainstream o corriente principal del pensamiento económico no es “la” teoría económica, sino esa ideología triunfante cuyo núcleo reside en el abuso, a veces hasta el absurdo, de los teoremas matemáticos de maximización y sus infinitas derivaciones, teoremas sobre los que descansa plácido el dogma neoliberal legitimador del actual orden económico mundial.

El ritual anual de la entrega del Premio Nobel pone en escena, como una caricatura, esta legitimación. El premio recae invariablemente en quienes trabajan dentro del mainstream. Tras la premiación, la prensa mundial reproduce en segundo plano la vida académica del premiado y de manera difusa las arcanas investigaciones que le valieron hacerse de más de un millón de euros. Para el primer plano quedan sus recomendaciones “normativas”, ahora expresadas desde el Olimpo y con el aura de la distinción.

Como la economía argentina concentra el doble atributo mágico de haber sido ejemplo y contraejemplo de la aplicación de las recetas del mainstream, es difícil que “los Nobel” no tengan algo que decir sobre el trajín local. Y como no podía ser de otra manera, 2006 no fue la excepción. El novel Nobel Edmund Phelps consideró que la Argentina debe “continuar con las reformas” que la volverán “más dinámica”. La local, explicó Phelps, sería una economía similar a las “mediterráneas”, donde el exceso de corporativismo se combinaría con una excesiva intervención del Estado en los negocios, situación que atentaría contra la innovación. La única intervención del Estado debería ser la de subsidiar los bajos salarios que pagan las empresas. En este último punto hay que tener cuidado de no leer la recomendación al revés, pues se trata de un subsidio a los costos salariales de las firmas. De aquí a decir que el problema es que faltan las “reformas de segunda generación” que preconizaban los neoliberales en los albores del colapso de 2001 sólo resta un reacomodamiento semántico. Como es propio de la exposición de los economistas profesionales, las recomendaciones son dichas siempre junto a alguna verdad, un procedimiento de credibilidad similar al utilizado por la buena literatura fantástica.

Aunque no remite al problema de fondo, vale recordar que el Nobel de Economía es en realidad un premio otorgado por el Banco Nacional de Suecia “en memoria de Alfred Nobel” y no un premio instituido en el legado del inventor de la dinamita. A juzgar por los resultados conseguidos, la jugada de asociar el galardón, que se otorga recién desde 1969, al construido prestigio de los Nobel originales, que se entregan desde 1901, fue sin dudas brillante.

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