Sáb 25.11.2006

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Argentinos europeos

› Por Alfredo Zaiat

En un reciente informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre desarrollo humano, Argentina está en el primer lugar en el ranking de países latinoamericanos y se ubica en el puesto 36 en la lista de 177 evaluados. Se trata de un indicador aproximado sobre las condiciones básicas para el progreso, desde la expectativa de vida al nacer, la educación y el producto bruto per cápita. Al tope de esa tabla mundial se ubica Noruega, y en la cola la nación africana Sierra Leona. Que Argentina esté tan bien ubicada en esa tabla de posiciones desorienta a muchos. La imagen propia y de extraños es que debería estar no tan mal como los africanos pero no tan cerca de los nórdicos. La confusión nace de la existencia de la dualidad de una economía como la argentina donde conviven ambos países. En la década del ’80 se generalizó una forma de describir a ese tipo de naciones con desigualdad económica y social, siendo Brasil el caso destacado de América latina, con la denominación de Belindia: mitad Bélgica, mitad India. Para aproximarse a esa contradictoria realidad, con la lluvia de cifras positivas que caen de la macroeconomía, el análisis de cada uno de esos datos requiere de matices, de comprensión de la dinámica y complejidad del proceso, desechando los trazos gruesos y simplistas de los informes de la city. Por insistir en esa última estrategia, que tiene más de ideología que de estudio serio de los fenómenos económicos, se equivocan una y otra vez en las proyecciones. Los economistas gustan hablar de sintonía fina y eso es lo que se necesita ahora para tratar de entender un poco más el actual proceso de crecimiento veloz y el aprobado en la categoría “desarrollo humano”.

La Oficina de la Cepal en Buenos Aires tiene un proyecto de estudio sobre la evolución de largo plazo de la economía argentina. Para promover la discusión de esos trabajos en su sitio de Internet presentan versiones preliminares de documentos. Uno de ellos, Convergencia arriba, divergencia abajo: ¿a quién le fue tan mal en la economía argentina?, de Daniel Heymann y Adrián Ramos, viene a brindar respuestas esclarecedoras sobre ese contradictorio comportamiento económico-social. En general, los análisis que se realizan son binarios: “Argentina está mal”, se dice cuando las cifras de pobreza, nivel de ingresos y cobertura de salud y educación son aún alarmantes; o “Argentina está bien”, se afirma cuando se muestran los datos del boom del consumo y de la mejora generalizada del resto de las variables macroeconómicas. Lo que sucede es que hay una Argentina que está mal y otra que está bien al mismo tiempo. No es una u otra, son las dos juntas que conviven en un mismo territorio. En estas últimas décadas de turbulencia y estancamiento “a todos los estratos sociales no les ha ido igual”, apuntan Heymann y Ramos, para agregar que “en realidad, la visión de la Argentina como un país con ingresos relativamente bajos a escala internacional describe en forma clara a la situación de los segmentos más pobres, pero no se corresponde con lo que se observa en lo alto de la distribución”.

El aporte interesante de ese dúo de investigadores reside en que realizaron comparaciones internacionales de nivel de vida, en términos de “paridades de poder adquisitivo (PPA)” (permite valuar productos e ingresos nacionales a precios comparables). Han medido el nivel de poder de compra sobre canastas homogéneas de bienes de los países. Con datos que tienen como fuente al Banco Mundial, el producto por habitante de Argentina en PPA es de unos 11.700 dólares por año, monto que equivale al 40 por ciento de la media de los países desarrollados (Australia, países escandinavos y los integrantes del Grupo de los Siete). Argentina así está bastante lejos de los niveles de ingreso de las naciones más avanzadas.

Esa es la Argentina promedio. El 20 por ciento de la población de menores recursos tiene un ingreso estimado de 1800 dólares “de poder adquisitivo comparable internacionalmente”. Ese monto es tan sólo el 16 por ciento de la persona del quintil inferior en las economías desarrolladas. En tanto, en la otra punta de la pirámide, el 10 por ciento de mayores ingresos genera unos 45.000 dólares PPA por persona. Esa magnitud representa cerca de las dos terceras partes del ingreso del 10 por ciento más rico de las potencias económicas. “Esos datos sugieren que, visto desde arriba, el Primer Mundo no aparece tan remoto...”, comentan, con un dejo de ironía, Heymann y Ramos.

El segundo 20 por ciento de la parte superior de la pirámide de la población en la Argentina tiene un ingreso medio en PPA de unos 12.000 dólares per cápita. Ese valor es comparable al ingreso promedio del 10 por ciento más pobre de Holanda, Austria o Dinamarca. “En Argentina es como si la distribución de un país europeo estuviera ‘comprimida’ en menos de la mitad de la población, mientras que el restante 60 por ciento queda lejos de permitir una referencia de esa naturaleza”, indican los expertos de la Cepal. Ese 40 por ciento representa cerca de 15 millones de personas con ingresos “europeos” (altos o bajos, según el caso) y conflictos comparables.

Como en toda comparación de ingresos y más a nivel internacional existen aspectos que no son apreciados por la simple suma monetaria. Por caso, en economías como las escandinavas podrían subestimarse la capacidad de consumo debido a la relativamente abundante oferta de servicios por el sector público. O, a nivel de los estratos en el propio país, existen marcadas desigualdades de ingresos dentro del mismo 10 por ciento considerado. Por ejemplo, en la base de la pirámide conviven indigentes y pobres cercanos al límite de dejar de serlo. En la punta alta pasa lo mismo: “Aquí se ubican desde gente extremadamente rica a personas que se clasificarían a sí mismas como ‘de clase media’, y posiblemente se sorprenderían al saber que ocupan un lugar así en la distribución”, precisan esos investigadores. Para aclarar que “en todo caso, lo que interesa con un cálculo así es marcar potenciales fenómenos salientes sin exigir demasiada precisión”.

El fenómeno que emerge es el impactante contraste entre los extremos, o sea, entre las dos Argentina. En el informe del PNUD se destaca que en Buenos Aires y el conurbano, el 98,1 por ciento tiene agua potable, mientras que en Misiones, el 59,3. En desagües cloacales, en Capital, la cobertura llega al 94,8 por ciento, y en Santiago del Estero, apenas al 13,9. En total, 12 millones de argentinos no tienen inodoro con descarga o ésta contamina las napas freáticas, y unos 8 millones no acceden al agua por red pública.

Heymann y Ramos avanzan en la investigación sobre las cifras de ingresos, para evaluar que los conflictos internos a la elite, que involucran a los ricos y a los no-tan-ricos, “parecen haber sido en la Argentina un componente importante de la inestabilidad macroeconómica y un factor de la tan comentada ‘incertidumbre sobre los derechos de propiedad’”. El último episodio fue el corralito, la pesificación asimétrica y el default de la deuda pública. Los últimos treinta años, con ciclos de crisis reiteradas, se los ha asociado con políticas que afectaban los intereses de los sectores de ingresos altos, que por eso no invirtieron y fugaron capitales, lo que ha resultado un pobre desempeño de la economía. Sin embargo, esos grupos consiguieron, en la práctica, preservar elevados niveles de poder de compra, y los graves problemas de ingresos están en la base de la pirámide. Heymann y Ramos ofrecen una respuesta con una sentencia contundente a ese comportamiento: “La percepción del estrato alto de que, en condiciones normales, su poder de gasto permanente debería sostener patrones de demanda ‘europeos’ (aunque más no fuera de la periferia europea) probablemente contribuyó a generar los amplios ciclos de gasto y nivel de actividad que han caracterizado a la Argentina, y a mantener niveles de ahorro privado que han sido históricamente bastante bajos: los boom de consumo de la época del ‘déme dos’ y de los años noventa (y que tuvieron a ese estrato como protagonista central) aparentemente reflejaron en su momento expectativas de que se trataba de fenómenos sostenibles, y no fuera de tendencia como resultó ser”. Con el actual boom de consumo se repite ese comportamiento como también ese riesgo.

Como se ve, la realidad es un poco más compleja que lo que las anteojeras ideológicas les permite ver a sectores que convocan fantasmas. Los mismos que se apropiaron de una porción creciente de la renta son los que se hacen sentir con más fuerza con sus reclamos. Son los argentinos europeos que tienen a la inclusión social en el discurso –en el mejor de los casos– pero están convencidos de que no deben ceder en la distribución del ingreso, que evalúan –con distorsión– que no los tiene tan favorecidos. De esa forma, en ese espacio geográfico denominado Argentina se reúnen el desarrollo humano de un país europeo con condiciones de vida miserables. Una especie de Norueona, mitad Noruega, mitad Sierra Leona.

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