Sáb 21.10.2006

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Riesgo país

› Por Alfredo Zaiat

Después de años de ostracismo y de ser uno de los principales símbolos de la decadencia diaria, ha regresado por la puerta grande. Otra vez se ha ganado titulares destacados de diarios y espacios en comentarios de analistas que tienen la virtud de hablar con autoridad de todo y de todos. Ha retornado redimido, ya no como un verdugo amenazante con el peor de los mundos sino como el ángel que viene a revelar que la Argentina vuelve a ser confiable para el capital financiero. El riego país ha vuelto a convivir entre nosotros. Teniendo en cuenta la experiencia reciente, no queda claro que su resurrección en los medios de comunicación sea motivo de festejo. Sin embargo, no pocos lo han recibido con satisfacción porque ahora ese indicador está tan bajo (cerca de los 280 puntos) que facilita estrategias de endeudamiento y, por lo tanto, abona el camino para intermediarios ansiosos por cobrar jugosas comisiones en nuevas colocaciones de títulos públicos. Tanto con el registro actual tan bajo como nunca antes estuvo o tan alto como el record de más de 6000 puntos con el default, el índice riesgo país no ha perdido los atributos de indicador perverso de condicionamiento de la política económica. Los funcionarios enfrentan la tentación de enamorarse de ese índice, que le brinda reconocimiento inmediato a su tarea cuando se ubica en los deprimidos niveles actuales. Pero si vuelve a recobrar consenso como una variable a considerar debido a que ahora ofrece señales positivas, se corre el riesgo de que nuevamente se transforme en un termómetro absurdo pero aceptado socialmente para calificar la salud de la economía. Como en un momento puede ser favorable, en otro puede cambiar de signo. Y en ese caso se abrirían las puertas para repetir la historia.

Dos años tardaron los financistas para darse cuenta de que la economía argentina registra una evolución más consistente de las variables macro que la brasileña. Ante ese repentino descubrimiento, concluyeron que ese indicador no debería marcar diferencia a favor de la bandera verdeamarelha. Entonces los bonos albicelestes han vuelto a seducir con intensidad, disparando los precios y la consiguiente baja de la tasa implícita de retorno. De esa forma, el riesgo país ha descendido a niveles inéditos. No deja de ser sorprendente el hallazgo de los inversores de que las bases fiscal y monetaria de la Argentina son tanto o más sólidas que la de Brasil. En los años del default había un justificativo por la aprensión a los títulos públicos y por las dudas sobre el futuro de la economía. Pero el canje exitoso de la deuda en cesación de pagos está por cumplir los dos años. Demasiado tiempo y sucesivos indicadores mensuales de crecimiento económico a tasas chinas para que inquietos financistas no se hayan dado cuenta antes.

El riesgo país, en su versión técnica, es la sobretasa que paga un país por sus bonos en relación con la que abona el Tesoro de Estados Unidos. Es decir, es la diferencia que existe entre el rendimiento de un título público lanzado por el gobierno nacional y un bono de características similares emitido por la primera potencia mundial. Se expresa en puntos básicos: 100 unidades equivalen a una sobretasa del 1 por ciento. El más popular es el índice de riesgo país elaborado por JP Morgan para los denominados mercados emergentes: EMBI+ Emerging Market Bond Index. Mide el grado de “peligro” que supone un país para las inversiones extranjeras.

Ahora bien, el riesgo país, en su acepción política, significa un monitoreo diario “del grado de cumplimiento de los gobernantes respecto de determinados criterios económicos que responden a la aceptación de la subordinación al capitalismo global”, describe José Sbatella en el documento “El índice de riesgo social”. Como investigador, el actual funcionario del Ministerio de Economía (titular de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia) proponía en esa presentación, en oposición al riesgo país, el Indice de Vulnerabilidad a la Pobreza. Este tiene tres componentes: vulnerabilidad ante la pobreza (fluctuación de ingresos de hogares en riesgo), incidencia de la pobreza (cantidad de personas por debajo de la línea) e intensidad de la pobreza (diferencia entre la línea y el ingreso medio de los pobres). El principal limitante y a la vez desafío de ese índice es la dificultad para tener una presencia cotidiana tal como posee el riesgo país, que se difunde diariamente y se calcula automáticamente cada día al cierre de las cotizaciones de títulos públicos.

Otros economistas también impulsaron un contricante al índice riesgo país, como el diseñado por los investigadores uruguayos Eduardo Gudynas y Rocío Lapitz, que construyeron un modelo para arribar al “índice de riesgo país alternativo (Irpa)”, que mide la vulnerabilidad de las naciones en cuanto a su desarrollo. “El Irpa busca reflejar la probabilidad de deterioro social, económico y ambiental que enfrentan los países latinoamericanos, incorporando, además de aspectos económicos y financieros, cuestiones sociales, políticas y ecológicas”, explica Gudynas en el libro El otro riesgo país (Coscoroba ediciones, enero 2005, Uruguay). De acuerdo a ese indicador, Costa Rica es el único país latinoamericano que tiene un Irpa tolerable, mientras que las dos mayores economías de la región, Brasil y Argentina, “son países en default (insolvencia) social y ambiental”, precisa el investigador charrúa. Ese índice tiene también la debilidad de la escasa “popularidad”, o sea la carencia de un resultado inmediato como el que ofrece el indicador financiero.

El regreso del “riesgo país” como un dato a considerar se debe a que los inversores en bonos han vuelto a depositar sus miradas diariamente en ese numerito para definir la intensidad de sus apuestas en la plaza local. Es cierto que las actuales condiciones macroeconómicas son bastante diferentes a los caóticos meses del derrumbe del gobierno de Fernando de la Rúa y el posterior default. Después del canje de deuda y con excedentes en las cuentas fiscales, la figura de los acreedores –con el índice de riesgo país como acicate– ha quedado en un lugar alejado en la mesa de los lobbies de presión, lo que no significa que no tengan influencia. La deuda sigue siendo una pesada mochila, que seguirá aliviándose en términos relativos si la economía continúa creciendo a ritmo sostenido sin generar pasivos adicionales. Mientras, no habría que dejar crecer al monstruo-ángel del índice riesgo país que ya ha demostrado que es muy eficaz en la tarea de domesticar almas atribuladas.

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