Según un informe, creció un 35 por ciento respecto de 1990-2001, si se descuenta la adquisición de firmas ya existentes.
› Por Fernando Krakowiak
La devaluación del peso provocó una abrupta contracción en los flujos de inversión extranjera directa (IED), agudizada por la crisis económica y social. El trienio 2001-2003 promedió un ingreso de apenas 1989 millones de dólares por año. La tendencia se revirtió debido a los incentivos otorgados por un mercado interno en expansión y la lenta apreciación del tipo de cambio real, llegando a un promedio de 4662 millones entre 2004 y 2005. La cifra está por debajo de los 6769 millones anuales del período 1990-2001. Sin embargo, un informe reciente elaborado por el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina (Cefid-AR) destaca que, si se descuenta la adquisición de firmas ya existentes, el flujo de IED ha sido en los últimos dos años un 35 por ciento mayor que durante la Convertibilidad, por lo que “dista de haber perdido relevancia con el nuevo patrón de crecimiento”.
En los ’90 los “cambio de manos” representaron el 56 por ciento de la IED. Las privatizaciones dieron cuenta de la mayor parte de esas operaciones hasta 1993, año en el cual quedó prácticamente agotada la enajenación de activos públicos con la venta parcial de la petrolera YPF. A partir de entonces la adquisición de firmas privadas nacionales por contrapartes extranjeras explicó el grueso de los cambios de propiedad, pero, tal como destaca la investigadora Ariana Sacroisky, autora del informe, “este segundo proceso se vinculó también con el plan de privatizaciones, ya que las empresas transnacionales fueron en forma progresiva adquiriendo las participaciones de los grupos locales y bancos con sedes en el exterior que habían integrado los consorcios tripartitos adjudicatarios de las empresas públicas”.
En este contexto, los significativos ingresos recibidos mostraron escasa incidencia en la mejora de las capacidad productivas locales, sobre todo si se toma en cuenta que: 1) la reinversión de utilidades dio cuenta de apenas el 8 por ciento de las inversiones, 2) la mayor parte de la renta obtenida fue remitida a los países de origen, 3) el abastecimiento de insumos y bienes de capital provino fundamentalmente del exterior, generando escasos encadenamientos locales y 4) el patrón de exportaciones no sufrió modificaciones sustanciales.
En 2002, las fusiones y adquisiciones representaron el 72 por ciento de la IED debido a las oportunidades surgidas por la desvalorización de los activos locales generada por la devaluación. Sin embargo, la situación se revirtió y el año pasado se redujeron a apenas el 17 por ciento, mientras que otro 66 por ciento se destinó a aportes de capital que suelen utilizarse para el sostenimiento de la estructura patrimonial de las empresas, el incremento de la participación accionaria y proyectos de inversión.
Esa disminución porcentual de las fusiones y adquisiciones puede considerarse como un hecho positivo si se toma en cuenta que son operaciones que implican cambios de manos sin redundar necesariamente en una mayor capacidad productiva doméstica. No obstante, en el informe se asegura que, pese a ello, “las inversiones extranjeras no parecen haber determinado por sí mismas la modificación en la estructura productiva necesaria para profundizar un proceso de desarrollo”, pues no se reorientaron hacia actividades de mayor dinamismo tecnológico, sino que el grueso de los ingresos en formación de capital se destinó hacia sectores que aprovechan en forma intensiva la explotación de los recursos naturales.
En la posconvertibilidad se redujo la incidencia de las inversiones en infraestructura, con resultados especialmente negativos en transporte y comunicaciones, donde se experimentaron procesos de desinversión luego del congelamiento y la pesificación de las tarifas. Los efectos también fueron negativos para las empresas de actividades no transables vinculadas al mercado interno nacional y regional, como las actividades comerciales y bancarias.
El nuevo esquema benefició a los sectores orientados a la exportación, fundamentalmente las actividades extractivas y la industria manufacturera. En el primer caso, la participación sobre el total del flujo de inversiones extranjeras subió del 36 al 39 por ciento impulsada por la minería, que pasó del 1 al 4 por ciento, y el petróleo, que se mantuvo prácticamente estable (34 vs. 35 por ciento). Por su parte, la industria manufacturera duplicó su incidencia del 21 al 42 por ciento debido al fuerte incremento del rubro “metales comunes y elaboración de metales” (siderurgia y aluminio), que varió su participación del 1 al 15 por ciento sobre el total de inversiones extranjeras, beneficiado por la devaluación y el crecimiento de la demanda china. Otra expansión importante fue la de la industria automotriz que luego de la devaluación elevó su participación en el flujo de IED en relación con el período 1992-2001 de 4 a 9 por ciento, debido al proceso de relocalización de líneas de producción de terminales que habían abandonado el país luego de la devaluación brasileña de 1999.
Las actividades extractivas explicaron el grueso de los desembolsos realizados por empresas foráneas en formación de capital. Sin embargo, en el informe del Cefid-Ar se aclara que esas inversiones se orientaron, tanto en la década previa como en la actualidad, a incrementar la extracción y en menor medida a la refinación, mientras que las inversiones en exploración –aquellas de mayor riesgo y orientadas a reponer las reservas– fueron escasas. Entre 1993 y 2004 los pozos en explotación aumentaron de 544 a 936 y aquellos en etapa de exploración disminuyeron de 107 a 34. En el caso de la industria manufacturera, su crecimiento en el porcentaje de IED que concentra no aparece reflejado al analizar su incidencia en la formación de capital, la cual es considerada “irrelevante” en el informe.
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