Sáb 18.11.2006

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Empresas de bandera

› Por Alfredo Zaiat

A partir de la asociación-venta de SanCor al fondo de inversión Adecoagro, que tiene como integrante al hijo del magnate George Soros, se propone un acertijo fácil de resolver. La solución se obtendrá por descarte más que por conocimiento: adivinar qué jefe de Estado pronunció un discurso con marcado tono nacionalista contra el capital extranjero, que indignaría a gendarmes de los buenos modales. Se trata de una tarea esclarecedora sobre cómo se mueve el mundo de los negocios globalizados, dinámica que es usualmente distorsionada por el discurso de economistas de la city. El contexto de esa arenga era que una empresa emblemática del país podía ser comprada por una compañía extranjera. Las frases más encendidas del Presidente fueron las siguientes:

- “Hay que reforzar el dispositivo de protección de nuestras empresas estratégicas”.

- “Examinar si son necesarios cambios en materia de derechos de sociedades o de normas contables para incitar las participaciones a largo plazo del capital nacional.”

- “La inestabilidad del capital en nuestras grandes empresas implica riesgos para el empleo y para nuestra fuerza industrial.”

- “Aplicaremos la regla de reciprocidad: nuestra legislación será tan proteccionista como la del país de origen de las empresas que quieren operar en nuestro territorio.”

Las opciones de quién fue el protagonista de esas declamaciones son: el cuco Hugo Chávez, el izquierdista Evo Morales o el líder conservador Jacques Chirac.

La respuesta es obvia porque la convocatoria ha sido a participar de un jueguito por el lado del absurdo, que deja descolocados a los mensajeros de lugares comunes sobre cómo funciona el sistema capitalista.

En julio del año pasado, el presidente de derecha Chirac salió de ese modo a defender una compañía gala emblemática, Danone, que estaba en los planes para ser absorbida por el gigante estadounidense Pepsico. La operación, finalmente, quedó abortada. El gobierno francés había previsto un operativo para que bancos, compañías de seguro, fondos de pensión e incluso los trabajadores de Danone pudieran tener una participación accionaria para defender la bandera tricolor de esa empresa de alimentos.

El caso francés no es el único. Y no es una cuestión de ideología. El gobierno socialista español está librando una fuerte batalla para defender sus compañías energéticas (Repsol YPF, Iberdrola, Gas Natural y Endesa), asediadas por las mayores firmas petroleras y eléctricas mundiales. Con Repsol YPF alentó el desembarco de la constructora Sacyr-Vallehermoso para generar un núcleo duro de capitales españoles y así evitar la compra hostil por gigantes petroleras. No tuvo éxito, en cambio, en la porfiada defensa de Endesa frente al avance alemán de E.ON debido a que la Unión Europea amenazó con sanciones a la administración de José Luis Rodríguez Zapatero si seguía frenando esa adquisición.

Gobiernos de derecha o de izquierda en Europa, republicanos o demócratas en Estados Unidos y las naciones asiáticas tienen una estrategia definida sobre la importancia de contar con grupos empresarios nacionales en sectores estratégicos de la economía. Ponen barreras a los extranjeros, determinan cuotas de mercado para compañías del exterior, ofrecen financiamiento y establecen reglas de privilegio para el capital nacional, entre otras medidas. ¿Por qué lo hacen? Entre varias razones, por dos cuestiones básicas:

1. Cuando el comando de las operaciones está instalado en el país, el Gobierno tiene un interlocutor directo –el dueño de la compañía– sin necesidad de enfrentarse a un gerente que reporta a su casa matriz. En momentos de crisis o en definición de políticas de expansión se trata de una diferencia sustancial en función del compromiso sobre objetivos de desarrollo del país.

2. A nivel macroeconómico, se mantiene el control sobre las divisas frente al giro de utilidades y dividendos que realizarían las filiales a sus accionistas extranjeros. A nivel micro, se fomenta el desarrollo tecnológico a nivel local, que sería descartado por una empresa del exterior que traería su propio paquete de su país de origen. También se cuida la estabilidad de empleos directos e indirectos ante el riesgo que implicaría la importación de insumos de su casa matriz o de alguna subsidiaria.

Esa preferencia por el capital nacional sobre el extranjero no es por un nacionalismo de barricada o patrioterismo demagógico. En pocas palabras, los países desarrollados y también, con matices, Brasil, Chile y México están convencidos de que sus respectivas economías tendrán un mejor desarrollo si cuentan con fuertes grupos nacionales.

Un reciente estudio, Grandes empresas en la Argentina, elaborado por calificados técnicos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, revela que aquí, a contramano de lo que hicieron y tratan de realizar otros países para cuidar el entramado productivo con compañías locales, se ha verificado un avance constante de la extranjerización de la economía. El trabajo está referido a las 500 empresas no financieras más grandes del país en el período 1993-2004 que, con las últimas operaciones de compraventa, ofrecería conclusiones aún más contundentes. En ese lapso, la participación de capital extranjero en ese grupo relevante de compañías ha crecido en cada uno de esos años. De esas 500 empresas, en 1993, 281 (56 por ciento) eran de origen nacional; en 2004, descendió a 165 (33 por ciento). Esas cifras se han inclinado aún más a favor de las extranjeras con las operaciones de venta de los últimos dos años de Loma Negra (brasileña Camargo Correa), Frigorífico Swift (brasileña Friboi), Cervecería Quilmes (belga-brasileña AmBev) y SanCor (fondo internacional Adecoagro).

Ese lote de 500 tiene un peso destacado en la economía, al representar en 2004 el 34,1 por ciento del valor agregado de los principales sectores productivos del país. Ese núcleo básico de la economía está casi en un 70 por ciento en compañías extranjeras. Además, las empresas de ese origen han incrementado sustancialmente su participación en la utilidad total que genera ese grupo: en 1993, contabilizaban el 64,9 por ciento del total, mientras que en 2004 ascendió al impresionante 91,1 por ciento. O sea, el capital extranjero opera en las actividades más rentables del corazón de la economía. A la vez, desde el comienzo de este proceso, los puestos asalariados en las top 500 han ido descendiendo desde los 610.258 que integraban la plantilla global en 1993 hasta los 536.407 en el 2004, con un mínimo alcanzado el año anterior (503.532). El costo salarial (sueldos más contribuciones) en la composición del valor agregado retrocedió del 46 al 19 por ciento en ese período, como efecto de la megadevaluación, mientras que el resultado operativo (ganancias) trepó del 27 al 41 por ciento.

En definitiva, el capital extranjero domina tres cuartos de las empresas más poderosas del país, representa poco más de un tercio del valor agregado de toda la economía, concentra casi la totalidad de las utilidades de ese núcleo dinámico en un proceso de expulsión de mano de obra y resulta, en concreto, uno de los principales beneficiarios de la política del dólar alto que deprimió el costo laboral. En otras palabras, para esas compañías el paraíso se encuentra en el cono sur de América latina. Más específicamente en un país con Buenos Aires como capital. Sus reiterados reclamos –seguridad jurídica y precios/tarifas– canalizados con discreción por sus países de origen, y antes en forma pública a través del Fondo Monetario Internacional, habría que entenderlos por el miedo a perder un ambiente de negocios –y de rentabilidad– que difícilmente puedan encontrar en otras partes del mundo.

En ese complejo proceso, el Gobierno expresa un discurso de aspiración de construcción de una burguesía doméstica y de defensa del empresariado nacional, pero sin ninguna política consistente. Hasta ahora se ha limitado a facilitar el desembarco de empresarios-amigos del poder en algunos segmentos del área de las privatizadas. Pero no ha constituido un proyecto estratégico, como el expresado por Jacques Chirac para mantener bajo la bandera tricolor a Danone. Al respecto, esa multinacional posee en Argentina una parte importante del negocio de La Serenísima. La política allez les bleus queda así expuesta: preservación del mercado doméstico para la empresa de bandera y conquista de plazas rentables del exterior, como la Argentina. Así funciona el capitalismo globalizado, con decisiones nacionales que son asumidas como políticas de Estado, como el financiamiento público para facilitar la expansión privada o el rescate por la asfixia de pasivos.

Aquí, sin embargo, se mantienen las normas dispuestas en los noventa que otorgan al capital extranjero el tratamiento más liberal de la región. Sin barreras de entrada, la principal arma de conquista de las multinacionales es la extraordinaria capacidad que tienen de financiamiento y de excedentes líquidos. El Gobierno no ha podido diseñar un plan para contrarrestar esa desventaja con préstamos que deberían estar acompañados con compromisos de prioridad en el abastecimiento al mercado local y en generación de empleo con un programa de negocios de crecimiento hacia el exterior. Es lo que necesitaba, por caso, SanCor. La cooperativa, dañada por internas políticas y deficiencias en su conducción, encontró el salvataje en el fondo Adecoagro y no en el Estado. Esa carencia de un proyecto estratégico quedó expuesta en la desnacionalización de la cooperativa de Sunchales. Jacques Chirac y los franceses no lo hubieran permitido.

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