Sáb 04.11.2006

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

El poder de los sindicatos

› Por Alfredo Zaiat

Hugo Moyano ahora, Saúl Ubaldini en la época alfonsinista, Augusto Timoteo Vandor en los ’60 y Lorenzo Miguel en la turbulenta década del ’70. Cuatro líderes sindicales que no se ganaron la simpatía de la opinión media. No hicieron mucho para obtenerla y puede ser que nunca se lo hayan propuesto. Existe la falsa pretensión del mundo mediático de un sindicalismo civilizado, como si la relación capital-trabajo fuera una vinculación apacible ajena al conflicto. El capo sindical es emparentado con la fuerza y la violencia porque de ese modo se fueron conquistando los derechos de los trabajadores a lo largo de la historia del desarrollo industrial. La del capital es la pulcra. El crecimiento de los sindicatos y su burocratización en la etapa del capitalismo moderno tiene una faceta alejada de esa tensión originaria, más vinculada a actividades turbias y a peleas por espacios de poder dentro del mundo de los negocios que a la discusión salarial y a las condiciones laborales. Ese aspecto del distorsionado rol de los sindicalistas también está cruzado por la violencia, pero de otro tipo de la que se ejerce para mejorar la situación de los trabajadores. La confusión entre una y otra orienta el análisis de muchos comunicadores a cuestionar, en última instancia, legítimas reivindicaciones de los trabajadores.

La lamentable batalla de San Vicente hizo aflorar todos los prejuicios sobre los sindicalistas. Muchos de ellos se los han ganado con todas las de la ley. Pero detrás de esa arremetida, con la cual colabora la feroz interna intramuros, se encuentra la próxima discusión salarial. Es probable que Moyano no sea el mejor representante de los trabajadores; que tenga métodos que ofenden la buena convivencia con los empresarios; que se haya lanzado a ganar espacios de poder y caja en la estructura estatal para sus hombres, y que se propuso capturar empleados de otros gremios para encuadrarlos en el suyo generando una batalla intersindical, siendo San Vicente una de sus manifestaciones. Puede que Moyano sea todo eso y muchas otras cosas más que no lo hacen presentable en sociedad. Pero para ese “consenso social” que rechaza al camionero tampoco lo sería otro líder sindical. No es digerible Moyano ni lo sería Barrionuevo o cualquier otro de los integrantes del grupo de los “gordos”. No lo sería tampoco dirigentes alejados de los “negocios” y de trayectoria limpia como Víctor De Gennaro de la CTA ni los nuevos dirigentes de base que están surgiendo, como los que se expresaron en conflictos de repercusión mediática en subtes, hospitales públicos y en telefónicos.

En ese sentido, uno de los principales analistas en temas sindicales, Julio Godio, escribió en su reciente libro Sociedades de trabajo y sindicalismo socio-político que “hace mucho tiempo, relata Bertolt Brecht, un canciller de un reino se acercó al rey y le dijo: ‘Señor, el pueblo está contra ti’. Y el rey, soberbio e ignorante, contestó: ‘Entonces, hay que cambiar al pueblo’”. Godio pregunta y contesta: “¿Es posible cambiar al pueblo? No. ¿Es posible que los empresarios arrojen de sus espaldas al trabajo asalariado organizado? No”. El especialista explica que “el neoliberalismo en la región trató, como el rey soberbio, de avanzar sobre los sindicatos, augurando su desaparición y fomentando los contratos individuales de trabajo y la competencia entre los trabajadores”. Para agregar que “la audacia neoliberal era inconsistente porque subestimaba la capacidad de resistencia de los sindicatos”. Que los gremios hayan resistido y ahora muestren signos de vitalidad no implica que esa corriente de pensamiento y, fundamentalmente la amplificación de su discurso, haya perdido influencia. Más aún en la tierra abonada dejada por la violencia degradante de San Vicente, que ha resultado un inesperado disciplinador para “la fuerza” de ir recuperando el poder adquisitivo de los trabajadores.

Los sindicatos y Moyano han sido una pieza clave en la estrategia para constituir un pacto social al estilo Kirchner. Este consistió en acuerdos de precios con cada una de las empresas y sectores, eludiendo a las cámaras y entidades corporativas. Y tope arbitrario (19 por ciento en este año) de suba salarial, ajuste definido con cada sindicato en particular. O sea, no hubo un gran acto público para la firma de un pacto social entre la CGT y la UIA fijando esos criterios. Kirchner lo manejó personalmente con cada uno de los integrantes de esas organizaciones. El objetivo del Presidente es repetir esa experiencia para el 2007, y ya había comenzado a cerrar acuerdos con diferentes compañías y también con cadenas mayoristas y minoristas. El ataque a Moyano pone piedras en ese camino. Por tal motivo, desde el Gobierno le tendieron una red al capo camionero.

Moyano fue una de las principales herramientas de Kirchner para cerrar ese pacto social. Los sindicatos aceptaron a comienzos del año pasado un tope salarial en un contexto de expectativas inflacionarias al alza. Así autolimitaron las exigencias de los trabajadores. Antes de San Vicente, los industriales enviaron señales que aceptarían el tope para el 2007 del 13 por ciento que el Gobierno había dejado trascender. Ahora sostienen en diálogos informales con funcionarios del Poder Ejecutivo que esa cifra debería ser del 10 por ciento. Ese numerito, para arriba o para abajo, es la relevancia que para los empresarios tiene Moyano u otro líder de la CGT; poca o nula importancia tiene la preocupación “republicana” por la batahola de San Vicente. En otros términos, el nudo central con los sindicatos es cómo se distribuye el excedente bruto de explotación, siendo la figura del moreno Moyano una cuestión anecdótica. Por ese motivo, cuando la mayoría de los medios advierte sobre el líder cegetista resultan funcionales al objetivo de disciplinar a los trabajadores en sus pedidos de ajuste de salarios.

El líder de los camioneros no sólo fue clave en ese pacto social, sino también en un momento más crítico. En el estallido de la convertibilidad y en los dos años siguientes los sindicatos fueron un factor amortiguador de la profunda crisis. En concreto, fueron aliados silenciosos de los empresarios al no reclamar ajustes para los devaluados salarios. Comportamiento que se explica por debilidad al arrastrar cuatro años de recesión y elevada desocupación o para no provocar más caos. Con la devaluación se produjo una fenomenal transferencia de ingresos y los sindicatos convalidaron la brutal rebanada del poder adquisitivo de los salarios. No agudizaron las tensiones ni los conflictos en una sociedad hipersensibilizada por piquetes y cacerolas. Esperaron que el ciclo económico positivo se consolidara y recién en 2004 comenzaron a reclamar la recomposición de sueldos.

Desde entonces, los sindicatos han recuperado poder con el crecimiento económico en un contexto de un proceso de reindustrialización. Como explica Mario Rapoport en su extraordinario volumen Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2000), “después de 1950, el proceso de sindicalización llegó a su punto máximo. Junto a la creación de gran número de sindicatos de masas, la institucionalización de las relaciones obrero-patrones, promovida por el (primer gobierno) peronismo, estimuló una considerable burocratización de las organizaciones sindicales, que se transformaron en entes multifuncionales”. Así, “los sindicatos, conservaron legitimidad y fueron las únicas organizaciones que sobrevivieron a la derrota del régimen peronista en 1955”, apuntó el historiador. Los sindicatos también sobrevivieron a la dictadura militar instaurada en 1976 y a las políticas de la década del ’90. Y la actual etapa muestra su vigencia. Esa supervivencia y el poder sindical no es del agrado del establishment ni de una clase media reactiva al gremialismo. Ese poder no todos lo utilizan de la misma manera. Los “gordos” lo hacen para construir una estructura de negocios que tiene a los trabajadores como clientes de sus empresas vinculadas al sindicato. Moyano y sus aliados subordinaron su intervención político-sindical a la interna política del justicialismo. Por ahora no han transformado, como los “gordos”, sus estructuras gremiales en unidades empresariales, aunque sus vínculos políticos partidarios les permiten hacer negocios en áreas del Estado. Alejada de esos dos bloques aparece la minoritaria CTA, que tiene como objetivo construir una historia diferente con la idea de la afiliación directa, la democratización y la autonomía de los partidos, estrategia que tiene de base el diagnóstico de que el mundo laboral ha cambiado al existente hace tres décadas.

En el marco de esa restauración de la centralidad de la CGT en la discusión salarial, y a partir de esa labor, de cierta recuperación de la credibilidad entre los trabajadores, ahora, cuando la puja distributiva se pone más intensa porque los empresarios no quieren ver recortados sus elevados márgenes de ganancias, se apunta a Moyano. En sí, más que al camionero, la mira se dirige a poner límites al poder de los sindicatos y a los salarios.

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