Lun 30.10.2006

ECONOMíA  › OPINION

Cantos de sirena

› Por Maximiliano Montenegro

La semana pasada el riesgo-país argentino alcanzó su mínimo histórico, por debajo del anterior piso, de junio de 1996, en plena convertibilidad. Sin embargo, aún queda camino por recorrer para acceder al paraíso: Perú, Ucrania, Venezuela y Filipinas todavía muestran un riesgo-país sensiblemente menor al argentino. Todos esos países hoy son más confiables para timbear para los inversores financieros que la Argentina.

El riesgo-país es un indicador que no dice nada de cómo se vive en el país. Mide el costo adicional de tasa de interés que deben abonar los gobiernos a la hora de endeudarse en relación a lo que paga el Tesoro norteamericano, el pagador más confiable. En el último año, renegociada la deuda en default, comenzaron nuevamente a ingresar una gran cantidad de dólares al país para comprar títulos públicos. Guiados por dos motivos. Primero, las altas rentabilidades (el doble) en relación con las inversiones financieras en el Primer Mundo. Segundo, la idea de que la Argentina no volverá a caer en cesación de pagos, por lo menos, por los próximos 2 o 3 años. Entran divisas para comprar bonos, éstos aumentan su cotización y cae el riesgo país, o sea, la rentabilidad que ofrecen.

Creado en 1993 por el JP Morgan, el banco de inversión norteamericano, el riesgo país fue durante los ‘90 un condicionante de la gobernabilidad en los llamados “países emergentes” aún más eficiente que el Fondo Monetario. El FMI, siempre burocrático, enviaba misiones técnicas al país cada vez que el gobierno se alejaba de las metas fiscales necesarias para afrontar los compromisos de la deuda pública. Los acreedores inclinaban el pulgar en el día: vendían bonos, retiraban las divisas y el alerta de riesgo en alza llegaba sin intermediarios al Ministerio de Economía.

Desde 1998, cuando la cosa empezó a ponerse fea, el riesgo país trascendió los despachos de funcionarios y financistas para instalarse en la sociedad: los medios difundían el numerito a la par del pronóstico meteorológico. El indicador se adueñó de la agenda política de la Alianza: recortes de salarios públicos y jubilaciones, suba de impuestos, podas en obras públicas, todo en pos de mostrar a los acreedores que había voluntad de cumplir, y aminorar así la escalada del riesgo-país.

Cinco años después del naufragio, en la city quieren volver a instituirlo como la variable a mirar. Promocionan la “caída record”; las “excelentes perspectivas” que se abren para el país; la oportunidad para que las empresas accedan a crédito barato; y elogian al gobierno por haberlo logrado.

“No vamos a caer en la trampa. Es un indicador más al que no le vamos a prestar demasiada atención”, dicen en el equipo de Felisa Miceli. “El pago de la deuda se garantiza con una economía en crecimiento, con un círculo virtuoso de mayores salarios y más obra pública. Con los ajustes fiscales del pasado terminamos en el default”, agregan. La economía posdevaluación, con exportaciones que arriman dólares frescos, es muchísimo menos dependiente del ingreso de capitales que la convertibilidad. Y eso da grados de libertad.

Pero si en el futuro las cuentas fiscales no fueran tan holgadas, cualquier medida en sentido opuesto al pago de la deuda elevaría el riesgo. Desde una mejora de jubilaciones, hasta el lanzamiento de un plan social. Ojalá el presidente no escuche los cantos de sirena.

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